Una Iglesia en movimiento

Evangelización en América Latina en tiempos de cambio de época

Introducción:

La importancia de sumergirse en la microhistoria de un pueblo

El camino de la Iglesia en América Latina ha sido una gran aventura. Sin dudas esta aventura tiene momentos relevantes, lugares importantes y grandes personajes. Decir “Iglesia en América Latina” de inmediato conduce la imaginación a la vida de Hernán Cortés y de Fray Juan de Zumárraga; al primer Concilio Limense y al Virreinato del Río de la Plata; a las reducciones jesuitas y a la fundación de la Universidad de Córdoba; al pensamiento filosófico novohispano y a la arquitectura barroca latinoamericana; a la lucha por la Independencia del cura Miguel Hidalgo y a las no fáciles relaciones entre Estado e Iglesia en toda la región. En tiempos más cercanos, nuestra mente no puede no pensar en el Papa Paulo VI visitando Colombia en 1968; en san Juan Pablo II inaugurando en Puebla de los Angeles, la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en 1979; y, por supuesto, en la providencial elección del Papa Francisco en 2013.

Sin embargo, también este camino está hecho de historias menudas, de personas desconocidas, de santos ignorados, – “santos de la puerta de al lado” -, que con sus vidas, han dado contenido cualitativo a la trama de la gran historia. El camino de la Iglesia en América Latina no puede ser comprendido simplemente como una saga de grandes personajes, de hazañas o de momentos solemnes.  No. Para comprender a la Iglesia en América Latina es preciso sumergirse en la microhistoria del pueblo, en sus solidaridades elementales, y desde ese lugar, dejar que los momentos más universales, se llenen de significado.

No sé si ustedes lo han percibido pero cuando un latinoamericano lee una “Historia de la Iglesia” y se topa con los muy breves apartados dedicados a la “Iglesia en América Latina”, normalmente experimenta un desasosiego interior muy peculiar. Hay algo que no corresponde. Se percibe como una cierta desproporción o desequilibrio. Este desasosiego no proviene únicamente por lo apretado del tratamiento de ciertos temas sino principalmente porque en más de alguna ocasión, el recuento de los hechos, no logra capturar la riqueza cualitativa que se descubre gradualmente al vivir por dentro la experiencia personal y comunitaria de la fe. Riqueza que es necesario apreciar para capturar el significado del pasado y atreverse a imaginar el futuro.

Hace muchos años, cuando estudiaba la universidad, alguien me dijo: si quieres entender el conflicto cristero no sólo debes leer los libros de Jean Meyer, – el gran historiador que ha reconstruido este momento histórico en la historia de mi país -. Tienes que visitar los Altos de Jalisco. Tienes que ir a la Adoración Nocturna. Tienes que participar en una peregrinación al Tepeyac…

En efecto, sólo caminando por tierra agreste sin ningún tipo de calzado o ropa especial, malcomiendo durante varios días, durmiendo a la intemperie, con mucho frío, cantando, rezando el rosario, viviendo la experiencia de la confesión y de la misa celebrada en un paraje despoblado, se puede comenzar a vivir “por dentro” la experiencia de una fe que se ha hecho pueblo, y de un pueblo, que con todos sus límites y pecados, busca acercarse a Jesús a través de María.

Este comentario no pretende ser algo meramente anecdótico para iniciar nuestra reflexión este día. Por el contrario, es algo sumamente relevante para comprender las prioridades en materia de evangelización que la Iglesia en América Latina tiene en la actualidad.

Digamos esto mismo de otro modo: Karol Wojtyla decía que la acción es un momento particular en el proceso de aprehensión de la verdad.[1] De la verdad del mundo y de la verdad sobre sí mismo. Hay verdades que sólo sumergiéndose en ellas a través de una elección, pueden llegar a ser comprendidas. Esta potente indicación metodológica abre un camino que hoy gracias al Papa Francisco podemos explorar con mayor amplitud. La fe, como asentimiento de la razón, movido por la gracia, ante una verdad revelada, tiene un momento existencial muy importante cuando yo me descubro “Pueblo de Dios que camina en la Historia”, cuando mi yo, a través de mi involucramiento activo, descubre su dimensión comunional y sinodal, compartiendo la vida y sus certezas más decisivas, junto con otros, que se vuelven en buena medida, parte de mí. Esto es muy bello:  “descubrirse pueblo” consiste en ser capaz de decir “nosotros” simultáneamente al momento de decir “yo”. De este modo, la afirmación que hace el Catecismo de la Iglesia Católica al hablar del acto de “creer”, se vuelve particularmente luminosa: “Creer” es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe.”[2] La certeza de la fe arriva a nuestra vida a través de una experiencia comunitaria que nos precede y que se nos dona.

En América Latina muchas personas justamente así descubren la vida de fe. Justamente así, la fortalecen. Y justamente así, la reproponen.

A continuación expondremos apretadamente – muy apretadamente –  cinco referentes que nos permiten descubrir la forma cómo la Iglesia de América Latina propone la evangelización en el momento presente.

  • El camino hacia Aparecida.
  • Aparecida
  • La elección del Papa Francisco
  • La Asamblea Eclesial Latinoamericana
  • El horizonte 2031-2033

El camino hacia Aparecida

Las conferencias generales del episcopado latinoamericano han sido la gran ocasión para asimilar el Concilio Vaticano II en la región. Durante el Concilio se escuchaba una suerte de broma afirmando que la verdadera “Iglesia del silencio” no era la que se encontraba tras la cortina de hierro sino la Iglesia latinoamericana que no hablaba durante las sesiones.

En efecto, la participación de los obispos latinoamericanos durante el Concilio fue escasa. Hoy sabemos que justo en esos años un proceso discreto pero muy profundo se operaba al interior de toda la Iglesia. Este proceso encontró providencialmente en la enseñanza del Concilio Vaticano II un momento de purificación y articulación extraordinarios que dispararon nuevas energías y una perspectiva eclesiológica sumamente potente.

