La economía entre la sociedad y el Estado

Hemos de recuperar el sentido de responsabilidad de la persona y de las sociedades intermedias en la configuración de la sociedad, confiando en la capacidad creadora de la libertad

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Miguel Alfonso Martínez-Echevarría presenta un nuevo libro, fruto de muchos años de investigación y docencia: La economía entre la sociedad y el Estado (EUNSA, 2023). Una síntesis de las relaciones entre economía y política, cuya formulación se establece en el siglo XVII en donde sitúa el nacimiento del concepto moderno de Estado y economía. “De modo más concreto, la tesis central de este libro es que ese concepto surgiría de un modo negativo de entender la política, consecuencia de la antropología pesimista de Lutero y Calvino, y, en última instancia, de la nueva noción voluntarista de ley planteada por la filosofía nominalista”. El autor analiza las claves culturales del planteamiento moderno que concibe a la economía como una estructura o sistema que, a pesar de estar movido por las pasiones, estaría regulado por un mecanismo impersonal que, de modo autónomo y no intencional, llevaría a la más amplia satisfacción de las necesidades colectivas. En este sentido, la supuesta “disciplina” o “racionalidad” de la economía vendría a ser el “sustituto moderno” de la “arbitrariedad” y la “corrupción” propias de la política” (pp. 10-11).

El libro es una síntesis de gran envergadura que recorre la historia de Occidente desde la antigüedad clásica hasta nuestros días. Confluyen en sus páginas la perspectiva histórica, filosófica, económica, política, cultural. Una propuesta ambiciosa. Señala el autor -en un concepto que le es muy querido- que “en cuanto manifestación de la libertad, la historia no es predecible, no está determinada desde atrás, desde unas supuestas condiciones iniciales, como sucede con el cosmos newtoniano, sino que está impulsada hacia delante desde el principio de libertad que reside en cada hombre, que en cada momento abre nuevas posibilidades y deja de lado otras. Lo que hace posible la historia es la libertad de cada persona, cuyo destino trasciende la historia. La verdadera novedad no es el progreso, en el sentido del resultado externo, sino la aportación singular e irrepetible de cada persona” (p. 500).

Los seres humanos damos respuestas a los retos que nos plantea la época, con mejor o peor éxito. La configuración social a la que arribamos tiene historia y se abre a nuevas alternativas. La sociedad mejor y definitiva no existe como quisieron algunas interpretaciones del estilo de Hegel o Marx: la sociedad perfecta aquí en la tierra y para siempre. Utopías que, convertidas en historia, han dado origen a los funestos totalitarismos de los que hemos sigo testigos en el siglo XX.

Asimismo, ciertas concepciones del mercado han visto en él la solución de los problemas de organización social, pues consideran que existen unas leyes naturales que, dejadas a su sola lógica, resolverían los problemas de la economía a todos sus niveles. Martínez-Echevarría anota, más bien, que “no existe un mercado uniforme en sus operaciones y cualidades en todos los lugares y tiempos. La idea clásica del mercado como un proceso natural –o “neutral”– ha quedado superada” (p. 507).

De otro lado, “al pretender que la sociedad política fuese un sistema, un resultado externo consistente, se estaba imponiendo que la acción humana sólo podía ser poiética”, reducida a la capacidad de hacer, producir o fabricar cosas o resultados externos. “En otras palabras, la marcha de la historia dejaba de estar ligada con la praxis y libertad de cada una de las personas, para quedar convertida en un proceso determinista” (p. 503). Se olvidó la dimensión valorativa de la acción humana, aquella que nos hace mejor o peores personas. En este sentido, la política queda circunscrita a planes de gobierno que ofrecen hacer cosas, “obras” (infraestructura, producción, dinero, colegios, hospitales), dejándose de lado la posibilidad de crear las condiciones para la vida buena de los ciudadanos. Una política centrada sólo en los medios, desentendiéndose de los fines y de la dimensión moral de la conducta humana.


En esta escisión, ve Martínez-Echevarría “el error de la modernidad, al haber reducido el hombre a su producto, olvidando que el hombre es un acto, siempre en tensión hacia el don, que apunta a la entrega y la reciprocidad. Podemos así llegar a la conclusión de que lo que ha dado lugar a la crisis de la postmodernidad, ha sido el fracaso inevitable de haber pretendido establecer un “fin natural” del hombre, un falso sustituto de la “ley natural”. No sólo no se ha alcanzado ese supuesto fin, sino que el resultado se ha ido haciendo cada vez más complejo, imprevisible y difícil de controlar” (p. 532).

Tenemos entre manos una tarea retadora para volver a integrar en la acción humana su doble dimensión productiva y ética. Economía y política han de dialogar, un diálogo práctico y de competencias motrices finas. Requerimos de más política, lo que no quiere decir de más Estado. Es decir, hemos de recuperar el sentido de responsabilidad de la persona y de las sociedades intermedias en la configuración de la sociedad, confiando en la capacidad creadora de la libertad.

Hay que agradecer a Martínez-Echevarría el libro de madurez que nos ha ofrecido. Lo he disfrutado, aun cuando en más de un tramo haya sido de lectura ardua. Sin lugar a dudas, un libro inspirador, abierto al diálogo y desarrollos posteriores.

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