Cardenal Arizmendi: Corresponsales en la Misión de la Iglesia

Todos somos misioneros, por nuestro bautismo

El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “Corresponsales en la Misión de la Iglesia”.

***

El Sínodo de los Obispos se inició el 4 de octubre, con ayuda de muchos laicos, religiosas y sacerdotes, incluso con miembros de confesiones no católicas. Durante los primeros días, se compartió la experiencia de cómo se ha vivido la sinodalidad en la Iglesia. Del 9 al 12 de octubre, se abordó lo que implica vivir la comunión eclesial, para ser más plenamente signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad del género humano. Ahora, del 13 al 17, se reflexiona sobre la esencial dimensión misionera de la Iglesia: Sección B 2 del Instrumentum laboris.

Se recuerda algo que desde hace tiempo la Iglesia nos ha insistido: que todos somos misioneros, por nuestro bautismo. El problema se plantea cuando nos preguntamos qué nos toca a cada quien: laicado y jerarquía, y qué implica ser ministro ordenado como diácono, presbítero u obispo, para no acaparar la misión, sino promover que todos ejerzan su dimensión misionera desde su propia vocación en la Iglesia. Transcribo literalmente los textos que inspiran esta Sección:

B 2. Corresponsables en la misión. ¿Cómo compartir dones y tareas al servicio del Evangelio?

  1. «La Iglesia, durante su peregrinación en la tierra, es por naturaleza misionera» (AG 2). La misión constituye el horizonte dinámico desde el que pensar la Iglesia sinodal, a la que imparte un impulso hacia el «éxtasis», «que consiste en salir [… de sí] para buscar el bien de los demás, hasta dar la vida» (CV 163; cf. también FT 88). En otras palabras, la misión permite revivir la experiencia de Pentecostés: habiendo recibido el Espíritu Santo, Pedro con los Once se levanta y toma la palabra para anunciar a Jesús muerto y resucitado a cuantos se encuentran en Jerusalén (cf. Hch 2,14-36). La vida sinodal hunde sus raíces en el mismo dinamismo: son numerosos los testimonios que describen en estos términos la experiencia vivida en la primera fase y aún más numerosos son los que vinculan de manera inseparable sinodalidad y misión.
  2. En una Iglesia que se define a sí misma como signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad del género humano (cf. LG 1), el discurso sobre la misión se centra en la transparencia del signo y en la eficacia del instrumento, sin las cuales cualquier anuncio tropezará con problemas de credibilidad. La misión no consiste en comercializar un producto religioso, sino en construir una comunidad en la que las relaciones sean transparencia del amor de Dios y, de este modo, la vida misma se convierta en anuncio. En los Hechos de los Apóstoles, el discurso de Pedro va seguido inmediatamente de un relato de la vida de la comunidad primitiva, en la que todo se convertía en ocasión de comunión (cf. 2,42-47): esto le confería capacidad de atracción.
  3. En esta línea, la primera pregunta sobre la misión se refiere precisamente a lo que los miembros de la comunidad cristiana están dispuestos a poner en común, partiendo de la irreductible originalidad de cada uno, en virtud de su relación directa con Cristo en el Bautismo y de su ser habitado por el Espíritu. Esto hace que la aportación de cada bautizado sea preciosa e indispensable. Una de las razones del sentimiento de asombro que se registró durante la primera fase está precisamente ligada a la posibilidad de contribuir: «¿Puedo realmente hacer algo?». Al mismo tiempo, se invita a cada persona a que asuma su propio carácter incompleto, es decir, la conciencia de que para llevar a cabo la misión, todos son necesarios o, dicho de otro modo, que la misión tiene también una dimensión constitutivamente sinodal.
  4. Por eso, la segunda prioridad identificada por una Iglesia que se descubre como sinodal misionera se refiere al modo en que consigue realmente solicitar la contribución de todos, cada uno con sus dones y tareas, valorando la diversidad de los carismas e integrando la relación entre dones jerárquicos y carismáticos[8]. La perspectiva de la misión sitúa los carismas y los ministerios en el horizonte de lo común y, de este modo, salvaguarda su fecundidad, que, en cambio, resulta comprometida cuando se convierten en prerrogativas que legitiman lógicas de exclusión.Una Iglesia sinodal misionera tiene el deber de preguntarse cómo puede reconocer y valorar la aportación que cada bautizado puede ofrecer a la misión, saliendo de sí mismo y participando junto con otros en algo más grande. «Contribuir activamente al bien común de la humanidad» (CA 34) es un componente inalienable de la dignidad de la persona, incluso dentro de la comunidad cristiana. La primera contribución que cada uno puede hacer es discernir los signos de los tiempos (cf. GS 4), para mantener la conciencia de la misión en sintonía con el soplo del Espíritu. Todos los puntos de vista tienen algo que aportar a este discernimiento, empezando por el de los pobres y excluidos: caminar junto a ellos no significa sólo asumir sus necesidades y sufrimientos, sino también aprender de ellos. Este es el modo de reconocer su igual dignidad, escapando a las trampas del asistencialismo y anticipando, en la medida de lo posible, la lógica de los cielos nuevos y de la tierra nueva hacia la que nos encaminamos.
  5. Las fichas de trabajo relativas a esta prioridad intentan concretar esta cuestión de fondo en relación con temas como el reconocimiento de la variedad de vocaciones, carismas y ministerios, la promoción de la dignidad bautismal de las mujeres, el papel del ministerio ordenado y, en particular, el ministerio del obispo en el seno de la Iglesia sinodal misionera.

Estas son las preguntas que se proponen, para que los grupos den su palabra al respecto. Aquí ya se empiezan a abordar temas discutidos: el lugar de la mujer (¿Puede ser ordenada como diáconisa o presbítera? ¿Qué cargos puede ocupar en la Iglesia?), el lugar del sacerdote (¿Cómo relacionarse con las demás vocaciones? ¿Pueden ser ordenados hombres casados? ¿Cómo superar el clericalismo?) y cómo ser mejores obispos, en esta Iglesia sinodal; incluso se pide revisar la forma en que el Papa ejerce su servicio: ¿Cómo revisar el perfil del obispo y el proceso de discernimiento para identificar candidatos al Episcopado en una perspectiva sinodal? ¿Cómo deben evolucionar, en una Iglesia sinodal, el papel del obispo de Roma y el ejercicio del primado?  Así de explícitas están las preguntas que se discuten en los grupos. Oremos al Espíritu.


Fichas de trabajo para B 2. Corresponsables en la misión.

B 2.1 ¿Cómo podemos caminar juntos hacia una conciencia compartida del significado y el contenido de la misión?

B 2.2 ¿Qué hacer para que una Iglesia sinodal sea también una Iglesia misionera “totalmente ministerial”?

B 2.3 ¿Cómo puede la Iglesia de nuestro tiempo cumplir mejor su misión mediante un mayor reconocimiento y promoción de la dignidad bautismal de las mujeres?

B 2.4 ¿Cómo puede valorarse el ministerio ordenado, en su relación con los ministerios bautismales, en una perspectiva misionera?

B 2.5 ¿Cómo renovar y promover el ministerio del obispo en una perspectiva sinodal misionera?