En efecto, la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano organizada en Medellín, Colombia, en 1968 mostró que la Iglesia asimilaba de una manera profunda y original la enseñanza conciliar. En Medellín la lectura atenta a los “signos de los tiempos” y una reflexión teológica renovada, permitió a los obispos vivir la dimensión profética de su ministerio en un contexto sumamente complejo. De 1966 a 1968 se realizaron incontables reuniones, declaraciones y documentos desde todo el subcontinente y desde los más diversos niveles eclesiales. La problemática que claramente afloraba más o menos por todos lados era el hecho de la explotación de las masas populares tanto en las urbes como en el campo. Los pobres irrumpían y la presencia de los cristianos requería resituarse. De esta manera una conciencia eclesial sobre la vivencia de la fe en compromiso con los más excluídos se expandió rápidamente[3].

Me causa un poco de gracia, como todavía en algunos sectores, se difunde la idea que a través de una infiltración de agentes soviéticos dentro de la Iglesia, la opción por los pobres se promovió y se asimiló dentro de la mente y el corazón de los obispos latinoamericanos. Me causa gracia, porque esos mismos analistas, suelen olvidar que el principal catalizador de esta toma de conciencia, fue el propio Papa san Paulo VI que decidió viajar a Colombia justamente para inaugurar la II Conferencia general del Episcopado y para participar en el Congreso Eucarístico Internacional. La presencia de un Papa por primera vez en América Latina ya era un respaldo a lo que eventualmente sería el “Documento de Medellín”. Sin embargo, rebasando todas las expectativas, el día 23 de agosto de 1968, Paulo VI dirigiéndose a los campesinos colombianos afirmó, en un largo discurso, que los pobres son verdadero sacramento de Jesucristo:

Sois vosotros un signo, una imagen, un misterio de la presencia de Cristo. El sacramento de la Eucaristía nos ofrece su escondida presencia, viva y real; vosotros sois también un sacramento, es decir, una imagen sagrada del Señor en el mundo, un reflejo que representa y no esconde su rostro humano y divino. Os recordamos lo que dijo un grande y sabio Obispo, Bossuet, sobre la « eminente dignidad de los pobres » (Cf. Bossuet, De l’éminente dignité des Pauvres). Y toda la tradición de la Iglesia reconoce en los Pobres el Sacramento de Cristo, no ciertamente idéntico a la realidad de la Eucaristía, pero sí en perfecta correspondencia analógica y mística con ella. (…)

Pero hoy el problema se ha agravado porque habéis tomado conciencia de vuestras necesidades y de vuestros sufrimientos y, como otros muchos en el mundo, no podéis tolerar que estas condiciones deban perdurar siempre sin ponerles solícito remedio.

Nos preguntamos, ¿qué podemos hacer por vosotros, después de haber hablado en vuestro favor? No tenemos, lo sabéis bien, competencia directa en estas cuestiones temporales, y ni siquiera medios ni autoridad para intervenir prácticamente en este campo.

Pero os queremos decir:

1) Nos seguiremos defendiendo vuestra causa. Podemos afirmar y confirmar los principios, de los cuales dependen las soluciones prácticas. Continuaremos proclamando vuestra dignidad humana y cristiana. Vuestra existencia tiene un valor de primera importancia. Vuestra persona es sagrada. Vuestra pertenencia a la familia humana debe ser reconocida, sin discriminaciones, en un plano de hermandad. Esta, aun admitiendo un orden jerárquico y orgánico en el conjunto social, debe ser reconocida efectivamente, ya sea en el campo económico, con particular atención a la justa retribución, a la habitación conveniente, a la instrucción de base y la asistencia sanitaria, ya sea en el campo de los derechos civiles y de la participación gradual en los beneficios y en las responsabilidades del orden social.

2) Seguiremos denunciando las injustas desigualdades económicas, entre ricos y pobres; los abusos autoritarios y administrativos en perjuicio vuestro y de la colectividad. Continuaremos alentando las iniciativas y los programas de las Autoridades responsables, de las Entidades internacionales, y de los Países prósperos, en favor de las poblaciones en vía de desarrollo. A este respecto nos alegra saber que, en feliz coincidencia con el gran Congreso Eucarístico, se están estudiando y promoviendo planes nuevos y orgánicos para las clases trabajadoras, especialmente para las rurales, para vosotros, Campesinos.

Y, con esta oportunidad exhortamos a todos los Gobiernos de América Latina y de los otros continentes, como también a todas las clases dirigentes y acomodadas, a seguir afrontando con perspectivas amplias y valientes, las reformas necesarias que garanticen un orden social más eficiente, con ventajas progresivas de las clases hoy menos favorecidas y con una más equitativa aportación de impuestos por parte de las clases más pudientes; en particular de aquellas que poseyendo latifundios no están en grado de hacerlos más fecundos y productivos, o pudiéndolo, gozan de los frutos para provecho exclusivo suyo; lo mismo decimos de aquellas categorías de personas que, con poca o ninguna fatiga, realizan utilidades excesivas o perciben conspicuas retribuciones.

3) Igualmente seguiremos patrocinando la causa de los Países necesitados de ayuda fraterna para que otros pueblos, dotados de mayores y no siempre bien empleadas riquezas, quieran ser generosos en dar aportaciones; no lesionen la dignidad ni la libertad de los Pueblos beneficiados, y abran al comercio vías más fáciles en favor de las Naciones, todavía sin suficiencia económica. Por nuestra parte alentaremos, con los medios a nuestro alcance, este esfuerzo por dar a la riqueza su finalidad primaria de servicio al hombre, no sólo en un plano privado y local, sino también más amplio, internacional, frenando así el goce fácil y egoísta de la misma o su empleo en gastos superfluos o en exagerados y peligrosos armamentos.

4) Nos mismo trataremos, en el límite de nuestras posibilidades económicas, de dar ejemplo, de reavivar siempre en la Iglesia sus mejores tradiciones de desinterés, de generosidad, de servicio, apelándonos cada vez más aquel espíritu de Pobreza, que nos predicó el divino Maestro y que nos ha recordado el Concilio ecuménico de manera autorizada (Cfr. Concilio Vaticano II. Constit. Lumen Gentium n. 8; Gaudium et Spes, n. 88)

5) Consentidnos, amadísimos hijos, que os anunciemos también a vosotros la bienaventuranza que os es propia, la bienaventuranza de la Pobreza evangélica. Dejad que Nos, aunque siempre nos esforcemos en todas las maneras para aliviar vuestras penas y para procuraros un pan más abundante y más fácil, os recordemos que « no sólo de pan vive el hombre » (Matth. 4,4) y que de otro pan, el del alma, es decir, el de la religión, el de la fe, el de la Palabra y de la Gracia divinas, tenemos todos necesidad; y dejad que os digamos aún más; vuestras condiciones de gente humilde son más propicias para alcanzar el reino de los cielos, esto es, los bienes supremos y eternos de la vida, si son llevadas con la paciencia y con la esperanza de Cristo.[4]

Perdón por la larga cita. No sería necesario anotarla si no hubiese sido tan increíblemente trascendente, tal y como lo demuestra la historia.

