La cerrazón o el combate contra la fe

La trampa del laicismo

(C) Pexels
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Cada día aparecen, como en cascada, de manera notoriamente pública, programas políticos e ideológicos que se cierran a la fe o la combaten o la niegan. En todo el globo, desgraciadamente, hay fuertes corrientes que se posicionan contra la Iglesia.

Es erróneo creer que la razón del sesudo sabio ha de exigir que todo ha de tener una causa puramente natural. Es falso que sólo se haya de admitir la razón, y que, la fe, al no ser la razón, sea irracional. Afirmar la razón y negar la fe es como dar gato por liebre.

Es patente que la razón bien usada sólo da verdades. La razón demuestra que existe un ser todopoderoso. Siendo omnipotente, puede comunicarse a los hombres. La revelación sobrenatural es posible. El creyente sabe que Dios nos ha hablado y que sólo puede comunicar verdades. El que cree es consciente de que la fe sólo conoce verdades, pues es la afirmación de lo revelado por Dios. El Espíritu Santo le da algo más fuerte que la evidencia, le da una certeza hipermetafísica, total, de la verdad de la fe. Luego, razón y fe no pueden contradecirse, porque no puede haber contradicción entre verdad y verdad. Más aún, hay armonía entre fe y razón, porque entre verdades sólo puede haber armonía. Así es, no sólo en la creencia, sino en la misma realidad de las cosas. El mundo de los contenidos intelectuales forma como un inmenso bordado que Dios ha tejido con los hilos hermanados de la fe y de la razón. Luego, el no creyente que niega la fe, o que lucha contra ésta, yerra.

Es de sentido común que puedo conocer válidamente el ser de ese todo que es esa “naranja real” que está ahí, sobre esta mesa, fuera de mi mente. Conozco ese todo, aunque es imposible conocer todo de ese todo. Siempre la realidad de esta “naranja existente” será más rica que mi conocimiento de ella. Siempre algo de la naranja estará por encima de mi entendimiento. Nadie es capaz de conocer del todo a una simple hierbecilla. Sé de la totalidad del Cosmos, pero no conozco todo del universo. La razón demuestra que Dios existe, que es bueno y que es el ser infinito. Pero, la realidad de Dios, su ser, supera a lo que el ser humano pueda pensar de él. La mente finita humana no acaba de entender la grandeza de lo infinito. En suma, el “ser real” supera al conocimiento verdadero de este ser.

La razón ignora mucho. Ya Sócrates, afirmaba: sólo sé, que no sé nada. Y, Aristóteles, en su metafísica: “la inteligencia de nuestra alma se conduce respecto a las cosas más evidentes, como los ojos del murciélago respecto de la luz del día”. Más uno sabe, más grande le parece el radio de la esfera de lo que desconoce.

El orden sobrenatural, por ser sobre-natural, por estar por encima de la naturaleza, no puede ser conocido por las solas facultades naturales, las cuales sólo pueden moverse dentro del orden natural. Hay como una distancia infinita entre dichos órdenes. Es exacto afirmar que entre ambos hay una distancia infranqueable.


El conjunto de la realidad se compone de un subconjunto cognoscible por la razón, y de otro, que resulta incognoscible para ésta. La razón no puede poner puertas al mundo. La razón ha de estar abierta a toda la realidad. La razón, pues, ha de estar abierta a la parte de la realidad, que, por serle incognoscible, no puede afirmar ni negar. Los contenidos sobrenaturales de la fe, pertenecen, pues, al subconjunto incognoscible para la razón, y, por consiguiente, no pueden ser afirmados ni negados por la propia razón, y ésta ha de estar abierta a éstos. Luego, cerrar la razón a la fe, es traicionar la razón, es ir contra el rigor intelectual.

Se ha visto arriba que la razón está en armonía con la fe y que ha de estar abierta a ésta, sin que aquella pueda afirmarla ni negarla. Fe y razón forman parte de una sinfonía que da alas.

Pero, además, hay los signos de credibilidad de la fe católica. “Con emoción mal reprimida enumera santo Tomás todos los llamados motivos de credibilidad: milagros, curaciones de enfermos, resurrecciones de muertos, alteración en los movimientos celestes, inspiración estupenda de los apóstoles, agraciados en un instante con las más altas dotes de sabiduría y elocuencia. Pinta luego la maravillosa propagación de la fe cristiana no por la violencia de las armas, ni por la promesa de deleites y voluptuosidades, sino entre persecuciones de crueles tiranos y proclamando doctrinas de renunciamiento, humildad, menosprecio del mundo y sus grandezas. Una revelación acompañada de tales signos visibles no puede por menos de ser verdadera” (Reverendo Padre Manuel García Morente).

Aquel, cuya razón es fiel a si misma, al rigor intelectual, y que conduce su vida de acuerdo con la razón, tiene en sí mismo una buena disposición a que pueda darse que el Espíritu Santo actúe en él, y le conceda la gratuita gracia de la fe, el reconocimiento de la maravillosa y resplandeciente verdad de la fe católica.

En resumen, nadie puede saber que Cristo es Dios sin la inspiración del Espíritu Santo. Nuestro Señor Jesucristo, adorable Maestro, el más sabio de todos, el único que merece en verdad ser considerado el Gran Maestro Universal, el que comunica la mayor sabiduría, divino salvador y hombre por excelencia, no es un estorbo para la humanidad, sino el mayor beneficio para la misma. Él, no ha puesto un muro que impidiera que lo conocieran, sino todo lo contrario. Cristo, que es omnipotente, quiere ser reconocido como Dios. La fe cristiana es la verdad. Muchos grandes intelectuales han sido cristianos: Santo Tomás de Aquino, San Agustín, Newton, Copérnico, Galileo, etc. Basta que una persona, tanto si es creyente, como si no lo es, use correctamente de su razón, para que no pueda cerrarse a la fe, ni combatirla, ni negarla. No cerrarse a la fe y no ir contra ella es sencillamente una cuestión de rigor intelectual. No estar en armonía con la fe es como que un matemático confundiera las perfectas esferas con los deformes balones de fútbol. No hay pues que caer en la trampa del laicismo y del secularismo, que son dos errores intelectuales.