Elogio de la inactividad

No es fácil descubrir y vivir la dimensión contemplativa del trabajo, pero con un poco de ayuda del Cielo y buena voluntad vale la pena esforzarse por encontrar el valor divino de lo humano

Una vez más vuelvo a Byung-Chul Han en otro de sus libros: Vida contemplativa. Elogio de la inactividad (Taurus, 2023). El tema es muy suyo y pone la atención en otra cara del poliedro de su propuesta. Reflexiona, ahora, en la dimensión contemplativa de la existencia humana a la que denomina inactividad. Continúa la saga de sus libros en los que critica la hiperactividad, la hipercomunicación, la sobreproducción, la autoexplotación laboral; excesos que generan una sociedad gris, sin asombro ni aroma del tiempo.

En este libro Han se fija en la exaltación del trabajo, entendido como actividad productiva, de tal manera que el descanso entre jornada y jornada laboral sería un mero entretiempo, una pausa para despejarse y seguir trabajando. Ante este activismo laboral que absorbe el reposo, quitándole entidad propia, Han plantea que “la inactividad” -ausencia de actividad- no es un asunto residual, sino que ella misma tiene personalidad propia, no es un entreacto. Más aun esta inactividad sería “el fin último de los esfuerzos humanos”.

La inactividad -dice Han- nos saca del campo de “lo útil”, nos pone fuera de la acción utilitarista, ansiosa de hacer para conseguir resultados. La inactividad, la contemplación, en cambio, nos llevaría a estar y permanecer en el ser más íntimo y denso de la existencia humana. Es escapar de las fuerzas centrífugas que disuelven lo humano en el mero producir. Se entiende, por esto, que Han dialogue con Hanna Arendt y haga una valoración de la distinción que ella hace entre labor, trabajo y acción. En este aspecto, me parece que Han da en el clavo al señalar la insuficiencia de este planteamiento, concluyendo que, para Arendt, tal como entiende la vida, no hay lugar para la vida contemplativa. Han encuentra que en Arendt hay una sobredosis de acción, escapándosele la dimensión contemplativa de la condición humana.

 Concuerdo con Han en el elogio de la inactividad y en su denodado esfuerzo por resaltar el carácter humanizador de la contemplación, es decir, recuperar la capacidad humana de poder descender a las honduras del ser y habitar en él. Sin embargo, encuentro que su visión del trabajo humano es reductiva. Se queda paralizado en las prácticas patológicas del trabajo que, efectivamente, existen en no pocas organizaciones, generando una enfermiza sociedad del cansancio. Desde este supuesto, para Han la salvación del ser humano estaría fuera del trabajo, como si no hubiese forma de encontrar nobleza entre los libros contables, en las líneas de producción industrial, en la actividad pesquera, en los tribunales, en las empresas.


El elogio de la inactividad de Han se convierte en una diatriba al trabajo, una especie de disyunción entre trabajo o contemplación. Pienso que no hace falta llegar a esta exclusión y oposición. El reto humanizador es, más bien, aunar trabajo y contemplación. Sin trabajo, sin el sudor de la frente, el ser humano se diluye. Es en la actividad laboral en donde encontramos el lugar para gran parte del florecimiento personal. Allí vivimos y desarrollamos la ínsita sociabilidad de nuestra coexistencia personal. Las malas prácticas laborales, la existencia de empresas que deterioran a la persona y al entorno no nos pueden hacer olvidar que hay, asimismo, empresas comprometidas con el buen hacer en sus operaciones.

Es de agradecer la defensa que Han hace de la inactividad, pero puestos a escoger, prefiero el amigable “ora et labora” de la regla de San Benito o aquella luminosa afirmación de Santa Teresa señalando que Dios está, también, entre las ollas. Entiendo que no sea fácil descubrir y vivir la dimensión contemplativa del trabajo, pero con un poco de ayuda del Cielo y buena voluntad vale la pena esforzarse por encontrar el valor divino de lo humano.