¡Qué bello es creer!

Lo mejor, ya que tenemos fe, es enseñarles ¡qué bello es creer!

Aunque supongo que habría que ser insultantemente joven para no haber visto “Qué bello es vivir” al menos 10 veces (en versión original, en blanco y negro o coloreada), y siempre en Navidad, me voy a permitir hacer una pequeña sinopsis, por si alguien que lea este post ha crecido con la desgracia de no haberla visto nunca.

En la película el protagonista, caracterizado por James Stewart, intenta quitarse la vida convencido que no merece la pena vivir tras un revés financiero. Sin embargo, a su ángel de la guarda, un viejecillo encantador que está a punto de “ganarse las alas”, se le ocurre que lo mejor que puede hacer por él es mostrarle cómo hubiera sido el mundo si él nunca hubiera llegado a nacer. Qué hubiera pasado con la que era su esposa, o con su hermano, o sus vecinos. Así George Bailey (nombre del personaje) descubre que el mundo hubiera sido muy distinto si él no hubiera nacido. Su hermano hubiera muerto en un accidente en el hielo cuando era niño, ya que él no estaba ahí para salvarle; su esposa hubiera sido una bibliotecaria mojigata y solterona, y su pueblo, Bedford Falls, viviría sumido en la tristeza por la tiranía del magnate local, que niega a los habitantes los créditos que sí concede George Bailey. Obviamente es un cuento y la imagen que ofrece es bastante naïf, pero consigue plasmar claramente la idea: si tu no hubieras nacido, el mundo sería peor.

Con el trasfondo de la película de 1946, permítanme proponerles un ejercicio de imaginación. Sería imposible intentar adivinar cómo hubiera sido el mundo sin nosotros, mi propuesta es más sencilla, imagínese cómo hubiera sido su vida si usted nunca hubiera tenido fe o si nunca hubiera vivido de acuerdo a su fe.

¿Se hubiera casado?, ¿Lo hubiera hecho en la iglesia?, es muy posible, hay muchas personas que se casan en una iglesia por motivos estéticos o sociales, y no vuelven a pisarla hasta que el niño les pide hacer “la comunión”, como el resto de sus compañeros de clase y ya aprovechan para bautizarle.

¿Hubiera dado todas y cada una de las limosnas que ha dado? ¿Hubiera mirado al cielo confiando en obtener alguna respuesta cuando las cosas se pusieron feas?

¿Qué hubiera hecho y qué hubiera dejado de hacer, si no fuera porque tiene fe?

¿En qué se diferenciaría su vida actual de cómo viviría si nunca jamás hubiera tenido fe?

Le ruego que le dedique dos minutos, no hace falta más, pero dedíqueselos a pensar cómo sería un día vivido ajeno a la fe.

Si su respuesta es que su vida sería radicalmente distinta, que no se hubiera casado – quizás no con quien lo hizo -, o que no hubiera tenido los hijos que ha tenido, o que los domingos aprovecharía a tomar el aperitivo, ya que no “tiene” que ir a Misa, permítame darle la enhorabuena. Eso significa que está viviendo de acuerdo a sus creencias, eso implica coherencia de vida.

Hay quien piense que quizás no implica vivir de acuerdo a una fe, sino tan sólo vivir de acuerdo a una educación recibida y a unas costumbres sociales impuestas de manera más o menos explícita. Es posible, pero quiero pensar que los lectores de Educar con sentido son lo suficientemente maduros como para vivir de acuerdo a sus propias decisiones.

Estamos en el siglo XXI. En los países de tradición judeo-cristiana a nadie se le impone vivir de acuerdo a unas normas religiosas. Hoy gracias a Dios (literalmente) vivir la fe (cristiana) es cuestión de libertad y de madurez, no de imposiciones sociales. Si no lo cree, mire a su alrededor.

Si su respuesta es que no existe ninguna diferencia entre cómo vive ahora y cómo viviría si practicara su fe (asumo que la tiene, sino el ejercicio propuesto es imposible), ya que, a pesar de creer en Dios, no hace nada como consecuencia de ello. No va a Misa, no reza, no mira al Cielo esperando alguna respuesta, siempre que da limosna lo hace como obra exclusivamente social, pero no identifica al beneficiario con Cristo, etc. Si, sencillamente cree en Dios, pero eso no altera su vida en absoluto, permítame darle la enhorabuena.


No soy, ni lo pretendo, ser sarcástico en absoluto. Le doy mi más sincera enhorabuena. Si a pesar de tener fe vive como si no la tuviera le felicito porque eso significa que tiene el 100% de oportunidad de descubrir la maravilla que es vivir de acuerdo a nuestra fe.

Tener fe es como saber leer, implica un enorme potencial, pero si nunca leemos un libro, entonces ese potencial está esperando a ser puesto en marcha.

Me encanta recomendar libros. Me encanta que la gente comience a leer algo que yo ya he disfrutado. En cierto modo es cómo si me diera un poco de envidia: “qué suerte, va a disfrutar de este libro por primera vez”.

Por eso le doy la enhorabuena: porque todavía puede descubrir la maravilla que es vivir de acuerdo a nuestra fe en todas las cosas. Cada nueva acción, cada nuevo gesto que realiza, simplemente porque tiene fe, es un nuevo descubrimiento que puede llenarnos de alegría.

Y eso es lo bueno, que tener fe es como saber leer: no hay tiempo para leer todos los libros que se han escrito, por eso cada día descubrimos nuevas formas de disfrutar la fe.

Cierto es que cuanto antes empecemos a vivir de acuerdo a la fe, antes empezamos a disfrutar, (cuanto antes comienzas a leer, más libros lees). Esa es la importancia de educar a nuestros hijos en la fe. Darles la oportunidad de disfrutar cuanto antes.

Me gusta recordar la entrevista que Jesús Hermida, un famoso periodista español del siglo pasado, realizó pocos meses antes de su muerte al Dr. Juan Antonio Vallejo Nájera. Era en aquella época en la que sólo había dos canales de televisión, y por tanto las audiencias eran mucho mayores que las de hoy. Aquella entrevista tuvo tal repercusión que dio lugar a un libro “La puerta de la esperanza”. A lo largo de la misma Jesús Hermida le preguntó al psiquiatra, que ya sabía que el cáncer que sufría era irreversible, “¿Qué ocurriría si al morir descubre que su fe, eso en lo que usted cree, es falso, no existe?”

“Que me quiten lo bailao”, respondió el Dr. Vallejo Nájera.

¡Eso es!, y es que vivir de acuerdo a nuestra fe es una gozada y por tanto educar a nuestros hijos en la tibieza, en el “creo, pero no practico”, es privarles de disfrutar, es enseñarles a leer, pero no comprarles ni facilitarles que lean ni un solo libro.

Lo mejor, ya que tenemos fe, es enseñarles ¡qué bello es creer!

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