Reconocer a los pobres como sacramento fue como una gran campanada en la conciencia de muchos cristianos en América Latina. Así mismo, a la par de la opción por los pobres, una eclesiología de comunión animada por la participación fue madurando gradualmente. No será extraño que en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Puebla en 1979, las palabras “comunión” y “participación”, se tornaron centrales. Y lo más sorprendente, “Puebla” se hizo lenguaje y estilo de ser eclesial.

¿Cómo fue posible que un documento episcopal realmente pasara a forjar toda una cosmovisión en los agentes de pastoral latinoamericanos? ¿Cómo fue posible hacer que una reflexión situada en el ámbito episcopal tuviera ecos verdaderos entre el pueblo más sencillo?

El secreto de la “apropiación” fue la “participación”. En “Puebla” la participación de laicos, consagrados y obispos se dio en un clima de fraternidad y mutua acogida. Los procesos de consulta incluyeron todos los sectores. Y en el interior de la asamblea, los equipos de expertos incluian a valiosos laicos. Pienso de inmediato en Alberto Methol Ferré, en Guzmán Carriquiry, y en otros, que dieron palabra a numerosas inquietudes y a potentes observaciones. Destaco esto, porque no es exageración afirmar que en América Latina, la sinodalidad ha sido el estilo y la atmósfera que ha ayudado a la Iglesia a repensarse, a renovarse y a reproponerse en cada etapa, aún cuando este término no fuera utilizado en Medellín, en Puebla y aún más adelante.

En otras palabras, la colegialidad episcopal en América Latina durante muchos años ha estado acompañada y como nutrida de la presencia y la voz de muchos laicos, laicas, consagrados, consagradas, teólogos competentes, y aún de personas que sin participar plenamente en la vida de la Iglesia, encuentran un espacio de escucha atenta y de participación real. Ciertamente esta forma de ser Iglesia no se ha realizado siempre de manera perfecta. Sin embargo, poco a poco, se fue consolidando como un “modo de ser y de obrar” bastante común en toda la Iglesia en la región.

La fuerza de la experiencia que llamamos “sinodalidad” no se aprecia plenamente hasta que se vive. No basta enunciar la palabra “sinodalidad” para que esta opere. Es preciso sumergirse en la experiencia de “caminar juntos”, aprendiendo de todos, escuchando a todos, arriesgando y participando con alegría. De repente recuerdo cómo mi querido Mons. Mario de Gasperín, obispo de Querétaro, tenía la costumbre de preparar la homilía dominical a partir de una sesión semanal con laicos que comentaban la palabra de Dios. Recuerdo las asambleas para la renovación del plan diocesano de pastoral con participación de muchísima gente discutiendo y compartiendo los mejores caminos para la diócesis. Recuerdo el sínodo de san Cristóbal de las Casas en el que las complejas realidades indígenas de toda la diócesis se veían a sí mismas responsables de su caminar como Iglesia. Recuerdo la preparación de cartas pastorales del episcopado mexicano, en las que a través de amplios procesos de consulta y discusión se lograron elaborar textos que en más de algún caso tuvieron profunda trascendencia en momentos-clave de la historia nacional. Recuerdo la preparación de Aparecida…. Es realmente bello mirar la diversidad de rostros, aprender de tantas experiencias distintas, mirar cómo nacen algunos consensos, cómo se matizan, cómo se purifican. Mirar el momento del discernimiento episcopal, de tal o cual asunto. Y al final, descubrir en el momento de apropiación, que las palabras son algo más que palabras…

Ahora bien, no podemos tampoco negar que la sinodalidad, es un bien delicado, es un bien frágil, que puede ser frustrado.

Por ejemplo, en la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano, realizada en Santo Domingo en 1992, sucedió que los trabajos y consultas preparatorias prácticamente fueron neutralizadas y no se permitió que los propios obispos del CELAM eligieran a su comisión de redacción. Muchos de los participantes se sintieron sobrevigilados, y una incomodidad general cundió. Las sesiones fueron presididas por el Secretario de Estado y la directiva del CELAM resultó un tanto marginada. Más aún, en un cierto momento se abandonó el método “ver-juzgar-actuar” y se optó por otra manera de organizar la reflexión. El documento final resultó sin dudas interesante. El tema de la inculturación del evangelio tiene desarrollos no despreciables. Sin embargo, el texto en general, tuvo una apropiación eclesial muy escasa.  La Conferencia de “Santo Domingo” no se hizo lenguaje y estilo eclesial, no tuvo un alto impacto “programático” para la vida de las diócesis. Y, la Iglesia, en buena medida, siguió caminando bajo la inercia de “Puebla”. Muchas más cosas habría que comentar sobre estos años. El V Centenario del “encuentro de dos mundos” generó tensiones. La reciente caida del muro de Berlín, las instrucciones “Libertatis nuntius” y “Libertatis conscientiae” aún reverberaban en la atmósfera eclesial. Toda esta realidad ameritaría desarrollos más amplios que los que podemos hacer aquí.

En 1997 se realizó en Roma el sínodo de América de donde surgiría la Exhortación postsinodal “Ecclesia in America”. Ese documento tuvo mejor fortuna. No puedo dejar de recordar cómo san Juan Pablo II reconoce con gran fuerza la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía (presencia real sustancial), en la Palabra de Dios, y en las personas, en especial, en los más pobres. Así mismo, la articulación temática de “Ecclesia in America”, será inspiración para diversos episcopados nacionales (encuentro con Jesucristo, conversión, comunión, solidaridad y misión), entre los cuales, destacaría la carta pastoral de los obispos mexicanos del año 2000: “Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos”. Texto que anticipa varias de las tesis centrales de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Aparecida, en 2007.

