“La educación de los padres: una tarea apasionante y desafiante”

A los participantes en la Asamblea General y la Conferencia de la Asociación Europea de Padres de Alumnos (AEP)

Vatican Media

Esta mañana, sábado 11 de noviembre de 2023,en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en la Asamblea General y Conferencia de la Asociación Europea de Padres de Alumnos (AEP), que se celebra en Roma del 10 al 11 de noviembre de 2023.

La audiencia del Papa Francisco a los participantes en la Asamblea General y en la Conferencia de la Asociación Europea de Padres de Alumnos fue una oportunidad para que el Pontífice reiterara la importancia de la educación en la familia y en la escuela.

En su discurso, el Papa subrayó que la educación es una «obra social» que pretende formar a niños y jóvenes en la relacionalidad, el respeto a los demás, la cooperación, la responsabilidad, el sentido del deber y el valor del sacrificio por el bien común.

También instó a los padres a educar a sus hijos libremente, sin imponerles expectativas, y a animarles a madurar y a ser autónomos.

En particular, el Papa Francisco habló de la importancia de la educación en valores, subrayando que los padres tienen la responsabilidad de transmitir a sus hijos los valores que consideran importantes.

También subrayó la necesidad de que la educación sea inclusiva, acogedora y respetuosa con la diversidad.

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Discurso del Santo Padre

Queridos amigos, ¡buenos días!

Me alegra encontrarme con vosotros con ocasión de vuestra asamblea, para la que deseo los mejores frutos, y esto me brinda la oportunidad de compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la vocación y la misión de los padres.

Convertirse en padres es una de las mayores alegrías de la vida. Despierta en las parejas nueva energía, impulso y entusiasmo. Pero inmediatamente uno se enfrenta a tareas educativas para las que a menudo no está preparado. Por ejemplo: cuidar a los hijos con amor y, al mismo tiempo, estimularles para que maduren y sean autónomos; ayudarles a adquirir hábitos saludables y buenos estilos de vida, respetando su personalidad y sus dones, sin imponer nuestras expectativas; ayudarles a afrontar con serenidad su escolarización. O también: transmitirles una educación positiva en afectividad y sexualidad; defenderles de amenazas como el acoso escolar, el alcohol, el tabaco, la pornografía, los videojuegos violentos, el juego, las drogas, etc.


Por eso son muy importantes las redes de apoyo a los padres, como vuestras asociaciones. Al compartir experiencias y formación, ayudan a los padres a estar mejor preparados y, sobre todo, a no sentirse solos y a no desanimarse.

Ciertamente, la misión educativa de los padres no se ve favorecida hoy en día por el contexto cultural, al menos en Europa. En efecto, está marcada por el subjetivismo ético y el materialismo práctico. Siempre se afirma la dignidad de la persona humana, pero a veces no se respeta realmente. Los padres pronto se dan cuenta de que sus hijos están inmersos en esta atmósfera cultural. Lo que «respiran», lo que absorben de los medios de comunicación, está a menudo en contradicción con lo que se consideraba «normal» hace apenas unas décadas, pero que ahora parece que ya no lo es. Por eso, los padres se ven obligados cada día a mostrar a sus hijos la bondad y la racionalidad de opciones y valores que ya no pueden darse por sentados, como el valor mismo del matrimonio y la familia, o la opción de acoger a los hijos como un don de Dios. Y esto no es fácil, porque se trata de realidades que sólo pueden transmitirse a través del testimonio de vida.

Frente a estas dificultades, que pueden ser desalentadoras, debemos apoyarnos mutuamente para encender en los padres la «pasión» por la educación. Educar es humanizar, es hacer al hombre plenamente hombre. Es cierto, la cultura ha cambiado, pero las necesidades del corazón humano conservan un núcleo inmutable que tarde o temprano también aflora en los niños. Debemos partir siempre de ahí. Dios mismo ha inscrito en nuestra naturaleza las exigencias irreprimibles del amor, de la verdad, de la belleza, de la relacionalidad y de la entrega, de la apertura al tú del otro y de la apertura al Tú trascendente. Estas necesidades del corazón son poderosas aliadas de todo educador. Haciéndolas emerger, aprendiendo a escucharlas, tampoco nuestros hijos tendrán dificultad en ver lo bueno, el valor de las propuestas educativas de sus padres.

