Consagración de Rusia y Ucrania: La Virgen puede y quiere la paz

“Hoy nos unimos desde todos los rincones de la Tierra en una petición colosal de paz, confiando en que el Corazón de María, Reina de la Paz, nos traerá la paz y la unidad”

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El Papa Francisco en Fátima, 13 mayo 2017 L'Osservatore Romano

“La Virgen puede y quiere la paz”: El sacerdote D. José Antonio Senovilla comparte este artículo sobre la consagración de Rusia y Ucrania al corazón Inmaculado de María, que tendrá lugar en la tarde de hoy, 25 de marzo de 2022, en el aniversario, 38 años después, de la realizada por san Juan Pablo II.

“Hoy nos unimos desde todos los rincones de la Tierra en una petición colosal de paz y lo volvemos a hacer confiando en que el Corazón de María, Reina de la Paz, nos traerá la paz y la unidad”.

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Fátima es un hecho histórico sin igual. Muchas veces invocamos a la Virgen como Esperanza nuestra y Ella siempre responde. Pero en Fátima fue Ella misma la que tomó la iniciativa. Y ahí está nuestra esperanza: la Virgen viene de parte de Dios -y con la fuerza de Dios- en nuestra ayuda. Y Dios lo puede todo. En Fátima, nuestra Madre Santa María asume personalmente el reto de la paz: por eso pide que consagremos a su Corazón Inmaculado Rusia y el mundo. Ella nos va a dar la paz. Ya lo hizo, y lo hará de nuevo.

Como leemos a lo largo de las páginas en las que Lucía nos relata las apariciones de la Virgen (Memorias de la Hermana Lucía, Fundación Francisco y Jacinta Marto, Fátima-Portugal) Dios, a través de su Madre Santísima, anunció al mundo a comienzos de un siglo totalmente impredecible todo el mal que la Humanidad podría infligirse a sí misma si no se convertía… Y con el anuncio, nos dió los medios para alcanzar esa conversión personal y ayudar a muchos que están perdidos y sin ayuda a encontrar la paz: la paz en el mundo y la paz los corazones. La paz que se encierra en el Corazón Sacratísimo y Misericordioso de Jesús y en el Corazón dulcísimo de María, Reina de la Paz. La paz que está destinada a nuestros corazones y que desde ahí saltará al mundo.

Las armas de paz que Fátima pone en nuestras manos están llenas de eficacia. Son el remedio que una Madre amorosísima entrega a sus hijos que están en un gravísimo peligro. Son verdaderas armas de paz -no de guerra- y de ayuda a la conversión de los pobres pecadores quienes, sin nuestra ayuda, quizá se perderían para siempre.

Fátima es un grandísimo manantial de esperanza. No estamos solos ante el mal inmenso que el demonio ha sembrado en nuestro tiempo (Cfr. Texto de la Consagración de san Juan Pablo II al Corazón Inmaculado de María, 25 de marzo de 1984). La Virgen está cerca de cada uno, de todos.

Quien aprende a rezar el Rosario sabiendo que María está a su lado -como en Lourdes, como en Fátima, como siempre- y deja en su Corazón Inmaculado todas sus penas y angustias… ése sabe que la Virgen siempre cumple sus promesas: “Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”, pide María a los pastorcillos en su primera aparición del 13 de mayo… Vosotros rezáis conmigo el Rosario y yo os doy la paz: paz para el mundo, para las naciones, para las familias, para nuestros corazones… Es un verdadero contrato, una permuta: ¡Es verdad! Quien quiera, lo podrá comprobar personalmente. Es muy fácil. No falla.

Un pequeño entrañable detalle. Cuando estaba terminando de escribir este artículo recibí un mensaje de mi amigo el padre Oleg, un sacerdote ortodoxo de Jersón, una de las ciudades más castigadas por la guerra en Ucrania. Me dice que agradece de corazón toda la oración y la ayuda que está recibiendo de sus amigos católicos. Me dice que desde que comenzó el conflicto está rezando el Rosario cada día: un rosario que pude regalarle en la primera ocasión en la que nos encontramos en Kiev, allá por octubre de 2013. Un Rosario rezado por católicos y ortodoxos en el que cabe la paz, la esperanza, la unidad. Una oración gratísima que María recoge en su Corazón.