Entre otras cosas, el documento de los obispos mexicanos introduce por primera vez el concepto de “cambio de época” y señala que su naturaleza es de orden “cultural”. Esta idea será llevada a las sesiones de Aparecida por parte del ahora Cardenal Carlos Aguiar. En una de las sesiones, el cardenal explicará el imponente cambio antropológico-cultural que está arribando en el mundo entero, y en particular, en América Latina. Conforme Aparecida fue avanzando en sus trabajos, se fueron decantando como dos certezas: hay que recomenzar desde Cristo discipularmente para reactivar un nuevo celo misionero.  Y adquirir una más clara consciencia sobre la naturaleza del cambio epocal que permita detectar sus riesgos y sus oportunidades.

No es fácil resumir el documento de Aparecida. Sin embargo, no quisiera avanzar más sin al menos mostrar parte de su espíritu a través de los parágrafos 11 y 12:

La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. No puede replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros y amenazas, o de quienes pretenden cubrir la variedad y complejidad de situaciones con una capa de ideologismos gastados o de agresiones irresponsables. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu.

No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados. Nuestra mayor amenaza “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.[5]

En estas palabras resuena el pensamiento de Benedito XVI. Sin embargo, este pensamiento se encuentra dentro de una matriz propiamente latinoamericana. La última expresión utilizada, tomada del primer parágrafo de “Deus Cartias est”, significó para muchos que el Kerygma tenía que ser redescubierto. El Kerygma no es la ley natural ni un conjunto de valores, por correctos que sean. El Kerygma es dar testimonio personal de que la Resurrección se ha efectuado de verdad. Esto quiere decir verificar en nuestra propia carne que lo que estaba muerto ha resucitado, no por un esfuerzo titánico de la voluntad, sino por pura misericordia inmerecida.

Dicho de otra manera: la moral no salva. La ley natural es como un mapa de orientación. Importante para no perderse. Sin embargo, el mapa no nos rescata al momento del extravío. No nos levanta cuando estamos tendidos por el camino. No nos reconstruye, cuando todo en nuestro ser está herido. Un mapa es un mapa. Un amigo que nos tiende la mano y nos levanta, es una realidad irreductible al mapa, a la brújula y aún al propio esfuerzo.

Partiendo de la irreductibilidad de la Persona viva de Jesucristo es más fácil comprender porque es preciso cultivar una actitud discipular, y eventualmente, misionera. La fides qua (el acto de confianza y abandono en Dios) y la fides quae (los contenidos objetivos de la fe) dependen en su última explicación de la fides quis (una Persona que se hace encuentro). Al anunciar el Kerygma no damos testimonio de nuestra moral, de nuestra coherencia – que siempre es muy poca – sino de que Alguien más grande que nuestra incoherencia nos ha perdonado nuestras muchas miserias.

Por su parte, cobrar consciencia del cambio de época, implica ir desarrollando la capacidad para discernir los riesgos de las oportunidades. O mejor aún, detectar en los riesgos, también los elementos de oportunidad que pueden hallarse. Esto no es una novedad. En todos los momentos de crisis cultural, la Iglesia ha tenido que aprender a ver los elementos de verdad, de bien y de belleza que pueden existir aún en las más controversiales realidades. Ese camino de discernimiento apenas ha comenzado. Es un camino arduo ya que  la alta polarización de posturas, de ideas y de afectos que caracterizan la coyuntura presente, dificulta hacer matices y precisiones sutiles, como las que se requieren para la comprensión de un fenómeno complejo como el “cambio de época”.[6]

2. El Papa Francisco

Otro elemento importantísimo para comprender la evangelización de América Latina en la actualidad ha sido la elección providencial del Papa Francisco.

Cuando se dio a conocer el nombre del nuevo Papa aquel 13 de marzo de 2013, en muchos países se comentó: “es Argentino”, “es jesuita”, “es de derechas”, “es de izquierdas”. Sin embargo, en América Latina fue bastante recurrente escuchar otro tipo de valoración: “¡es uno de los nuestros!”. Que era “uno de los nuestros” comenzó a notarse de inmediato: ciertas expresiones, ciertos juicios, ciertos gestos, corresponden a lo que de cuando en cuando miramos en diversos pastores en nuestras latitudes.

La publicación de “Evangelii gaudium” radiografío el perfil del nuevo Papa. Francisco es un pastor con corazón universal, dispuesto a arriesgar y a avanzar hasta el último límite. Seguramente ustedes han estudiado en diversas ocasiones “Evangelii gaudium”. Para los latinoamericanos, todo el documento tiene “sabor a Aparecida”.

Subrayo dos cosas que pueden ser interesantes:

Primero un detalle casi imperceptible. En el capítulo II, al momento de abordar los desafíos culturales a la evangelización, Francisco inicia unas breves reflexiones sobre una temática muy variada:

Evangelizamos también cuando tratamos de afrontar los diversos desafíos que puedan presentarse[7].

La expresión no deja de ser curiosa y matizada. La evangelización no se realiza solamente cuando existen éxitos, o cuando ya se poseen vías claras para proceder, sino simplemente cuando “tratamos” de responder a los “desafíos” que la realidad ofrece. El Papa señala, por ejemplo, la indiferencia relativista asociada a la crisis de las ideologías; la fuerte influencia de los medios de comunicación que dese el exterior introduce elementos ajenos a la fisonomía exterior de las culturas locales; la proliferación de nuevas espiritualidades, algunas de tipo fundamentalista, otras que se afirman como tales aún sin sostener la existencia de Dios; el clima poco acogedor de algunas parroquias y comunidades católicas en las que la burocracia y la administración predomina sobre la pastoral; la secularización que reduce la fe al ámbito de lo privado, que adelgaza la conciencia sobre el pecado personal y social, y que en ocasiones presenta la enseñanza de la Iglesia como un prejuicio particular contrario a la libertad individual. Así mismo, Francisco señala las dificultades contemporáneas sobre el matrimonio y la familia que en ocasiones son reducidas a una suerte de gratificación emotiva sin tomar en cuenta la profundidad del compromiso de los esposos que aceptan entrar en una unión de vida total.

