Beata Isabel Canori Mora

Laica, madre de familia

El santo es un héroe del amor. Con la gracia de Cristo puede alcanzar cotas sublimes desconocidas para muchas personas que tal vez no se han adentrado en la profunda belleza de la vida mística. Esta perspectiva permite entender el lenguaje de los santos, y su fortaleza viviendo el mensaje evangélico sin adulterarlo. Antes de narrar la tormentosa existencia de la beata, hay que decir que el raciocinio no puede acoger la respuesta que dio a momentos delicados de su acontecer. Vivió hechos que para una sociedad sensibilizada ante los malos tratos domésticos, como la de hoy día, no podría entenderse su actuación. Desde la perspectiva de la virtud se constata que fue fidelísima a lo que entendió que debía hacer en esos instantes. Pero un desconocedor de la vida espiritual podría tender a desvirtuar la clave del amor desde Cristo con el que esta beata vivió su particular martirio. En una palabra, la razón situaría su proceder en una dimensión distinta de la que pretendió, que no fue otra que aprovechar las circunstancias dolorosas para su santificación. Su vida estuvo marcada por profundos sufrimientos: infidelidad y maltrato de su esposo, el jurista romano, Cristóforo Mora, muerte prematura de dos de sus cuatro hijos, persecuciones familiares y graves problemas económicos

Nació en Roma el 21 de noviembre de 1774. Sus padres, que gozaban de buena posición y eran creyentes, la matricularon en el colegio regido por las Hermanas Agustinas de Cascia. Ya se apreciaba en ella una sensibilidad hacia la vida espiritual, con la práctica de la oración y de la penitencia. En una experiencia mística que tuvo a los 12 años, hizo voto de castidad. Ese anhelo perecería cuando se dejó llevar por otros afanes de juventud impregnados de banalidad. Todo transcurría dentro de un cierto orden, hasta que en 1796 contrajo matrimonio. De sus posteriores manifestaciones se deduce que a ello le llevó una cierta insensatez, ya que califica su decisión como «temerario atentado», un «enorme delito» o un «nefando perjurio». Y es que las debilidades de su esposo fueron el detonante de la mayoría de sus desgracias. Además de humillarla psicológicamente y de maltratarla físicamente, con la infidelidad a la que la sometió arrojándose a otros brazos, abrió la puerta a la desidia. Perdió su trabajo y llevó a todos a la ruina.

A tantas afrentas, y sin aceptar la sugerencia de sus más cercanos, e incluso de su confesor, que consideraban que debía abandonarlo, Isabel respondió ejercitando la paciencia y el perdón mientras oraba por él insistentemente confiando en su conversión. Llevada de este anhelo, exclusivamente, determinó ofrendar a Cristo el sacrificio de su vida, que entregó también por la mujer que ocupaba el corazón de su esposo, impidiendo que se hablase mal de ella en su presencia. Tuvieron cuatro hijas, de las que solo sobrevivieron dos. A ella le debían haberlas sacado adelante obteniendo el sustento con su propio trabajo. Después, una de las hijas, María Lucina, que fue religiosa, se convirtió en su biógrafa.


En 1801 Isabel contrajo una grave enfermedad; en su curación hubo algo de sobrenatural y supuso el inicio de sublimes experiencias místicas que se prolongaron desde 1807 hasta 1824. La familia fue un pilar para ella, y las atenciones y cuidados que prodigaba a la suya, las extendió a otras necesitadas. Una de sus características fue la alegría, que acompañaba a los celestiales consuelos que recibía. Ahora bien, como en sus visiones frecuentemente se le daban a entender las estremecedoras tribulaciones que aquejarán a la Iglesia en los últimos tiempos, y la ingratitud de muchos seres humanos ante el amor de Dios, sufría poderosamente y vertía abundantes lágrimas. Tuvo el don de profecía. Vaticinó la conversión de su esposo y su vinculación a la Orden Terciaria Trinitaria, hecho que se produjo en 1807. Isabel murió el 5 de febrero de 1825 y Cristóforo profundamente arrepentido ingresó con los Terciarios trinitarios ese mismo año. Luego fue Fraile Menor Conventual y sacerdote. Al morir en 1845 lo hizo con fama de santidad. Isabel fue beatificada por Juan Pablo II el 24 de abril de 1994, declarado Año Internacional de la Familia.

© Isabel Orellana Vilches, 2024
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