Reflexión de Mons. Enrique Díaz: Mis pensamientos no son vuestros pensamientos

XXV Domingo Ordinario

Cathopic

 

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 24 de septiembre de 2023,titulado: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos”

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Isaías 55, 6-9: “Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes”             

Salmo 144: “Bendeciré al Señor eternamente”

Filipenses 1, 20-24.27: “Para mí, la vida es Cristo y la muerte, una ganancia”

San Mateo 20, 1-16: “¿Vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?”


A pesar de los alegres números que se manejan oficialmente, es muy común encontrarnos a un gran número de personas que no encuentran trabajo, tienen salarios ridículos, o no están trabajando en sus especialidades. Ingenieros trabajando de taxistas, enfermeras que se desempeñan como empleadas, contadores o licenciados en administración de empresas laborando como secretarios. No es que hayan equivocado su profesión o que sea un trabajo inferior, pero no lo hacen por vocación, sino porque no encuentran las oportunidades y se ven obligados a trabajar en lo que sea con tal de sobrevivir. El ámbito del trabajo es un lugar donde prevalecen las injusticias y se le da más valor al capital y a las ganancias que a la dignidad y necesidades básicas de las personas. Los horarios, los salarios, nos comprueban que las personas pasan a ser meros números, engranes de una maquinaria de producción que solamente beneficia a unos cuantos y deja a la mayoría sobreviviendo. El desempleo no es sólo por falta de trabajo, por negligencia, o por incapacidad, es sobre todo por falta de oportunidades en un mundo injusto dominado por el dinero.

El campo está igual: mucho trabajo, mucho riesgo para los campesinos y pocos beneficios cuando se obtiene la cosecha. Las ganancias quedan en acaparadores. La actual concentración de renta y riqueza se da principalmente por los mecanismos injustos del sistema financiero y una acumulación de bienes y servicios que ni es en pro del bien común, ni beneficia a todas las personas, ni produce una auténtica realización de la felicidad humana. Si a esto añadimos la grave corrupción en todos los niveles, la vinculación al flagelo del narcotráfico, de la trata de personas o del narco negocio, las “cuotas de seguridad”, se acaba destruyendo el tejido social y económico de las comunidades. Y esto tiene graves repercusiones en el desempleo, subempleo y situaciones dramáticas de necesidades personales, familiares y sociales. No es extraño, pues, que muchos jóvenes emigren en busca de mejores oportunidades dejando en abandono a las familias, o, en el peor de los casos, se vean atrapados en las redes de narcotráfico y grupos delictivos. ¿Hemos equivocado el camino? Cuando es más importante la ganancia que las personas, siempre acaba perdiendo la humanidad.

Frente a este mundo de injusticia y desempleo, viene Jesús a narrarnos su parábola. ¿Tiene algo que enseñarnos? Ya me imagino que si nosotros nos ponemos en el lugar de los primeros obreros que trabajaron todo el día y recibieron un pago igual que los que trabajaron sólo una hora, estaríamos renegando y criticando al patrón que nos presenta la narración. Pero hay una enseñanza más profunda, aun en el plano meramente laboral. El patrón no comete ninguna injusticia pues en el denario, pago justo convenido, se representa la cantidad necesaria para sobrevivir dignamente. Y es el derecho que todas las legislaciones prescriben: derecho a un salario que dé la posibilidad de alimentación digna, educación, salud y vivienda. Pero eso queda en letra muerta porque nos sometemos a las leyes de un capitalismo feroz. Cristo nos propone un verdadero cambio, donde todos los hermanos sean capaces de obtener su “denario”, es decir un salario justo y suficiente para que una familia lleve una vida con dignidad. La parábola tiene además otros sentidos. Está centrada en la instrucción de Jesús sobre la fraternidad cuyo cimiento fundamental es la acogida al débil. La respuesta a las diferencias que ofrece es muy clara: la norma de oro sobre la que nace la comunidad debe ser la igualdad: todos reciben lo mismo independientemente del trabajo que han realizado. Habrá que romper los esquemas que hacen de la comunidad un campo cuya norma parece ser la fuerza y el egoísmo. La nueva comunidad cristiana habrá de recuperar su vocación inicial y romper las estructuras sistémicas que hacen de la comunidad una presa fácil a favor del poderoso, donde el débil no cuenta y los excluidos no tienen acceso a los beneficios del Reino.

¿Qué hubiera pasado si no se contratan los otros obreros? Los que llegaron primero estarían felices con el denario que justamente han ganado, pero cuando empieza la comparación y la diferencia, provoca enojo. Lo que Jesús propone es una experiencia de comunidad donde haya respeto y valoración de todas las personas, donde la comunión sea vivida en la acogida del que es diferente y más pequeño. Ante Dios no es cuestión de mérito, ni de cantidad o calidad de trabajo. Tanto la llamada a participar en su viña, como la retribución, son un regalo, no una premiación. La respuesta y el compromiso personal son muy necesarios, pero la recompensa es gratuidad de Dios. Dios habla de la gracia, de la alegría de dar. Nosotros inmediatamente hablamos de comparaciones y de derechos. Y la comparación siempre produce complejo de superioridad o nos arroja en la amargura de la envidia. ¿No es cierto que muchas de las tristezas y frustraciones nacen de la comparación con lo que otros tienen, con lo que los otros hacen o con lo que otros disfrutan y nosotros no? Los obreros han recibido con justicia su jornal, pero al mirar a los otros les produce tristeza lo que están obteniendo. La envidia corroe el corazón, cuando nos comparamos con el otro y nos sentimos con más derechos. Detrás de esta narración está también la crítica de Jesús a quienes se dicen justos y desprecian a los demás, a los que cierran sus corazones frente al débil, a los que juzgan como pecadores o perversos a los otros.

La parábola cuestiona seriamente nuestro sistema económico, pero también nuestro sistema religioso y familiar, que nos obliga a pensar en quienes no encuentran trabajo, en los salarios injustos, en los migrantes despreciados… en tantas víctimas de nuestro mundo laboral ¿Cómo trato a los demás que han tenido menos oportunidades que yo? ¿Cómo soy fiel a Jesús que nos enseña que somos hijos de un Padre que ama a todos por igual? ¿Qué podemos hacer para cambiar las estructuras injustas en el mundo de la economía? ¿Cuál es mi actitud frente a quien no encuentra trabajo?

Dios nuestro, Padre bueno, Padre de todos, que en el amor a Ti y a nuestro prójimo has querido resumir toda tu ley, concédenos descubrirte y amarte en nuestros hermanos para que, construyendo una nueva comunidad, podamos alcanzar la vida eterna. Amén.