El Papa confirma la profundidad eclesial del carisma del Opus Dei

Carisma y jerarquía en San Pablo

Recientemente se ha concluido la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. La Relación de síntesis “Una Chiesa sinodale in missione”, publicada el 28.10.2023, afirma entre otras cosas:

  • 8 i): È necessario continuare ad approfondire la comprensione teologica delle relazioni tra carismi e ministeri in prospettiva missionaria.
  • 10 e): Il magistero della Chiesa ha sviluppato un ampio insegnamento sull’importanza dei doni gerarchici e doni carismatici nella vita e nella missione della Chiesa, che richiede una migliore comprensione nella coscienza ecclesiale e nella stessa riflessione teologica.

De otro lado, el Motu proprio Ad carisma tuendum del Papa Francisco afirma que su objetivo es:

“confirmar a la Prelatura del Opus Dei en el ámbito auténticamente carismático de la Iglesia, especificando su organización en sintonía con el testimonio del Fundador, san Josemaría Escrivá de Balaguer, y con las enseñanzas de la eclesiología conciliar sobre las prelaturas personales.”

En este documento, el concepto del “ámbito auténticamente carismático de la Iglesia” es central, y por lo que yo sé, aparece por primera vez en un rescripto papal. En línea con las recomendaciones de la Relación de síntesis del Sínodo 2023 que acabo de mencionar, propongo en este breve ensayo una reflexión que puede ayudar a una mejor comprensión de este concepto y de la disposición del Papa respecto al Opus Dei en los albores de la celebración del Centenario de esta institución.

La Carta Iuvenescit Ecclesia (15 de mayo de 2016) del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, desarrolla los elementos teológicos y eclesiológicos para caracterizar la relación entre los dones jerárquicos y carismáticos en la vida y misión de la Iglesia. Mi reflexión se basa en la siguiente declaración: “El mismo Pablo describe su ministerio como apóstol como «ministerio del Espíritu» (2 Co3, 8).” (Iuvenescit Ecclesia,7)

Efectivamente, san Pablo puede ser considerado la fuente donde nace el fenómeno carismático, y la figura de referencia para definirlo auténticamente: elegido por el Señor resucitado al margen del grupo de los doce, recibió del Espíritu Santo carismas extraordinarios para la obra de evangelización. Pedro y los otros Apóstoles (la jerarquía oficial de la Iglesia primitiva) en el Concilio de Jerusalén reconocen esos carismas y confían a Pablo y Bernabé la tarea pastoral de contribuir en modo especial a la evangelización de los pueblos, y los agregan al grupo de los doce.

Análogamente, puede decirse también que la comunidad que san Pablo describe en Romanos 16, es una realidad eclesial, carismática y jerárquica a la vez. En ella, la pertenencia por el vínculo del bautismo se vive como un vínculo vocacional o respuesta a una llamada divina que informa toda la existencia: la colaboración de fieles ordenados y laicos, varones y mujeres, célibes y casados en unidad de vocación resultó muy eficaz para la difusión del cristianismo en el Imperio Romano. Vocación y carisma configuran la estructura pastoral y preceden a la jurisdicción eclesial.

Por otra parte, esta interpretación enlaza con la enseñanza del Fundador del Opus Dei sobre los primeros cristianos. Cuando se le preguntaba sobre la misión central del Opus Dei y sobre posibles precedentes en la historia de la Iglesia que le sirvieron de inspiración, respondía:

“la manera más fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el hecho, sencillo y sublime del Bautismo. No se distinguían exteriormente de los demás ciudadanos. Los socios del Opus Dei son personas comunes; desarrollan un trabajo corriente; viven en medio del mundo como lo que son: ciudadanos cristianos que quieren responder cumplidamente a las exigencias de su fe.” (Conversaciones, n. 24).

Y en una carta de 1965 san Josemaría afirma:

“¡Qué bien lo entendieron las primeras generaciones cristianas, de las que tanto me gusta hablar, porque son como un modelo de nuestra vocación! No vivieron más que pensando en Cristo, dando sus vidas para extender la buena nueva.” (Carta, 24-X-1965, nn. 13-14; también: Carta n. 6 en Cartas (II), Rialp 2022).