Este difícil escenario descrito por Francisco, sin embargo, está acompañado de la conciencia de la enorme contribución que realiza la Iglesia en el ámbito de la solidaridad, la preocupación por los más necesitados, la educación, la intermediación en conflictos que ponen en riesgo la paz y la defensa de los derechos humanos y ciudadanos. Más aún, es importante apreciar que:

Una mirada de fe sobre la realidad no puede dejar de reconocer lo que siembra el Espíritu Santo. Sería desconfiar de su acción libre y generosa pensar que no hay auténticos valores cristianos donde una gran parte de la población ha recibido el Bautismo y expresa su fe y su solidaridad fraterna de múltiples maneras. Allí hay que reconocer mucho más que unas «semillas del Verbo», ya que se trata de una auténtica fe católica con modos propios de expresión y de pertenencia a la Iglesia. No conviene ignorar la tremenda importancia que tiene una cultura marcada por la fe, porque esa cultura evangelizada, más allá de sus límites, tiene muchos más recursos que una mera suma de creyentes frente a los embates del secularismo actual[8].

En efecto, la grave crisis cultural de nuestro tiempo no es una tragedia, no es un camino fatal hacia el fracaso. Las actitudes reaccionarias nunca son adecuadas para atender fenómenos complejos en los que se entrecruzan graves errores con grandes verdades. Esto que desde un punto de vista puramente filosófico conduce a una lectura analítica y diferenciada de la modernidad y de las diversas reacciones postmodernas, a la luz de la fe adquiere una dimensión aún más grande. Dios actúa “primereándonos”. Llegando antes que nosotros a escenarios inéditos, a problemáticas nuevas, a desafíos no previstos. La presencia real y misteriosa de Dios en la historia, operando al interior de los corazones, requiere ser detectada y animada. No hay que apagar la mecha humeante (cf. Mt 12,20) sino pedir al Espíritu Santo una mirada inteligente para apreciar la verdad y el bien ahí donde acontezcan, aunque sea de manera modesta. Y, a partir de ahí, avanzar en el camino educativo para hallar la plenitud de la vida en Cristo.

En América Latina esto no sólo es importante en la actualidad sino ha sido la clave para una evangelización inculturada desde hace 500 años, tal y como veremos más adelante.

En segundo lugar, el diagnóstico realizado por Francisco en el capítulo II de EG está acompañado por el amplio capítulo IV dedicado explícitamente a la dimensión social de la evangelización. En primer lugar Francisco muestra cómo la dimensión social de la evangelización no es un añadido posterior o secundario a la buena noticia sobre el Reino. Por el contrario, “lo social” es una dimensión constitutiva de la evangelización.

Confesar que el Hijo de Dios asumió nuestra carne humana significa que cada persona humana ha sido elevada al corazón mismo de Dios. Confesar que Jesús dio su sangre por nosotros nos impide conservar alguna duda acerca del amor sin límites que ennoblece a todo ser humano. Su redención tiene un sentido social porque «Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres». Confesar que el Espíritu Santo actúa en todos implica reconocer que Él procura penetrar toda situación humana y todos los vínculos sociales[9].

De esta manera, Francisco corrige la frecuente tentación de mirar a la “pastoral social” como un aspecto adyacente, propio de agentes de pastoral inquietos y un tanto revoltosos. Por el contrario, lo que nos recuerda se encuentra en plena continuidad con el Magisterio de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Baste recordar que el primero, en su Encíclica programática Redemptor hominis,  colocaba como intuición central que Jesucristo revela al hombre lo que el hombre es y por lo tanto que todo lo humano y todo ser humano es auténtico camino para la Iglesia. Esto tiene una consecuencia importante: toda pastoral posee una cristología y una pneumatología implícitas. Cuando una pastoral prescinde parcial o totalmente de la dimensión social de la evangelización tal y como la Doctrina social de la Iglesia lo enseña, la cristología implícita asume – sin desearlo – una  cristología en la que la encarnación es ficticia, inspiracional o tenue. Dicho de otro modo, la cristología docetista reaparece de una forma inédita a través de nuestra omisión. Así mismo, cuando la acción social de los cristianos no se encuentra en el núcleo del anuncio del evangelio, en el fondo, se afirma que el Espíritu Santo se encuentra retraído, que El no persevera sosteniendo a la Iglesia. Una pneumatología retraída o contraída suele estar asociada a un implícito pelagianismo que desconfía de la acción de Dios y privilegia el esfuerzo de la voluntad y las capacidades organizativas de la Iglesia.

“Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios”[10]. Y el Reino de Dios nos precede. Durante un cierto tiempo expresiones como “construir el Reino” o “extender el Reino” fueron interpretadas en algunos ambientes como sinónimos de acción, de proyecto, de propuesta surgida desde nuestras fuerzas. En sus versiones más problemáticas, “el Reino” se concibió como una suerte de estrategia “vértice-base”, en la que es  preciso conquistar prioritariamente a las élites para influir “desde arriba” al cuerpo social.  Esta estrategia, en ocasiones revestida de una retórica aparentemente ortodoxa, propone la realización puramente humana de la vida moral como sinónimo de santidad. Dicho de otro modo, introduce una dinámica inversa a la que podemos encontrar en Flp 2, 6-11. En esta perspectiva, no es la kénosis de Dios la que nos acerca al Reino sino la constitución de una aristocracia espiritual, un cierto reducto de pureza y corrección.

Francisco ha sido sumamente sensible a esta cuestión. Este es uno de los puntos en los que puede percibirse con mayor claridad la continuidad esencial entre él y Benedicto XVI. Precisamente, Joseph Ratzinger, poco antes de ser elegido afirmaba:

La tentación de transformar el cristianismo en moralismo y de concentrar todo en la acción moral del hombre es grande en todos los tiempos. (…) Creo que la tentación de reducir el cristianismo a moralismo es grandísima incluso en nuestro tiempo (…) Dicho de otro modo, Agustín enseña que la santidad y la rectitud cristianas no consisten en ninguna grandeza sobrehumana o talento superior. Si fuera así, el cristianismo se convertiría en una religión para algunos héroes o para grupos de elegidos[11].

