La estrecha correspondencia entre sostenibilidad y la condición de persona

El término sostenibilidad ha adquirido mucha vigencia en el ámbito empresarial. No es raro encontrar entre los directivos un sano deseo por saber más de lo que representan los indicadores ESG (Environmental, Social and Governance), y de qué modo esta corriente impactará en sus empresas. Sin embargo, cuando surge de modo espontáneo la pregunta sobre qué es sostenibilidad, nadie da una respuesta precisa.

Se menciona, por ejemplo, que a diferencia de lo que ocurría en los años 90, cuando Milton Friedman afirmaba que la responsabilidad social de una empresa era buscar el máximo rendimiento para el accionista, la sensibilidad de nuestra sociedad actual nos había llevado a pensar en una participación más activa de la empresa en las problemáticas de la sociedad.

Motivados por la aparición el año 2015 de los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (ODS), muchos directivos han entendido que la sostenibilidad significa la incorporación en sus organizaciones de algunos de estos objetivos, y así, muchas corporaciones los han incorporado en sus criterios de actuación. Pero, la pregunta sigue estando en pie; ¿qué se quiere expresar con el término sostenibilidad?

El término sostenibilidad apareció por primera vez en el ámbito internacional el año 1987, cuando en la Conferencia de Brundtland, se definió en una de las reuniones dirigido a unificar a los países alrededor del desarrollo sostenible. En consecuencia, una empresa sería sostenible cuando actúa en favor del desarrollo sostenible. Ahora bien, no se puede hablar de un desarrollo sostenible sin tener en cuenta el espacio territorial donde la empresa opera. Y esto se debe a que un territorio es distinto a otro por realidades naturales y sociales. Por tanto, el desarrollo sostenible siempre es un desarrollo territorial, que atiende dos ámbitos: el natural y el social.

Al mismo tiempo, cuando en la Conferencia de Bruntland se definió el desarrollo sostenible, se afirmó que este es el desarrollo que resuelve las necesidades del presente sin comprometer la habilidad de las generaciones futuras de resolver sus propias necesidades. Desde una perspectiva estrictamente personal, esta definición es sumamente apropiada, porque no solo extiende la preocupación por el otro -algo específicamente humano- al que existe junto a uno. Dicho alcance se prolonga también a aquellos que, hoy, aún no existen, pero que vendrán en algún momento.


La persona humana es un ser que tiene autoconciencia; es un ser con intimidad, porque tiene una biografía: la conciencia de unos hechos y unas relaciones que lo configuran en el presente; pero además, es un ser ontológicamente volcado hacia fuera. Incluso, que requiere de las necesidades de los demás para conseguir su propio desarrollo, y llegar así a la plenitud de la naturaleza. Por eso, el crecimiento de esta sensibilidad por la sostenibilidad representa una maduración en una realidad muy natural: el ser persona.

No obstante, este mérito no es exclusivo de nuestra generación. Muchas de las generaciones anteriores lo han vivido ya en Occidente. Probablemente, porque ellas se han movido en un ambiente de fuertes convicciones cristianas, donde el pensar en los demás seres humanos -ajustándose perfectamente a nuestra realidad más natural- es parte de los criterios de decisión. Como menciona Frossard en uno de sus libros: “la época en la que mejor lo han pasado los pobres ha sido la época en la que el Cristianismo ha estado más presente en la sociedad humana”.

Y nosotros mismos somo beneficiarios de esta realidad en nuestro país. Nosotros disfrutamos ahora de varios esfuerzos hechos por generaciones anteriores. Cada vez que abro la llave de agua en la ducha, doy gracias por tener una red de agua. Y es que en Lima, en los años 1900, cuando se hicieron las instalaciones de la red de agua y de saneamiento, quienes tuvieron a su cargo dichas obras las diseñaron para un horizonte de 100 años.

A nosotros, por tanto, nos corresponde seguir con esa tradición. Plantearnos los problemas con la magnanimidad de quien no solo piensa en sí, sino sobre todo en sus contemporáneos; y más aún, en aquellos que vendrán más adelante.