El carácter vocacional del bautismo, propio de los orígenes de la Iglesia, es también un punto central de la enseñanza del Fundador del Opus Dei sobre la llamada universal a la santidad y la misión de los fieles laicos. Citando a san Pablo VI dice:

“La llamada de Dios, el carácter bautismal y la gracia, hacen que cada cristiano pueda y deba encarnar plenamente la fe. Cada cristiano debe ser alter Christus, ipse Christus, presente entre los hombres. El Santo Padre lo ha dicho de una manera inequívoca: ‘Es necesario volver a dar toda su importancia al hecho de haber recibido el santo Bautismo, es decir, de haber sido injertado, mediante ese sacramento, en el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia’ (Enc. Ecclesiam suam, parte I).” (Conversaciones 58).


San Josemaría concibe la vida cristiana como una vocación que nace con el bautismo y lleva a la transformación en Cristo, un camino que nos lleva a ser ipse Christus. Y considera la filiación divina como fundamento de la espiritualidad del Opus Dei. Dos puntos capitales que el Fundador derivaba principalmente de la enseñanza de san Pablo.

Esta enseñanza es confirmada por la Constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II. Con palabras de este documento puede decirse que la vida de los fieles presente en Romanos 16 es, en definitiva, la de aquellos que “en cuanto incorporados a Cristo por el Bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde” (Lumen Gentium 31 §1).

Poniendo en primer plano la dimensión carismática del Opus Dei, el Santo Padre Francisco ayuda a entender mejor el significado eclesial del carisma recibido por san Josemaría: se trata de una expresión particular del carisma de San Pablo, y del sentido vocacional propio de las comunidades de fieles cristianos en torno a él, para la evangelización del mundo de hoy por medio de la santificación de las circunstancias ordinarias de la vida, en el trabajo y la familia.

Este significado armoniza con el hecho de que la pertenencia a la Prelatura del Opus Dei requiere una llamada divina específica, y por tanto se define por un vínculo vocacional, el mismo para los clérigos y los fieles laicos. Y este aspecto es relevante para nuestra reflexión, ya que, por contraste, la pertenencia a una Iglesia particular, cuyo marco canónico es el Dicasterio para los Obispos, se define por un vínculo no-vocacional (domicilio, rito, u otros equiparables), como el Motu proprio sobre las Prelaturas personales pone de relieve al subrayar (con una referencia al canon 107) que “por el domicilio corresponde a cada persona su propio Ordinario”.

Con todo, el hecho de que la pertenencia a jurisdicciones eclesiales se defina por un vínculo no-vocacional es un desarrollo histórico que se consolida con la división de la Iglesia en diócesis territoriales a finales del siglo III (a imitación de la reforma administrativa de Diocleciano en el imperio romano). Las diferentes Iglesias locales se constituyeron cada vez más como unidades pastorales para administrar de forma eficiente el trabajo que genera el cumplimiento de los deberes de vida cristiana que emanan del Bautismo, e implican una mayor o menor práctica de los Sacramentos y el cumplimiento de los mandamientos. Se puede decir que “el éxito del cristianismo” y el crecimiento de la Iglesia condicionó la necesidad de “profesionalizar la administración de los Sacramentos” a través de circunscripciones administrativas. Esto tuvo el efecto colateral de diluir el significado vocacional del bautismo característico de la vida los primeros cristianos, por diversas razones: el sentido vocacional de entrega y el fervor por la evangelización que san Pablo describe en Romanos 16,1-23, dejó de caracterizar la pertenencia a las diferentes circunscripciones eclesiales, y dio paso a una “mentalidad administrativa”. Y en cierto modo, se puede decir incluso que este estado de cosas fue previsto por el Señor, cómo pone de manifiesto la escena del joven rico (Marcos 10, 17-30): es posible alcanzar la vida eterna al final de la vida en la tierra cumpliendo unas condiciones mínimas. Sin embargo, ser cristiano es una vocación a configurar la propia vida según la vida de Cristo, a identificarse con Cristo ya aquí en la tierra. Y si este sentido vocacional del bautismo se pierde, acaba también perdiéndose el deseo de alcanzar la vida eterna a través de un “cumplimiento de condiciones mínimas”.