La vida cristiana no consiste en la conformación de algún tipo de grupo de élite (económica, espiritual, etc.), en alguna modalidad de acción social organizada, o en la imitación mecánica de algunos rasgos de la conducta de Jesús[12]. La vida cristiana es docilidad a la amistad incondicional que nos ofrece una Presencia que salva, que perdona, que restaura, que libera. Presencia real, no metafórica, de Jesús en la Eucaristía, en la Palabra de Dios y en la carne concreta de todos, en especial, de los más pobres[13].

La opción preferencial por los pobres no es un cierto “sociologismo” o un exotismo  del Papa latinoamericano: “Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica”[14]. Y más adelante nos recuerda:


Quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos[15].

Por esto, hacer comunidades de discipulado misionero, en América Latina, no significa hacer grupitos de gente selecta sino espacios de acogida de todos, todos, todos.

3. La Asamblea Eclesial Latinoamericana

El CELAM dialogó con el Papa Francisco sobre la conveniencia de realizar una VI Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. El Santo Padre no lo vio conveniente. Aparecida tiene aún una agenda pendiente. Por eso, en el diálogo brotó la idea de realizar una asamblea con representantes de todo el pueblo de Dios para que el “sensus fidei fidelium” pudiera expresarse sobre lo que aún falta por hacer conforme a Aparecida. De este modo, se inaugura una nueva experiencia sinodal que sitúa el ejercicio de la colegialidad episcopal al interior de la más amplia sinodalidad eclesial.  Se realizó a través de un ampio proceso de consulta y a través de un encuentro presencial y virtual del 21 al 28 de noviembre de 2021.

Así como la II Conferencia celebrada en Medellín en 1968 acogió en América Latina las enseñanzas del Concilio Vaticano II, esta Asamblea es una recepción renovada de la eclesiología del Concilio, en clave sinodal. El Papa Francisco solicitó “reavivar Aparecida”, para afrontar los desafíos del presente.

Tal vez la primera buena noticia de la Asamblea Eclesial es justamente el ser un hecho sinodal. La comunión sin sinodalidad fácilmente se presta a una colegialidad un tanto clerical y homogeneizante. La sinodalidad sin comunión eclesial verdadera es populismo eclesiástico. El Papa, poco tiempo después de la Asamblea Eclesial, le ha dicho a la Pontificia Comisión para América Latina:

La Iglesia es ‘un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ [LG 4]. Por ello, en la realidad que denominamos ‘sinodalidad’ podemos localizar el punto en el que converge misteriosa pero realmente la Trinidad en la historia. De este modo, la palabra ‘sinodalidad’ no designa un método más o menos democrático y mucho menos ‘populista’ de ser Iglesia. Estas son desviaciones. La sinodalidad no es una moda organizacional o un proyecto de reinvención humana del Pueblo de Dios. Sinodalidad es la dimensión dinámica, la dimensión histórica de la comunión eclesial fundada por la comunión trinitaria, que apreciando simultáneamente el sensus fidei de todo el santo pueblo fiel de Dios, la colegialidad apostólica y la unidad con el Sucesor de Pedro, debe animar la conversión y reforma de la Iglesia a todo nivel.[16]

En el documento elaborado por el Equipo de Reflexión Teológica del CELAM a partir de las conclusiones y experiencia vivida en la Asamblea Eclesial, se lee:

En la Asamblea se dijo que “el proyecto de Aparecida solo será puesto en práctica si somos realmente una Iglesia sinodal”. La sinodalidad requiere comprender y vivir el hecho de que todos somos Pueblo de Dios. Desde el sacerdocio común, todos los fieles, unidos por la igualdad radical que otorga la dignidad bautismal, somos convocados a una participación activa en la Iglesia y en su misión. Se puede hablar de la emergencia de una nueva eclesialidad sinodal en la región.[17]

Más aún, la evangelización es anuncio de la buena nueva de Jesús, que viene a nosotros para que tengamos vida, vida en sentido pleno, integral.

Caminar hacia una Iglesia servidora del Reino de Dios, implica llevar a cabo una evangelización integral, que abarque “la persona entera y toda la humanidad” (PP 14), así como la obra de la creación. Dado que consiste en hacer presente el Reino de Dios en el mundo ella incluye la promoción humana y el desarrollo integral (cf. EG 178). Consecuentemente, la Iglesia está llamada a hacerse presente en todas las esferas de la vida, llevando a cabo una acción pastoral más allá de las fronteras eclesiales, en los ámbitos socioeconómico, político, cultural y ecológico.[18]

Esta forma de evangelización integral se realiza de manera diversificada, a través de cuatro ámbitos principales de realización:

En Querida Amazonía, el Papa Francisco proyecta el horizonte de una evangelización integral, con directrices de acción en cuatro ámbitos a partir de los cuatro sueños que también interpelan al continente y a la Iglesia entera (cf. QAm 7). Un sueño social: una América Latina y un Caribe que luchen por los derechos de los más pobres. Un sueño cultural: un pueblo que ame sus raíces y preserve sus identidades. Un sueño ecológico: un continente que custodie su belleza natural, conectado a una ecología humana y social. Un sueño eclesial: una Iglesia con rostro latinoamericano y caribeño, que proporcione “una presencia capilar y protagonista del laicado en la Iglesia” (QAm 94).[19]

La exposición amplia del contenido de los cuatro sueños no la podemos desarrollar aquí. Sin embargo, el Mensaje al pueblo de América Latina y el Caribe, nos ofrece una suerte de síntesis:

¿Cuáles son entonces esos desafíos y orientaciones pastorales que Dios nos llama a asumir con mayor urgencia? La voz del Espíritu ha resonado en medio del diálogo y el discernimiento señalándonos varios horizontes que inspiran nuestra esperanza eclesial: la necesidad de trabajar por un renovado encuentro de todos con Jesucristo encarnado en la realidad del continente; de acompañar y promover el protagonismo de los jóvenes; una adecuada atención a las víctimas de los abusos ocurridos en contextos eclesiales y comprometernos a la prevención; la promoción de la participación activa de las mujeres en los ministerios y en los espacios de discernimiento y decisión eclesial. La promoción de la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural; la formación en la sinodalidad para erradicar el clericalismo; la promoción de la participación de los laicos en espacios de transformación cultural, política, social y eclesial; la escucha y el acompañamiento del clamor de los pobres, excluidos y descartados. La renovación de los programas de formación en los seminarios para que asuman la ecología integral, el valor de los pueblos originarios, la inculturación e interculturalidad, y el pensamiento social de la Iglesia como temas necesarios, y todo aquello que contribuya a la adecuada formación en la sinodalidad.

