El rencor es ese veneno que te tomas tú esperando que muera el otro

Es un sentimiento interno que acosa sin cesar

Cuando alguien es objeto de una murmuración o de una calumnia, cuando ha sufrido un desprecio de alguien o se ha sentido herido por otro, por una institución o por una empresa, tiende a quedarse con esa herida dentro de sí, y que le quema las entrañas. En ocasiones este malestar llega a sentirse con tanta profundidad, que incluso se llega a desear que la persona que cometió la ofensa desaparezca de la existencia.

Hay entonces una espiral pasional que se impone a lo estrictamente racional. Se confunde, por ejemplo, el error de la otra persona con la persona en sí. Y en algunos casos, un supuesto error, porque el equivocado también puede ser el que se considera ofendido. Pero suponiendo que realmente no fuese así, sino que el error es efectivamente de quien ha ofendido. En este caso, lo que habría que buscar es hacer que el error desaparezca; pero no desear que desaparezca el que cometió el error: es una persona. En el extremo, este razonamiento es el que justifica el que cada vez se considere menos conveniente la pena de muerte. Hacia la persona humana, conviene tener la esperanza de su redención personal.

Pero volvamos a nuestra cuestión del rencor. Es un sentimiento interno que acosa sin cesar, y que tiende a crecer en desmedida comprometiéndolo todo a su paso. Por eso, el rencor es un veneno, que no solo deteriora una relación, sino que afecta a todas las relaciones que se puedan tener con los demás: el deterioro está en uno mismo. Uno mismo es el que vicia todas las otras relaciones: todas ellas, si aún no han sufrido una razón suficiente para originar un rencor, lo están en un grado próximo. Solo se requiere que algo no se entienda de la acción del otro, para que este resorte interno negativo salte desproporcionadamente. Es uno mismo el que ha perdido la capacidad de controlar sus pasones son su razón, y por tanto, la dependencia a la irracionalidad de las pasiones internas es muy grande.


Por tanto, si uno desea resolver este problema interno, lo mejor es separar el error de la persona del presunto ofensor. Quienes tienen la suerte de recibir la ayuda de Dios para componer estas cuestiones internas, saben que uno es capaz de poder comprender los errores de los demás, y de diferenciarlos de la persona de donde han provenido. Un amigo me comentaba, “he coincidido muchas veces con la persona que más me ha calumniado y difamado, pero eso no quita que tenga con él muestras de cariño y atención”.

Tengamos también en cuenta que todo este proceso de deterioro interno no produce ningún mal en el otro: en el aparente o real ofensor. El siempre estará al margen de toda esta tramoya de sentimientos y enredos interiores. Es decir, el zarpazo del rencor nunca le alcanzará. Se cumple, por tanto, aquello que escribía Shakespeare de la ira, y que Carmen Jiménez aplica de modo magistral al rencor: “El rencor es un veneno que te tomas tú esperando que muera el otro”.

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