Ritos de Pascua sin resurrección

La Iglesia crece no por proselitismo, sino por atracción, por testimonio

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En muchos lugares, es costumbre, por Pascua, obsequiar a los pequeños con un dulce en el que hay un huevo natural, o de chocolate. Los hornazos, las monas de pascua o los huevos decorados.

El huevo es en muchas culturas símbolo de la resurrección. Por fuera parece sin vida, no hay movimiento y en cambio, por dentro late el polluelo que romperá el cascarón y saldrá a la vida.

Formando parte del rito, los personajes que lo componen suelen ser los padrinos de bautismo, encargados de velar por la educación religiosa del ahijado, el niño o niña, los padres y demás familia que participarán del encuentro festivo.

Junto a los personajes que forman parte del rito, el símbolo en sí, es decir el dulce, el otro componente de la fiesta de Pascua es el día concreto que los cristianos celebramos la resurrección.  No es un día cualquiera, tiene que ser el día de Pascua. En Cataluña, el lunes de Pascua. Tanto es así que ese día toma el nombre del pastel que se regala. Es el día de la “mona”.

El nombre de “mona” no se sabe a ciencia cierta de donde viene, parece ser que del árabe: No en vano fueron inventores de fantástica repostería.

El ritual establece que los padrinos van a la casa del ahijado a llevarle la “mona”.  Y toda la familia, en casa o en el campo celebran la pascua.

Con el descenso de bautizos, debiera suceder, que los ritos derivados de la Pascua también menguaran. Es decir que fueran pocas las monas que se regalaran. Pero sucede lo contrario, año tras año van en aumento. Las grandes superficies las ofrecen y las pocas pastelerías artesanas que quedan se lucen con diseños ingeniosos, siguiendo el interés de los temas infantiles del momento.

La proporción de pasteles de pascua vendidos, con la de niños bautizados es asombrosa. Según los pasteleros han vendido en Cataluña, unas ochocientas mil monas, sin contar las de elaboración casera ni las de las vendidas en las grandes superficies, elaboradas muchas de ellas fuera de la región. Esto hace que la práctica totalidad de los hogares celebra el día de la mona. En cambio, el porcentaje de niños bautizados va decayendo en algunas poblaciones, hasta llegar prácticamente a sólo una quinta parte de los nacidos. En Cataluña sumando todos los nacidos en los últimos diez años alcanzan los quinientos mil. Esto supone que la mayoría de niños que reciben su pastel de Pascua no están bautizados.

El otro personaje importante en este ritual es el “padrino” que asume esa responsabilidad de ayudar en la educación cristiana del ahijado. En los no bautizados esta figura sería inexistente, pero no suele ser así. El padrino se convierte en un título honorifico que los padres otorgan sin haber mediado sacramento por medio, pero que año tras año regalará la mona a su “ahijado”.


En mi parroquia, la noche de Pascua celebramos con gozo los sacramentos de la iniciación cristiana de dos adultos. Uno de ellos en la preparación, del bautizo, nos presentó a su “padrino” de toda la vida. Me costó entender que hubiera sido padrino de un no bautizado. Pero ahondando más en la catequesis llegamos a descubrir que el “padrino” tampoco estaba bautizado, por tanto, perdía ese título. Fue ocasión para iniciar un nuevo proceso de catecumenado con el supuesto padrino.

A  Roger, nuestro catecúmeno, le dijimos que había tenido de pequeño la mona de su “padrino” pero que la noche de Pascua iba a recibir el mayor regalo, a Jesucristo resucitado. Y que de alguna manera lo llevaban anunciando las monas de Pascua que había recibido a lo largo de sus más de veinte años.

Se constata pues, que los ritos, aun los religiosos, no solo no decaen, sino que van en aumento.

El nuncio en España Bernardito Auza, en el pregón que inauguraba la Semana Santa de Ponferrada (Obispado de Astorga) afirmaba que España es de cultura católica más que de religión católica.

Por lo visto, por mucho positivismo o espíritu científico del mundo moderno, necesitamos algo tan irracional como es el rito sin contenido. Lo que es cierto es que buscamos la alegría, al regalar, al recibir, al compartir. Y la mona facilita todo eso. El santo padre, precisamente en este lunes de Pascua, en el Regina Caeli, nos ha dicho: “La resurrección de Jesús no es sólo una noticia maravillosa o el final feliz de una historia, sino algo que cambia nuestras vidas por completo y para siempre. Es la victoria de la vida sobre la muerte, de la esperanza sobre el desaliento. Su presencia llena todo de luz” “Él es la fuente de una alegría que nunca se agota. Busquémoslo en la Eucaristía, en su perdón, en la oración y en la caridad vivida. Y no olvidemos que la alegría de Jesús crece también de otra manera, dando testimonio de ella. Porque la alegría, cuando se comparte, aumenta”

Ahora bien, un rito sin contenido, es como un símbolo falso, que no dice lo que significa. Imaginemos obsequiarse los novios con un regalo, cuando ese regalo no significa nada, porque no haya amor. Se convierte en un signo falso, o por lo menos en algo vacío, sin significado.

Recuerdo las palabras del papa Francisco en su viaje apostólico a Marruecos, que hizo en el 2019. En él hacía referencia a la significación de los cristianos en minoría. Sin estar en un país islámico, en Europa, a pesar de los ritos católicos, ya somos minoría. Nos recordaba la importancia de ser significativos. En el caso que nos ocupa la significación sería  dar contenido a los ritos para que no sean algo vacío. Nos dijo en la catedral de Rabat en  su discurso a los consagrados:  “Recordamos a Benedicto XVI: «La Iglesia crece no por proselitismo, sino por atracción, por testimonio». No pasan por el proselitismo, que lleva siempre a un callejón sin salida, sino por nuestro modo de ser con Jesús y con los demás. Por tanto, el problema no es ser pocos, sino ser insignificantes, convertirse en una sal que ya no tiene sabor de Evangelio —este es el problema—, o en una luz que ya no ilumina (cf. Mt 5,13-15).