Renovar a la luz de la Palabra de Dios y el Vaticano II nuestro concepto y experiencia de Pueblo de Dios; reafirmar y dar prioridad a la vivencia de los sueños de Querida Amazonía; y acompañar a los pueblos originarios y afrodescendientes en la defensa de la vida, tierra y sus culturas. Con gratitud y alegría reafirmamos en esta Asamblea Eclesial que el camino para vivir la conversión pastoral discernida en Aparecida, es el de la sinodalidad. La Iglesia es sinodal en sí misma, la sinodalidad pertenece a su esencia; por tanto, no es una moda pasajera o un lema vacío. Con la sinodalidad estamos aprendiendo a caminar juntos como Iglesia Pueblo de Dios involucrando a todos sin exclusión, en la tarea de comunicar la alegría del Evangelio, como discípulos misioneros en salida. El desborde de la fuerza creativa del Espíritu nos invita a seguir discerniendo e impulsando los frutos de este acontecimiento eclesial inédito para nuestras Iglesias y comunidades locales que peregrinan en América Latina y el Caribe. Nos comprometemos a seguir por el camino que nos señala el Señor, aprendiendo y creando las mediaciones adecuadas para generar las transformaciones necesarias en las mentalidades, en las relaciones, en las prácticas y en las estructuras eclesiales (cf. DSD 30).

4. El horizonte 2031-2033

Finalmente, la evangelización en América Latina en la actualidad comienza a advertir el horizonte 2031-2033.

Más allá de documentos y esfuerzos sinodales, la providencia ha dispuesto dos fechas importantes en nuestro horizonte próximo. En 2031 celebraremos el V Centenario del acontecimiento guadalupano. En 2033 se cumplirán dos mil años de la Redención. Ambos momentos están íntimamente conectados. María prepara el camino para que podamos redescubrir la centralidad de Jesucristo, único Redentor de la humanidad. Habrá que esperar las pertinentes indicaciones del Papa para la preparación y celebración de ambos momentos. Sin embargo, Francisco ya nos ha adelantado algo al afirmar el 12 de diciembre de 2022 que:

Llegó a las tierras de América nuestra Señora de Guadalupe, presentándose como la «Madre del verdaderísimo Dios por quien se cree», vino para consolar y atender las necesidades de los más pequeños, sin excluir a nadie, para arroparlos como madre solícita con su presencia, su amor y su consuelo. Es nuestra madre mestiza. (…) Hoy como ayer Santa María de Guadalupe quiere encontrarse con nosotros, como un día con Juan Diego en el cerrito del Tepeyac. Quiere quedarse con nosotros. Nos suplica que le permitamos ser nuestra madre, que abramos nuestra vida a su Hijo Jesús y acojamos su mensaje para aprender a amar como Él. Ella vino para acompañar al pueblo americano en este camino tan duro de pobreza, explotación, colonialismos socioeconómicos y culturales.

Ella está en medio de las caravanas que buscando libertad y bienestar caminan hacia el norte. Ella está en medio de ese pueblo americano amenazado en su identidad por un paganismo salvaje y explotador, herido por la predicación activa de un ateísmo práctico y pragmático. Ella está allí. Soy tu madre, nos dice. La madre del amor por quien se vive.

Hoy, 12 de diciembre, se inicia en el continente americano la Novena Intercontinental Guadalupana, camino que prepara la celebración del V Centenario del Acontecimiento Guadalupano en 2031. Exhorto a todos los miembros de la Iglesia que peregrina en América, pastores y fieles, a participar en este camino celebrativo, pero por favor que lo hagan con verdadero espíritu guadalupano.[20]

En efecto, hace cinco siglos la Virgen María se apareció en el cerro del Tepeyac a un indígena marginal, a un fiel laico que no sabía todavía los verdaderos alcances de la fe, en una circunstancia sumamente compleja.

Como todos sabemos, en 1492 Cristóbal Colón había descubierto el “nuevo mundo”. Pocos años después, en 1521, las fuerzas militares españolas asociadas a diversas tribus indígenas que habían estado sometidas al imperio azteca destruyen la Gran Tenochtitlán. La Gran Tenochtitlán era una ciudad enorme, construida sobre un gran lago. En el centro se encontraba una enorme pirámide que fue demolida casi en su totalidad.

Miles y miles de aztecas murieron en el conflicto armado. Pero muchos más comenzaron a fallecer a causa de las nuevas enfermedades europeas para las que no tenían defensas. Todas las familias tuvieron pérdidas enormes: los hijos, los padres, las esposas habían sido asesinadas o habían muerto de viruela.

La derrota militar significó no sólo perder una guerra sino principalmente una catástrofe cósmica, teológica, universal. Para un indígena en el siglo XVI que veía una destrucción tan grande, todo el universo se desplomaba.

Diez años después de la conquista y destrucción del imperio azteca, el escenario era de desolación, de depresión y de profundo resentimiento.

Los españoles no sabían qué hacer: sus propósitos de anunciar la fe cristiana a través de la espada tenían poco éxito. No se conocían mucho en aquellas épocas sobre evangelizar la cultura e inculturar el evangelio. No sabían reconocer “semillas del Verbo” en la religiosidad de los indígenas. Más bien, los españoles interpretaban como algo “demoniaco” la cultura y la religión de los aztecas.

Por su parte, los indígenas tampoco sabían muy bien qué cosa podía suceder. Todo era incierto. Sus antiguos jefes estaban derrotados. Sus antiguos templos se encontraban destruidos. Lo poco que podían hacer era obedecer. Muchos indígenas trabajaban en la construcción de nuevos edificios y de las primeras iglesias. Escondían sus antiguos ídolos en los cimientos de las Iglesias. Así, al entrar a los templos católicos, hacían oración pensando en las deidades antiguas que se encontraban escondidas bajo los altares.

En una palabra: todo apuntaba a un gran fracaso.

