Depresión de los santos

Convirtieron su depresión en oración, y se abrió para ellos el camino de la esperanza

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Hay un clásico de la literatura espiritual titulado: “Los defectos de los santos” de Jesús Urteaga Loidi. Este breve texto busca ser una actualización y complemento de tal libro. En realidad, Urteaga se refiere a los santos de la Biblia y sólo a sus flaquezas morales. El mensaje es claro: busca transmitir esperanza en la búsqueda de la santidad, mostrar cómo nadie nace santo, y como ellos tienen, como nosotros, sus luchas y sus caídas, pero siempre se levantan. En este texto, también partiendo de personajes centrales del Antiguo Testamento, busco mostrar cómo las flaquezas humanas en general -no sólo morales- sino psicológicas o anímicas, también están presentes en los santos, de manera que no tenemos que extrañarnos por tenerlas, menos aún ponerlas como excusa para no tender a la santidad.

Quizá la forma más brutal de abatimiento y desesperanza ante la vida sea el suicidio. Son desalentadores los índices de suicidio, sobre todo en jóvenes, los cuales han crecido exponencialmente durante este milenio. Es particularmente alarmante enterarse de que algún amigo o familiar ha tenido un intento de suicidio, y doloroso quizá el experimentar personalmente, en alguna ocasión, el deseo de morir, el desencanto ante la vida, considerarla más como un castigo o una carga que como un don. Pues bien, esta última situación la experimentaron dos de los personajes más egregios del Antiguo Testamento: Moisés y Elías, y no veo motivo por el que un santo posterior a la venida de Cristo o contemporáneo nuestro, la pueda sentir también.

Cronológicamente, el primero en experimentarlo fue Moisés. Abrumado por la carga que Dios había puesto sobre sus espaldas, le pide al Señor que le quite la vida y le reclama su modo de tratarlo. Así lo relata Números 11, 11-15: “… y [Moisés] le dijo a Yahveh: «¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué no he hallado gracia a tus ojos, para que hayas echado sobre mí la carga de todo este pueblo?… No puedo cargar yo sólo con todo este pueblo: es demasiado pesado para mí. Si vas a tratarme así, mátame, por favor, si he hallado gracia a tus ojos, para que no sea más mi desventura.»” Moisés, es evidente, por lo menos por un momento se siente desgraciado en su vocación, en el camino y la misión que Dios le ha dado. Y Moisés es calificado en otra parte por Dios mismo como “el más humilde de los hombres” (cfr. Números 12, 3). Es, claramente, lo que podríamos llamar un “consentido de Dios.”

Por su parte Elías, el modelo de los profetas, tuvo también su momento de abatimiento. Escuetamente nos dice 1 Reyes 19, 4: “Él [Elías] caminó por el desierto una jornada de camino, y fue a sentarse bajo una retama. Se deseó la muerte y dijo: «¡Basta ya, Yahveh! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!»” El más grande de los profetas “se deseó la muerte.” No podemos olvidar que Moisés y Elías de alguna forma engloban y simbolizan todo el Antiguo Testamento. No en vano fueron ellos los que se le aparecieron a Jesús en la Transfiguración, comentando con Él las cosas que iban a acaecer en Jerusalén (la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, el Misterio Pascual). Y sin embargo esos dos grandes se desearon la muerte, le pidieron a Dios que les quitara la vida; consideraron la vida y su vocación como superior a sus fuerzas, se sintieron profundamente desalentados y desdichados.


Es maravilloso ver cómo se entreteje lo humano y lo divino en la Sagrada Escritura, la cual nos muestra a sus protagonistas como hombres reales, de carne y hueso, con sus grandezas y debilidades, que no hace esfuerzos por disimular. Ello nos ayuda a comprender que el ideal de la unión con Dios, la realización de nuestra misión en la vida, el desafío de la vida misma y de la vocación, no son “ideales” (no en el sentido de poseer un ideal, sino en el de representar una quimera, una ensoñación, algo bonito pero irrealizable, un buen deseo), sino “reales”, con todas las consecuencias que las palabras “real” y “humano” tienen. Los más grandes cayeron en ese abatimiento, en ese sótano anímico; pero se levantaron.

No se trata de una caída propiamente moral, sino anímica, un estar en el fondo de la depresión y el desaliento. ¡Qué diferencia con Judas!, que sí se suicidó, sucumbió a la desesperación. Moisés y Elías se quedaron en el límite, rehicieron su vida y realizaron su vocación. ¿Dónde estaría la diferencia? Es difícil decirlo, ¿predestinación? Tal vez… Lo claro es que tanto Moisés como Elías convirtieron su abatimiento en una forma de diálogo con Dios. Le expusieron a Dios su alma y su corazón tal como estaban, y Dios los escuchó y los levantó. Es decir, convirtieron su depresión en oración, y se abrió para ellos el camino de la esperanza.