San Patricio, 17 de marzo

Obispo

Patricio, apóstol de Irlanda, fue un firmísimo defensor de la fe. La primera vez que pisó suelo irlandés lo hizo como cautivo; había sido trasladado allí desde Gran Bretaña, donde había nacido seguramente a finales del IV. Tanto su abuelo como su padre estuvieron plenamente comprometidos con la Iglesia. En concreto su padre unía a su profesión de funcionario la de diácono. Pasados sus primeros 16 años de vida fue consciente de la presencia de Dios en ella. La terrible experiencia por la que pasó en su juventud, le ayudó a reconocerlo en su corazón.

Un día unos piratas lo secuestraron y lo destinaron a ser esclavo de un irlandés pagano. Su trabajo consistió en pastorear ovejas. La separación de su familia, su soledad e incertidumbre le llevó a Dios, y Él le consoló: «Oraba de continuo durante las horas del día y fue así como el amor de Dios y el temor ante su grandeza, crecieron más y más dentro de mí, al tiempo que se afirmaba mi fe y mi espíritu se conmovía y se inquietaba, de suerte que me sentía impulsado a recitar hasta cien oraciones en el día y, por la noche otras tantas. Con este fin, permanecía solo en los bosques y en las montañas. Y si acaso me quedaba dormido, desde antes de que despuntara el alba me despertaba para orar, en tiempos de neviscas y de heladas, de niebla y de lluvias. Por entonces estaba contento, porque lejos de sentir en mí la tibieza que ahora suele embargarme, el espíritu hervía en mi interior». Por fin huyó, alentado por un sueño, y pudo llegar a su casa, después de una intrincada travesía y todo tipo de contratiempos plagados de peligros. En medio de ella, por su mediación se obraron prodigios que arrebató con su confianza en Dios.

En Auxerre, Francia, donde pasó después varios años, mantuvo una gran sintonía con el obispo san Germán. Entonces debió ser ordenado sacerdote. Después, partió a Irlanda puede que enviado por el papa san Celestino I, toda vez que Paladio, al que antes había confiado la misión de evangelizar las tierras, murió sin poder culminarla. Patricio era un hombre sensible, sencillo y afable, muy familiar, que tenía, entre otras virtudes, la de la humildad. Fundó en Ulster el monasterio de Saúl, donde predicaba los grandes misterios de la fe con ejemplos cotidianos y sencillos. Su labor evangélica tenía la férrea oposición de los druidas, aunque también le atacaron los pelagianos que hicieron circular calumnias en contra suya. En su defensa escribió Confessio. Seguramente pensando en el alcance que tendría para el pueblo la conversión de sus máximos gobernantes, Patricio se dirigía a ellos, aunque el trato con los bárbaros le pudo costar la vida en muchas ocasiones.


Construyó abadías en Irlanda, y salió victorioso entre paganos y hechiceros. Los pobladores de Irlanda se acercaban a él ávidos de conocer las verdades de fe del cristianismo. Se cuenta que un Sábado Santo al verle encender el cirio pascual, los druidas, quienes creían firmemente que en él podía cumplirse un vaticinio que conduciría al fin de su hegemonía, se lanzaron con toda su furia a apagarlo, pero por más que lo intentaron no lograron su propósito. Entonces, uno de ellos exclamó: «El fuego de la religión que Patricio ha encendido, se extenderá por toda la isla». Y se alejaron. Sin duda, este vaticinio del mago se cumplió. El santo no escatimo esfuerzos, adaptándose a los lugares donde residía; superó incontables peligros. Fue reiteradamente perseguido, y no pudieron terminar con su vida, aunque lo intentaron. Escribió: «A diario estoy a la espera de una muerte violenta, de ser robado, de que me secuestren para servir como esclavo, o de cualquier otra calamidad semejante». Era sensible e inteligente, y puso sus dotes naturales al servicio de Dios. Ejemplo de ello fue la decisión tomada para que el obispo de cada región fuese también abad o superior del monasterio más importante del lugar. De ese modo, se aseguraba el cuidado e impulso del mismo, ya que el obispo era un religioso que contaba con la ayuda de su comunidad para evangelizar al pueblo. Además, obtuvo muchas vocaciones para el sacerdocio y la vida religiosa. Fue agraciado con el don de milagros y también recibió el de lágrimas. A él se debe la realización de un Sínodo, seguramente en Armagh, cuya catedral fundó en el año 444 siendo ya un venerable anciano con un notable desgaste físico ocasionado por su vida austera y 30 años de viajes evangelizando y convirtiendo a Irlanda. Murió el año 461 en Saúl, tierra amada por él, donde había erigido su primera iglesia.

santoral Isabel Orellana

© Isabel Orellana Vilches, 2024
Autora vinculada a

Obra protegida por derechos de autor.
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual el 24 de noviembre de 2014.
________________
Derechos de edición reservados:
Fundación Fernando Rielo
Goya 20, 4.º izq. int. 28001 Madrid
Tlf.: (34) 91 575 40 91
Correo electrónico: [email protected]
Depósito legal: M-18664-2020
ISBN: 978-84-946646-6-3

Compra el santoral aquí.