Se puede decir que la tarea educativa tiene éxito cuando los niños descubren la positividad fundamental de su existencia, de su ser en el mundo, y cuando, fuertes en esta convicción, afrontan la aventura de la vida con confianza y valentía, convencidos de que también ellos tienen una misión que cumplir, una misión en la que encontrarán su realización y su felicidad.

Todo esto, queridos amigos, presupone el descubrimiento del gran amor de Dios por nosotros. Quien descubre que en la raíz de su ser está el amor de Dios Padre, reconoce también que la vida es buena, que nacer es bueno, que amar es bueno. Dios mismo me ha hecho un don bueno y yo mismo soy un don para mis seres queridos y para el mundo, y todos pueden decir esto. Esta certeza ayuda a no vivir movido sólo por una tendencia degradante «a salvar», en la preocupación constante de preservarme, de no implicarme demasiado, de no ensuciarme las manos. Existen estas trampas… En cambio, la vida se abre a toda su riqueza y belleza cuando se gasta, cuando se «pierde» por los demás y así se encuentra de verdad, como nos enseñó Jesús. La vida se abre a toda su riqueza cuando se da, cuando se regala. Esta es la gran tarea educativa de los padres: formar personas libres y generosas que han conocido el amor de Dios y que dan libremente lo que saben que han recibido como don. Es un poco -digamos- la transmisión de la gratuidad, que no es fácil de transmitir.

Y aquí están también las raíces de una sociedad sana. Por eso es importante que se reconozca el papel social de los padres a todos los niveles. Educar a un niño es una verdadera obra social, porque significa formarle en la relacionalidad, en el respeto a los demás, en la cooperación con vistas a un objetivo común, formarle en la responsabilidad, en el sentido del deber, en el valor del sacrificio por el bien común. ¡Buen trabajo éste! Todos estos son valores que hacen de un joven una persona fiable y leal, capaz de contribuir al trabajo, a la convivencia civil, a la solidaridad. De lo contrario, los niños crecen como «islas», desconectados de los demás, incapaces de una visión común, acostumbrados a considerar sus propios deseos como valores absolutos: niños caprichosos, ¡pero esto suele ocurrir cuando los padres son caprichosos! Y así la sociedad se deconstruye, se empobrece y se hace más débil e inhumana.

Por eso es necesario proteger el derecho de los padres a criar y educar a sus hijos con libertad, sin que se les obligue en ningún ámbito, especialmente en el escolar, a tener que aceptar programas educativos reñidos con sus creencias y valores. Este es un reto muy grande en estos momentos.

La Iglesia es madre, la Iglesia camina al lado de los padres y de las familias para apoyarles en su tarea educativa. La Iglesia somos nosotros. En los últimos años estamos llevando a cabo un ‘Pacto Educativo Global’, para consolidar el compromiso común con todas las instituciones que se ocupan de los jóvenes. Y al mismo tiempo también un ‘Pacto por la Familia’, entre actores culturales, académicos, institucionales y pastorales, para poner en el centro a la familia y sus relaciones: hombre-mujer, padres-hijos, vínculos fraternos. La intención es superar ciertas «fracturas» que actualmente debilitan los procesos educativos: la fractura entre educación y trascendencia, la fractura en las relaciones interpersonales, la fractura que aleja a la sociedad de la familia, creando desigualdades y nuevas pobrezas.

Queridos amigos, os animo a seguir adelante con esperanza en vuestro compromiso -incluso con valentía, hoy se necesita valentía-, encontrando siempre inspiración y apoyo en los testimonios evangélicos de los santos padres María y José. Os bendigo de corazón. Y, como siempre, debéis pagar la entrada, ¡y rezar por el Papa! ¡Lo necesito! Gracias.