La JMJ y la opción mendicante con San Antonio de Padua

Si miras bien, podrás darte cuenta de cuán grandes son tu dignidad humana y tu valor

Frente a la crisis de época y de civilización- con todos sus males- que estamos padeciendo, se ha hablado de hacer alguna opción inspirada en la fe que remite a eras antiguas. Por nuestra parte, estamos convencidos de la profundidad y actualidad del movimiento mendicante, nacido en el siglo XIII de la mano de santos fundadores como Francisco de Asís y Domingo de Guzmán, que supuso toda una autentica transformación en la sociedad e iglesia. No es casualidad que, en nuestro tiempo, el Papa actual haya escogido como nombre y modelo de fe e iglesia al “Poverello» (pequeño pobre) de Asís.

Sin duda, otro referente y paradigma de estas órdenes mendicantes fue Antonio de Padua, fraile franciscano y muy posiblemente el santo más popular de la historia, que la iglesia proclama como Confesor y Doctor, “Arca del Testamento”. Este “Doctor Evangélico”, como también ha sido denominado, es uno de los patrones de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que se celebra en Lisboa, ciudad donde nació nuestro santo franciscano. Ciertamente, Santo Antonio es verdadero modelo para la juventud y para toda persona, autentico testimonio de santidad, de espiritualidad, de misión y compromiso social.

El santo portugués, muy significativo en Padua, desde muy joven fue un apasionado buscador de la Verdad, de Dios mismo. Tal como se encuentra en la Palabra de Dios, en la oración, la contemplación, el estudio, la cultura y, especialmente, en la misión, en la predicación junto al martirio (testimonio). Cautivado por todo este Ideal de la Verdad, de la Vida y del Camino como se Revela en Jesucristo, San Antonio quiso entregar su existencia a la misión evangelizadora, para transmitir y dar testimonio de toda esta fe manifestada en el Dios encarnado que es Cristo.

Enraizado en toda la espiritualidad y mística mendicante, nuestro santo tuvo pasión por ese Jesús real que nace y se encarna en lo pequeño, lo humilde y pobre hasta ser crucificado por el Reino de Dios y su justicia. La vida de Antonio estuvo marcada por este seguimiento y anuncio, siendo testigo, del Cristo encarnado, humilde, pobre y crucificado que nos salva liberadora e integralmente de todo mal, del pecado, de la muerte e injusticia. En la línea de la enseñanza del Papa, San Antonio es un ejemplo genuino de conversión misionera y pastoral, esa opción apostólica y evangelizadora tan propia del carisma mendicante, que es pasión por la transmisión y testimonio de la alegría, belleza y verdad que nos regala el Evangelio de Jesús.

Una iglesia en salida hacia las periferias y pobre con los pobres, en verdadera sinodalidad caminando junto al pueblo fiel de Dios en la historia, con los sencillos, humildes, pobres y crucificados de la realidad histórica. En contra de toda mediocridad e ideologización, Antonio nos muestra esta verdadera santidad, fe y espiritualidad que es apasionada y fiel a Dios en el seguimiento de Jesús, a la iglesia con su Tradición y al prójimo, a los otros y a los pobres de la tierra. Esa mística y espiritualidad que une inseparablemente la fe con la razón junto a la cultura, la contemplación u oración con la acción por la justicia; la misión evangelizadora, transmitiendo la verdad de la fe, con la opción por los pobres que defiende la vida, la dignidad y los derechos de toda persona, de las víctimas y empobrecidos.

San Antonio fue un persona orante y contemplativa, que medita constantemente el Misterio del Dios Uno y Trino revelando en Cristo, que estudia y reflexiona la fe en dialogo con los diversos saberes o ciencias, ejerciendo al mismo tiempo la constitutiva e imprescindible misión profética. Esto es, anuncia del Dios vivo y verdadero, que nos sale al encuentro en Cristo pobre-crucificado, y denuncia proféticamente todo aquello que va en contra del Evangelio de Jesús, para liberarnos integralmente de toda esclavitud e idolatría de la riqueza-ser rico, del poder, del hedonismo y la violencia. San Antonio visibiliza verdaderamente como la fe siempre va unida a la caridad, que es lo primero, ese amor fraterno y misericordioso que promueve el bien común más universal, la paz y la justicia con los pobres. Oponiéndose, así, a las desigualdades e injusticias sociohistóricas.