Sin embargo, de repente, fuera de toda planeación, de toda estrategia, sucede algo totalmente imprevisto. el 9 de diciembre de 1531, un indígena que se había convertido, caminaba en el cerro del Tepeyac. El nombre del indígena era “Juan Diego Cuauhtlatoatzin”, esta última palabra significa: “el águila que habla”. Juan Diego era un indígena de 57 años, marginal, agradecido por haber encontrado la fe en Jesucristo pero triste por descubrir que muchos de los conquistadores tenían endurecido el corazón.

Caminando, Juan Diego escucha cantos de aves, y de repente, se encuentra a una Señora vestida de sol, es decir, una mujer luminosa que con su presencia eclipsa al antiguo “dios sol”. Ella le dice:  “Juanito: el más pequeño de mis hijos, yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive. Deseo vivamente que se me construya aquí una casita sagrada, un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a todos los que me invoquen y en mí confíen. Ve donde vive el obispo y dile que deseo un templo en este lugar.”

No podemos continuar narrando la historia de las apariciones del Tepeyac. Simplemente, deseamos destacar que América nace como un pueblo nuevo, que ya no es indígena y que ya no es español, a través de la presencia mestiza de la Virgen de Guadalupe que dialoga con san Juan Diego y lo introduce en una pedagogía espiritual sumamente conmovedora.

La reconciliación social que se operó gradualmente a partir de 1531 rebasa tanto la lógica colonial como la disposición interior de los indígenas, mostrando que verdaderamente Dios nos primereó a través de la Virgen de Guadalupe, e introdujo en el ethos latinoamericano un ingrediente nuevo: la posibilidad de una fraternidad construida desde el evangelio anunciado a los más pobres.

De cara a la evangelización de América hay al menos cinco cosas que conviene recuperar en el camino hacia el V centenario del acontecimiento guadalupano:

  • Mariología cristocéntrica: el mensaje del Tepeyac anuncia nítidamente a Jesucristo como único redentor de la humanidad. Ella no se propone tácita o explícitamente como el centro sino como camino hacia su Hijo.
  • Reivindicación del papel y la dignidad de la mujer en la evangelización: América Latina nace desde una presencia femenina que muestra la fuerza de la maternidad y el poder de acoger. El testamento de la cruz, “Mujer ahí tienes a tu hijo”, “Hijo, ahí tienes a tu Madre” (cf. Jn 19, 21-27) pareciera volverse a repetir cuando María, con gran ternura, le dice a san Juan Diego: «Juanito: el más pequeño de mis hijos, yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive.”
  • Opción preferencial por los marginados: san Juan Diego es un fiel laico marginal que es escogido por la Virgen para cumplir una misión extraordinaria.
  • Evangelización inculturada: la imagen y el mensaje del Tepeyac asumen sin destruir los lenguajes, símbolos y mentalidad de las comunidades prehispánicas. De esta manera, la profunda religiosidad prehispánica es asumida y elevada por el encuentro con la fe cristiana. Así mismo, una nueva síntesis cultural barroca, emerge poco a poco y da lugar a un ethos original que no es pacíficamente reconducible a la ilustración europea o a alguna cultura precolombina. Una “modernidad” peculiar nace y genera un sustrato cultural que aún existe en el día de hoy.
  • Sinodalidad y comunión: san Juan Diego, fiel laico marginal, lleva la buena noticia al obispo. El obispo, pide un signo, y san Juan Diego, obedece. En esta circularidad una protoexperiencia de sinodalidad y comunión simultáneas se establece.

Muchas otras cosas habría que decir. Por el momento, concluimos simplemente señalando que el horizonte 2031-2033 nos regala a toda América, y a los pueblos vinculados con la evangelización de América, la gran oportunidad de reaprender a ser hermanos.

En tiempos de polarización y radicalización en posturas sociales, políticas y aún eclesiales, Santa María de Guadalupe y Jesucristo único Redentor, nos invitan a pedir nuevamente el milagro de la reconciliación y la unidad. Para ello, es preciso recuperar la dimensión dinámica de la comunión, es decir, la experiencia de una Iglesia en movimiento, que no cesa de buscar caminos fraternos para construir el presente y el futuro.

Quiera Dios que esto sea posible, con nuestra colaboración sencilla, sabiendo que la gracia siempre nos acompaña en el camino del anuncio alegre del evangelio de Jesucristo.

Rodrigo Guerra López* – Universidad Eclesiástica San Dámaso – Madrid, 9 de febrero 2024

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* Doctor en filosofía por la Academia Internacional de Filosofía en el Principado de Liechtenstein; miembro ordinario de la Pontificia Academia para la Vida, de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales; Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina. E-mail: [email protected]

[1] Cf. K. Wojtyla, Persona y acción, Palabra, Madrid 2012.

[2] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 181.

[3] Cf. R. Oliveros, Historia de la teología de la liberación, en I. Ellacuría-J. Sobrino, Mysterium liberationis, Trotta, Madrid 1994, T. I, p.p. 17-50.

[4] San Paulo VI, Homilía para los campesinos colombianos, 23 de agosto 1968.

[5][5] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Aparecida, CELAM, Bogotá 2007, n.n. 11 y 12.

[6] Cf. R. Guerra López, “Francesco e il cambiamento d’epoca”, en M. Borghesi (ed.), Da Bergoglio a Francesco. Un pontificato nella storia, Studium, Roma 2022.

[7] EG61.

[8] EG 68.

[9] EG 178.

[10] EG 176.

[11] J. Ratzinger, “Presentación del libro El Poder y la Gracia. Actualidad de San Agustín” en 30 Giorni, n. 5, 2005.

[12] “Este es el horrendo y oculto veneno de vuestro error: que pretendéis hacer consistir la gracia de Cristo en Su ejemplo y no en el don de Su persona”. [San Agustín de Hipona, Contra Iulanium, Opus imperfectum].

[13] Cf. Juan Pablo II, Ecclesia in America, n. 12.

[14] EG 198.

[15] Ibidem.

[16] Francisco, Sinodalidad y comunión. Videomensaje con motivo de la Asamblea plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, 24 – 27 de mayo de 2022.

para América Latina (24-27/05/2022).

[17] Hacia una Iglesia sinodal en salida a las periferias, Reflexiones y propuestas pastorales a partir de la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, n. 196.

[18] Ibidem, n. 233.

[19] Ibidem, 234.

[20] Francisco, Homilía en la fiesta de la Virgen de Guadalupe, 12 de diciembre 2022.