El voto útil

Y ¿para quién es útil ese voto?

© Pexels
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Me hace mucha gracia, en cada campaña electoral, cómo las dos grandes ballenas se esfuerzan en hacer proselitismo con el voto útil.

Fíjese usted, que no verá nunca a un partido local, a unas siglas nuevas, ni a los verdes, ni a los amarillos, ni a los de más allá, ni a los de más acá, pedir -con esa insistencia- el voto útil.

“¡Que no se pierda el voto!” y gritan como gritaba Pedro el mentiroso: “¡que viene el lobo! ¡que viene el lobo!”. 

Y ¿para quién es útil ese voto? Obviamente, para aquellos que lo defienden: esas dos grandes ballenas gordas de las que hablaba. Y usted conoce bien los dos colores con los que se maquillan.

El voto útil no es útil para usted, que es el que vota; ni para su país, que es el que se la juega. Porque para usted sólo es útil su propio voto: el voto que le da puntos al partido que a usted le gusta -sea grande, chico o mediano; gane o pierda; saque escaños o, finalmente, no los saque; vaya bien en las encuestas o no aparezca siquiera en ellas-.


Si usted no vota el día de las elecciones al partido que mejor le representa (ese que lleva en su programa las medidas con las que usted comulga), su voto -vaya a donde vaya- es un voto inútil. Los ideales que usted defiende seguirán siendo pisoteados por falta de votos como el suyo. Y no habrá nadie que luche por ellos en el Congreso, en el Senado, ni en lugar alguno.

Y si usted, creyéndose como una vieja los cuentos de Pedro el mentiroso: “¡que viene el lobo!”, le regala su voto a un partido que no defiende lo que usted defiende – “un mal menor” lo llaman- y emite así un mal llamado voto útil, puede que usted esté cometiendo el gran error de su vida, y cuatro años no serán suficientes para enmendarlo.

M.L. Hidalgo