Frente a la vida mundana (mundanidad espiritual) y burguesa, nuestro santo vive y testimonia la opción mendicante, siguiendo a Jesús pobre y humilde, con la esencial pobreza espiritual (evangélica). Es decir, la comunión de fe, de vida, de bienes y acción solidaria por la justicia con los pobres que nos libera de estos ídolos del poseer, del tener, de la codicia y la dominación violenta sobre los otros. En dicha enseñanza y acción profética unida a la diakonía de la caridad social que promueve la justicia, como se ha estudiado y se encuentra recogida en su obra, San Antonio es uno de los pioneros de la conocida como Doctrina Social de la Iglesia (DSI).

La mencionada DSI tiene su base en esta Tradición de los Santos Padres y Doctores, como el de Padua u otros insignes mendicantes como Santo Tomás de Aquino, fraile dominico, otro modelo ejemplar de toda esta opción mendicante. Efectivamente, como nos comunica Benedicto XVI, San Antonio enseña y promueve una economía al servicio de la vida de las personas, que sirva a las necesidades de los pobres, impulsando el desarrollo humano integral de los pueblos, la justicia socioeconómica y el destino universal de los bienes. Haciendo, pues, que la propiedad cumpla su inherente función solidaria y social, distribuyendo con equidad los recursos para todos los seres humanos. Una economía y banca ética, junto a un comercio justo, que termine con la especulación y usura de esos préstamos o créditos abusivos e injustos, que endeudan y arruinan a las familias, a las personas y a los pueblos.

En este sentido, el santo franciscano transmite y fomenta unas relaciones sociales, públicas y políticas con sus autoridades o leyes que aseguren el bien común, que promocionen a los pueblos y a los pobres con una vida liberada de toda esta codicia, opresión, desigualdad e injusticia. Se nos muestra, por tanto, este autentico humanismo espiritual y mendicante que defiende la vida humanizadora, digna, ética, trascendente y eterna, que confiere protagonismo a todo ser humano, a lo pueblos y a los pobres en toda la realidad; ya que son imagen e hijos de Dios, presencia real del Dios encarnado en el Cristo humilde, pobre y crucificado. Esta opción mendicante influye de forma significativa en otros santos y testimonios, como el que estamos celebrando, San Ignacio de Loyola, que la actualiza y la sigue profundizando con su carisma propio.

Como afirma Benedicto XVI, “la Natividad es un punto central del amor de Cristo por la humanidad, pero también la visión del Crucificado le inspira pensamientos de reconocimiento hacia Dios y de estima por la dignidad de la persona humana, para que todos, creyentes y no creyentes, puedan encontrar en el Crucificado y en su imagen un significado que fecunde la vida. Escribe san Antonio: «Cristo, que es tu vida, está colgado delante de ti, para que tú mires en la cruz como en un espejo. Allí podrás conocer cuán mortales fueron tus heridas, que ninguna medicina habría podido curar, a no ser la de la sangre del Hijo de Dios. Si miras bien, podrás darte cuenta de cuán grandes son tu dignidad humana y tu valor… En ningún otro lugar el hombre puede comprender mejor lo que vale que mirándose en el espejo de la cruz» (Sermones Dominicales et Festivi III, pp. 213-214). Meditando estas palabras podemos comprender mejor la importancia de la imagen del Crucifijo para nuestra cultura, para nuestro humanismo nacido de la fe cristiana. Precisamente contemplando el Crucifijo vemos, como dice san Antonio, cuán grande es la dignidad humana y el valor del hombre. En ningún otro punto se puede comprender cuánto vale el hombre, precisamente porque Dios nos hace tan importantes, nos ve así tan importantes, que para él somos dignos de su sufrimiento; así toda la dignidad humana aparece en el espejo del Crucifijo y contemplarlo es siempre fuente del reconocimiento de la dignidad humana” (Catequesis Audiencia general, 10-02-2010).