La alegría de la Pascua

Challenge de la sonrisa

(C) Pexels
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Tradicionalmente se utiliza la expresión: “más largo que la cuaresma”, normalmente para señalar una realidad incómoda que dura mucho tiempo. Felizmente los cristianos, después de la cuaresma, tenemos la Pascua. Y el tiempo pascual es más largo que el cuaresmal, como señalando, la penitencia es importante, pero la alegría va por delante.

El motivo profundo de nuestra alegría es ese: que Jesús ha resucitado, ha destruido el pecado y la muerte, es primicia de lo que nos espera a nosotros, que también resucitaremos al final de los tiempos. Jesús se ha levantado de la muerte, como nosotros de los pecados, dirá san Pablo que la misma fuerza que levanta a Jesucristo de la tumba, nos levanta de nuestras flaquezas.

La Pascua es entonces un tiempo de alegría y de esperanza. Si en la cuaresma contemplamos, pasmados, la dureza, la ceguera y la crueldad del corazón humano, en la Pascua rememoramos el triunfo del Dios-Hombre sobre todas esas debilidades. Tenemos la certeza de que Jesucristo se levantó de la tumba, la seguridad de que, con su gracia, nosotros nos levantaremos de nuestros pecados y de que la Iglesia resurgirá de sus errores. Lo dice muy bellamente Chesterton: “El cristianismo ha muerto en muchas ocasiones y ha resurgido de nuevo; porque tiene un Dios que conoce el camino para salir del sepulcro.”

En efecto, quizá, más allá de nuestras faltas, pueda desalentarnos la situación dolorosa de la Iglesia. Como exclamaba san Josemaría: “¡me duele la Iglesia!” En la Pascua tenemos la certeza de que efectivamente hay una Pasión y una Muerte, pero la última palabra del cristianismo es la Resurrección. Conviene comprobar si hemos interiorizado esa verdad de fe. Si somos cristianos de cuaresma permanente o si hemos sido capaces de dar un paso adelante y contemplar la vida y la historia de la Iglesia desde la Resurrección de Jesús.


No se precisan grandes disquisiciones para descubrir cuál es nuestra perspectiva de la vida y de la fe. Hace poco un buen amigo me hacía notar: “Salvador, te hace falta sonreír más”. Era una sencilla corrección fraterna, que me enfrentaba a la realidad: parezco viudo sin serlo. Y es cierto, a veces nos hace falta sonreír más, la sonrisa se apoya teológicamente en la Resurrección de Jesús, en el triunfo de la vida sobre la muerte, en el triunfo del bien sobre el mal, de la luz sobre la oscuridad, que rememoramos litúrgicamente durante la Vigilia Pascual.

Por eso el tiempo de Pascua: 50 días hasta la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, nos ayuda a entrenarnos en este sentido: debo sonreír; pero no con una sonrisa estudiada de empleado de McDonalds, o de edecán de evento, sino la sonrisa sincera y sencilla, que brota como agua del manantial de un corazón alegre que, si ha estado enfermo, ahora se sabe curado por Cristo. El tiempo de Pascua nos ofrece la oportunidad de purificar nuestro corazón, para que de él pueda salir esa sonrisa sincera, que purifique el ambiente y anime a los demás.

De modo que, a desterrar la amargura del alma, y a tener una visión más positiva y esperanzada de la vida. Lo cual no es incompatible con tener los ojos bien abiertos, y darnos cuenta de que en el mundo sigue habiendo guerra y corrupción. Siguen existiendo los dolorosísimos abortos, eutanasias, vientres de alquiler. No hemos ganado la batalla, todavía. Pero Jesús sí y de modo definitivo al abandonar el Sepulcro; entonces hacemos un esfuerzo para ser más contemplativos, para mirarlo a Él, hacia arriba, y no deprimirnos con las incomodidades del camino, o las dificultades aún no superadas.

Por eso la Pascua no es más sencilla que la Cuaresma. En la cuaresma buscamos purificar el corazón, en la pascua se ven los resultados: si realmente logramos sacar todo el vinagre que lo embarga, para poner la miel que Dios quiere otorgarnos, y esa, compartirla con los demás. Tenemos un mundo muy herido, hace falta inyectarle la alegría de la fe, pero para eso, primero debemos tenerla en el corazón. Y en ocasiones no es fácil, por eso el “challenge de la sonrisa” no es inmediato, dura todo el tiempo de Pascua, para que la efusión del Espíritu Santo nos dé como fruto el gozo y la paz.