Quien aprenda de la Virgen de Fátima, Madre y Maestra, a dar sentido a todo lo que hace, a ofrecerlo como sacrificio a Dios, pagando así la deuda debida por los pecados de muchos… Quien aprende a ofrecer esos sacrificios acompañándolos de esa oración que la misma Virgen nos enseñó: “Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores, y en reparación por los pecados cometidos contra el Corazón Inmaculado de María” … Quien escuche estas lecciones tan sencillas y profundas… Ese se sentirá protagonista de una batalla diaria de paz: la mayor epopeya a la que pudimos ser convocados.

Y, además, la Comunión reparadora de los primeros sábados… Con la fuerza de Cristo Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte. Con la fuerza de Cristo Eucaristía… El sábado, el día de la Virgen…


Esta tarde, en el aniversario de aquella otra Consagración, el Santo Padre Francisco volverá a consagrar solemnemente, en unión con todos los Obispos del mundo, Ucrania y Rusia al Corazón Inmaculado de María. Desde que la Virgen pidió esta Consagración expresamente en junio de 1929, muchos papas lo intentaron, sin conseguirlo plenamente. Hasta que san Juan Pablo II sí lo logró el 25 de marzo de 1984. Ahí estaba el Santo Padre en unión vía satélite con los obispos todo del mundo, y ahí se consagró Rusia, tal y como la Virgen pidió: así lo confirmó Lucía y así lo ha confirmado la Santa Sede.

También en su testamento espiritual, y con motivo de la publicación de la tercera parte del Secreto de Fátima, san Juan Pablo II, testigo excepcional de todo el misterio de Fátima, explica cómo esa consagración evitó ya entonces una devastadora guerra nuclear que hubiera destruido gran parte de la Humanidad (Cfr. Memorias de la Hermana Lucía, Tercer Apéndice, in fine).

Ahora, de nuevo, nos encontramos en un gravísimo peligro de confrontación mundial que resultaría devastadora. Ahora sufrimos una infernal siembra de odio y de sangre, que se ceba especialmente en las benditas tierras de Ucrania, las primeras que fueron consagradas a la protección especial de Santa María. Ahora -y pocos son conscientes de que éste es el núcleo del mensaje de Fátima y de todo lo que está ocurriendo- resulta muy fácil culpar a otros y pensar que son los demás, y no cada uno de nosotros, los que tienen que poner solución a todo este horror. ¡Qué gran error! Son los pecados de cada uno de nosotros los que han provocado todo esto, tal y como recogió la Consagración de san Juan Pablo II hace treinta y ocho años y tal como reconocieron los obispos de Ucrania al comienzo de este conflicto (Consagración de Ucrania y Rusia al Inmaculado Corazón de María por parte de los obispos ucranianos de rito Latino-Romano, Járkov 20 de marzo de 2014).

Hoy rezaremos con el Santo Padre: “Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales (…). Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común. Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor.

En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por su bondad divina estás con nosotros, e incluso en las vicisitudes más adversas de la historia nos conduces con ternura.

Por eso recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la conversión” (Consagración del Papa Francisco al Corazón Inmaculado de María, 25 de marzo de 2022).

Con la confianza de ser hijos tan amados, hoy nos unimos de corazón a los Corazones de Jesús y de  María, al corazón del Santo Padre y de nuestros Pastores en todo el mundo, a los corazones de muchos hermanos nuestros ortodoxos y de muchísimos que creen que Jesús es nuestro único Salvador.

Hoy nos unimos desde todos los rincones de la Tierra en una petición colosal de paz y lo volvemos a hacer confiando en que el Corazón de María, Reina de la Paz, nos traerá la paz y la unidad.

Lo que queda de Fátima es muy esperanzador: hay muchos planos presentes lo que está ocurriendo, también el plano ecuménico. Lo que Fátima promete se cumple. Y Fátima promete el avance en el camino de la unidad cristiana de Oriente y Occidente (perdida hace casi un milenio), el triunfo del Corazón Inmaculado de María (nuestro personal Fiat a Dios) y la verdadera Paz. Con la fuerza de Dios y la intercesión de María, la Consagración de hoy parará el mal, tal y como ya lo hizo en 1984, y adelantará el bien que esperamos.

“Mujer del sí, sobre la que descendió el Espíritu Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios. Tú que eres “fuente viva de esperanza”, disipa la sequedad de nuestros corazones. Tú que has tejido la humanidad de Jesús, haz de nosotros constructores de comunión. Tú que has recorrido nuestros caminos, guíanos por sendas de paz. Amén”. (Final del texto de la Consagración del Papa Francisco).