El Papa: “Buscar siempre el bien de los hombres y del pueblo fiel de Dios”

Discurso a la Comisión Mixta Internacional de la iglesia católica y las iglesias ortodoxas orientales

Ortodoxos y Católicos © Vatican Media

El Santo Padre ha recibido este jueves, 13 junio 2022, en audiencia a los miembros de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica y las Iglesias Orientales Ortodoxas y les dirige el siguiente discurso que publicamos a continuación:

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Discurso del Papa

Queridos hermanos

“Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo”. Con estas palabras del apóstol Pablo, también yo “doy siempre gracias a mi Dios por vosotros” (1 Co 1,3-4). Gracias por vuestra presencia, queridos miembros de la Comisión para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales, y gracias por vuestro valioso trabajo. Me alegra volver a veros, tres años después de nuestro último encuentro. Y agradezco a Su Gracia el obispo Kyrillos sus cordiales palabras de saludo.

Estáis a punto de concluir un importante estudio sobre los sacramentos, un documento que muestra la existencia de un amplio consenso y que, con la ayuda de Dios, podrá marcar un nuevo paso adelante hacia la plena comunión.  Este tema me lleva a tres breves consideraciones, que ahora quiero compartir con ustedes.


En primer lugar, el ecumenismo es esencialmente bautismal. Es en el bautismo donde encontramos la base de la comunión entre los cristianos y nuestro anhelo de plena unidad visible. Gracias a este sacramento, podemos decir, junto con el apóstol Pablo: “en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo cuerpo” (1 Cor 12,13). En un solo cuerpo. Avanzar hacia un reconocimiento mutuo de este sacramento fundamental me parece esencial para el objetivo de confesar, junto con el Apóstol, “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef 4,5).

En segundo lugar, el ecumenismo tiene siempre un carácter pastoral. Entre nuestras Iglesias que comparten la sucesión apostólica, el amplio consenso constatado por vuestra Comisión, no sólo sobre el bautismo, sino también sobre los demás sacramentos, debería animarnos a desarrollar más plenamente un ecumenismo pastoral. A este respecto, incluso sin estar en plena comunión, ya se han firmado acuerdos pastorales con algunas Iglesias ortodoxas orientales, que permiten a los fieles “compartir los medios de gracia” (cf. Unitatis Redintegratio, 8). Pienso, en particular, en la Declaración común firmada en 1984 por el Papa Juan Pablo II y el Patriarca Mar Ignatius Zakka I Iwas, de la Iglesia sirio-ortodoxa de Antioquía, que en circunstancias específicas autoriza a los fieles a recibir los sacramentos de la Penitencia, la Eucaristía y la Unción de los enfermos en cualquiera de las dos comunidades. Pienso también en el Acuerdo sobre matrimonios intereclesiásticos de 1994 entre la Iglesia católica y la Iglesia sirio-ortodoxa malankara. Todo esto fue posible gracias a la atención a la vida concreta de los miembros del Pueblo de Dios y a su bienestar, que es mayor que las ideas y las divergencias históricas, y a la importancia de que nadie se quede sin los medios de gracia. Ahora bien, a partir del consenso teológico constatado por su Comisión, ¿no sería posible extender y multiplicar esos acuerdos pastorales, sobre todo en aquellas situaciones en las que nuestros fieles son minoría y en la diáspora? Esta pregunta es un desafío. Que el Espíritu Santo nos inspire formas de avanzar en este camino, que mira al bien de las personas, al bien de las almas, al bien del pueblo de Dios, de nuestro pueblo, no a distinciones morales, teológicas o ideológicas. El pueblo y el bien; ahí está. Jesucristo se encarnó, se hizo hombre, miembro del pueblo fiel de Dios. No lo hizo se convirtió en una idea. No, se hizo hombre. Y debemos buscar siempre el bien de los hombres y del pueblo fiel de Dios.

Esto nos lleva a una tercera reflexión: el ecumenismo existe ya como una realidad principalmente local. Muchos fieles -pienso sobre todo en los de Oriente Medio, pero también en los que han emigrado a Occidente- experimentan ya el ecumenismo de la vida en medio de sus familias, de su trabajo y de sus encuentros cotidianos. Con frecuencia, también experimentan juntos el ecumenismo del sufrimiento al dar un testimonio común del nombre de Cristo, a veces incluso a costa de sus vidas. El ecumenismo teológico debe, pues, reflexionar no sólo sobre las diferencias dogmáticas surgidas en el pasado, sino también sobre la experiencia actual de nuestros fieles. En otras palabras, el diálogo de la doctrina debe adaptarse teológicamente al diálogo de la vida que se desarrolla en las relaciones locales y cotidianas entre nuestras Iglesias; éstas constituyen un auténtico locus o fuente de teología. Para mí, esto cuenta para promover un modo de pensar. En este sentido, para incrementar un mayor conocimiento fraterno, me complace saber de vuestro esfuerzo por promover visitas de estudio de jóvenes sacerdotes y monjes de cada Iglesia. Hace tres semanas, tuve la alegría de recibir a una delegación que visitó Roma, por invitación del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, con el fin de conocer mejor la Iglesia católica. Este es el camino a seguir: a través de encuentros fraternos para escuchar y compartir con los demás y caminar juntos. Es el ecumenismo del caminar juntos, que se hace caminando, no sólo con ideas, sino caminando. Y es bueno, en este acercamiento de nuestras Iglesias, involucrar a los jóvenes que están activos en las comunidades locales, para que el diálogo de la doctrina proceda junto con el diálogo de la vida.

Tres dimensiones, pues: bautismal, pastoral y local. Tres perspectivas ecuménicas que me parecen importantes en el camino hacia la plena comunión. Queridos hermanos, os expreso de nuevo mi gratitud por vuestra visita, y a través de vosotros quiero hacer llegar mis saludos a mis venerables y queridos hermanos, los jefes de las Iglesias ortodoxas orientales. La próxima fase de vuestro diálogo se centrará en la Virgen María en la enseñanza y la vida de la Iglesia.  Ya desde ahora, confiemos vuestro trabajo a la intercesión de la Madre de Dios.  Si estáis de acuerdo, podemos invocar su ayuda recitando juntos las palabras de la antigua oración: “Recurrimos a tu protección, oh santa Madre de Dios; no desprecies nuestras peticiones en nuestras necesidades, sino líbranos siempre de todos los peligros, oh gloriosa y bendita Virgen”.

Muchas gracias, y recemos unos por otros.