La belleza del perdón de los pecados

¡Qué cosa más grande es ser perdonado!

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¡Grande eres Señor y muy digno de toda alabanza! ¡Magníficas son las obras del Altísimo! ¡Pequeñas son las obras humanas!

Obra de Dios es el perdón. Únicamente Dios puede perdonar los pecados. En efecto: Todo pecado, también el menor pecado venial, es una ofensa a Dios. Pero, obviamente, una ofensa sólo puede ser perdonada por el que ha sido ofendido. Así pues, sólo Dios puede perdonar los pecados. También es verdad que el que peca contrae una deuda con Dios. Por esto, en el padrenuestro, decimos: perdona nuestras deudas. Únicamente aquel al que se le debe algo, puede perdonar la deuda. Por consiguiente, sólo Dios puede perdonar el pecado, que es una deuda. ¡El perdón de los pecados es una obra divina!

En el sacramento de la reconciliación el que perdona no es el sacerdote, sino Cristo. ¡Somos perdonados por el Señor del cielo y de la tierra, Dios! ¡Es una maravilla divina! ¡Sólo Dios hace obras grandes!

Sin usar mármol ni siquiera Miguel Ángel habría podido hacer La Piedad. En cambio, Dios hizo el mundo sin servirse de nada. Por la sola voluntad divina se pasó del hecho consistente en que únicamente existía Dios a que existiera también el universo. Él lo quiso, ¡y existió! Crear, hacer de la nada, únicamente puede hacerlo un poder infinito, Dios ¡La creación ha de ser algo muy grande, pues ha precisado de un poder infinito!

Es obra mucho mayor devolver la gracia al que la ha perdido, perdonarlo, que crear un cosmos tan hermoso. De aquí que se ha de atribuir aún más el poder infinito a justificar que a crear ¡Qué gran cosa es perdonar, ya que precisa de tanto poder!

Se paga más por un brillante que por un pedazo de vidrio. Si algo verdaderamente cuesta mucho, vale mucho y, por consiguiente, es muy de desear poseerlo.


El perdón de los pecados es muy deseable, pues ha costado un alto precio, la sangre preciosísima de quién es verdadero Dios. Dios Padre ha querido tanto darnos su perdón que, en su infinita misericordia, nos ha entregado a su Hijo único, amadísimo, predilecto. Imagen de esta donación es el sacrificio de Isaac. Jesús pagó la pena que habíamos merecido. Cargó con nuestros pecados. El justo fue condenado por la salvación de los pecadores. El inocente padeció por la salud de los culpables. Las heridas de Cristo nos han curado. No le quitaron la vida, la dio voluntariamente. Que fue asesinado quién es Dios es una realidad tan tremenda que nos desborda. Que, siendo infinitamente grande, nos haya querido tanto, y tan elocuentemente, que haya llegado a morir crucificado, es una verdad que sobrepasa nuestra capacidad ¡Ha escrito su amor con su sangre! Él quiso sufrirlo todo para perdonarnos. No olvidemos nunca que la finalidad de abrazar tanto sufrimiento fue darnos el perdón. El precio de nuestro perdón no fue algo perecedero, como oro y plata, sino la sangre preciosísima, como de cordero inocentísimo y purísimo, de aquel que es Dios ¡Qué grande el precio pagado! ¡Cuánto vale el perdón! ¡Qué gran cosa es el perdón! ¡Qué deseable es recibir el perdón!

El enfermo grave desea tanto las medicinas que pueden curarle que, aún las amargas, las tiene por dulces, queridas, gustosas y agradables. Pero, importando más el alma que el cuerpo, aún le son más agradables, y deseables, los remedios dispuestos por la sabiduría divina para la salud del alma.

Siendo el perdón algo tan grande, sublime y excelente, se ha de procurar acudir al sacramento del perdón. Además, resulta casi imposible creer que no desprecia una cosa útil y necesaria el que no la usa, especialmente cuando Nuestro Señor ha dado a la Iglesia el gran poder del perdón para que todos puedan aprovecharse de remedio tan saludable.

Vida y muerte están estrechamente unidas. Así, cada segundo que pasa es un instante menos de vida, algo que ya ha sido enterrado. Cada momento vivido es morir un poco. Por esto, vivir es ir muriendo. Vivir es ir acortando un segmento temporal hasta que éste deje de existir. Puede afirmarse, concisamente, que vivir es morir. Vivir es ir diciendo adiós a todo. Así como puede suceder en cualquier momento que una bombilla que está luciendo, se funda, también puede darse una muerte repentina. Por esto, quien ha pecado mortalmente, evite la condenación o muerte eterna, yendo a confesarse cuando aún está a tiempo. Así, la muerte se abrirá a la vida del más allá. ¡Qué importante es que sea perdonado, no haciendo inútil para mí el alto precio pagado por Cristo!

En suma, ¡qué cosa más grande es ser perdonado! ¡Cuán deseable es! ¡Acudamos, pues, a la confesión!