Precisamente, las formas de vida consagrada nacen de la acción del Espíritu en la Iglesia para renovar la radicalidad original de la vida cristiana: “la profesión de los consejos evangélicos aparece como un símbolo que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana.” (Lumen gentium 44; cfr. Iuvenescit Ecclesia 22c). De modo análogo se puede decir que es ese deseo de “ir más allá de lo mínimo” el que en el siglo pasado ha hecho surgir las asociaciones de fieles laicos para dar testimonio secular de vida cristiana profunda en una sociedad secularizada (cfr. Iuvenescit Ecclesia 22a). En cierto modo es un querer volver a la vida de aquellos fieles corrientes que ayudaban a San Pablo en la evangelización. La vida consagrada y las agregaciones de laicos son expresión del ámbito carismático y vocacional de la Iglesia (Sínodo 2023, Relación de síntesis, 28.10.2023), y ponen de manifiesto la acción ininterrumpida del Espíritu Santo en la historia para renovar la Iglesia (cfr. Iuvenescit Ecclesia 2).

De otra parte, a la hora de redescubrir el significado vocacional para “volver a dar toda su importancia al hecho de haber recibido el santo Bautismo” (al instar de Pablo VI en Ecclesiam suam), y así reforzar también la dimensión vocacional de la pertenencia a la Iglesia local, el mismo desarrollo histórico evidencia la conveniencia de contar con estructuras pastorales a imagen de las de los orígenes de la Iglesia que actúen como levadura; contar, por tanto, con jurisdicciones eclesiales que comprenden clérigos y laicos, varones y mujeres, célibes y casados, unidos por un vínculo vocacional que se añade al del bautismo, pero no como algo superpuesto, sino como un catalizador que hace desplegar toda la potencialidad vocacional y evangelizadora primigenia de este sacramento. Y este es otro aspecto importante del mensaje que el Papa Francisco transmite en Ad carisma tuendum: la confirmación de la Prelatura del Opus Dei en “el ámbito auténticamente carismático de la Iglesia” se hace, siguiendo lo que declaraba san Juan Pablo II en la Constitución apostólica Ut sit, “con el fin de que siempre sea un instrumento apto y eficaz de la misión salvífica que la Iglesia lleva a cabo para la vida del mundo.” Conclusión que corrobora lo que el Prelado del Opus Dei nos dice respecto a las recientes disposiciones del Papa: “Siendo la Obra una realidad de Dios y de la Iglesia, el Espíritu Santo nos conduce en todo momento” (Mensaje del 10.08.2023).

Hace unos meses, un periódico de Madrid publicaba un reportaje titulado “El Opus Dei en el punto de mira del Papa” (El País, 27.08.2023). El autor da a entender que las recientes decisiones del Papa Francisco sobre el Opus Dei y las prelaturas personales han “revocado” el estatuto eclesial que Juan Pablo II había otorgado al Opus Dei, estatuto que correspondía a la solución jurídica que el Fundador, san Josemaría, tanto había anhelado. El reportaje concluye diciendo: “La encrucijada actual […] obligará al Opus Dei a recorrer de nuevo un camino que parecía andado.”

A la luz de la reflexión que he propuesto, pienso más bien que el Papa, como Jesús con los discípulos camino de Emaús, nos está ayudando a entender mejor el significado del mensaje que san Josemaría recibió de Dios y el Concilio Vaticano II confirmó. Nos anima en definitiva a andar mejor el camino que estamos andando, en servicio de una misión que es actualización de la que el Concilio de Jerusalén encomendó a San Pablo, y este llevó a cabo con “estructuras pastorales” como la descrita en Romanos 16, es decir una realidad eclesial de vínculo vocacional y jurisdicción personal, compuesta de sacerdotes y laicos, varones y mujeres, casados y célibes. “Acudir a [san Pablo], tanto a su ejemplo apostólico como a su doctrina, será un estímulo, si no una garantía, para la consolidación de la identidad cristiana de cada uno de nosotros y para el rejuvenecimiento de toda la Iglesia.” (Benedicto XVI, Audiencia general, 4 de febrero de 2009).

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