La tentación que enferma tu mente

Déjale a Dios ser Dios y que Él decida cuándo y cómo responderá a tus oraciones

Pexels

El pecado “no existe”, existen los pecados, con su fecha completa, día y hora perfectamente documentados. Los tuyos, los míos, los de todos los seres humanos. Tienen tu rúbrica, están impregnados de tu esencia. Jesucristo padeció lo indecible para que en lugar de aparecer tu firma en ellos, apareciera la Suya y te fueran perdonados.

Nuestro Señor le pidió a Santa Margarita María de Alacoque -escogida como mensajera del “Sagrado Corazón de Jesús”- que velara con Él una hora todas las noches del jueves al viernes en  recuerdo y reparación de la hora en la que estuvo abandonado, incluso por sus discípulos que cayeron dormidos.

“He aquí el corazón que ha amado tanto a los hombres, que no se ha ahorrado nada, hasta extinguirse y consumarse para demostrarles su amor. Y en reconocimiento no recibo de la mayoría sino ingratitud.”

Reveló el Señor a santa Margarita que en esa hora sufrió más que en todo el resto de su Pasión porque en ese tiempo, Jesús padeció el mismo terror que experimenta el alma que se pone ante el tribunal de Dios y recibe el veredicto de condenación. El dolor fue tan intenso que nuestro Salvador sudó sangre y aún así, decidió salvarte. Ahora pregúntate de nuevo eso de, pero a mí Jesús… ¿me ama?

El mundo está lleno de tentaciones, están por doquier. Envuelven tu mente y juegan con ella para hacerte caer. Para pecar, hacerte daño a ti mismo y provocar un nuevo dolor en el Corazón de Jesús. Dios las permite para ponerte a prueba y que le demuestres que le amas pero Dios, no creó el mal. El mal lo creó Satanás y sus ángeles caídos, el príncipe de este mundo

“Ya no hablaré mucho con vosotros, porque viene el príncipe del mundo.” (Juan 14-30)

El mal campa a sus anchas porque no oponemos la suficiente resistencia. Sin voluntad firme para frenarlo, la tentación, especialidad de los demonios, nunca se acabará. Mientras estemos en este mundo las sufriremos y por ello, hay que estar permanentemente atentos. Seguir a Cristo no es tarea fácil, nos lo advirtió Él mismo.

Y tú… ¿Qué vas a hacer?

Imitemos a nuestro Señor. Cuando llegue una tentación, no divagues ni hables con ella. No hagas cálculos sobre los beneficios que se te ofrecen. Sólo ¡REZA! y pide fuerzas a Dios para apartarla de tu mente y superarla. Ten fe.

La tentación siempre se presenta como algo fructífero, algo de dónde sacar tajada o partido. Es donde se gesta el pecado que cometerás si sigues los cantos de sirena del malo y te paras a escuchar.

Piensas: Si hablo mal de alguien que me ha hecho daño, no sólo me desahogo sino que además malogro su fama y pongo a mi favor a este o aquel que me conviene. Falsamente crees que ganas algo pero solo extiendes la miseria del rencor que invade tu corazón. Cada humillación es una corona de gloria. Vívela con orgullo porque el Señor tendrá sus razones para habértela regalado.


Tu cabeza sueña con ese artículo que tanto te gusta, ese capricho que no te puedes permitir. Y exageras en tu mente lo bien que te hará sentir y lo necesario que es en tu vida hasta que se convierte en obsesión. Entonces decides que si no puedes adquirirlo, tal vez podrías  robarlo.

Te has quedado embarazada inesperadamente y de repente la vida que habías idealizado en tu mente, desaparece. Y tu cabeza empieza a maquinar: ¿Pero cómo “ese” va a ser el padre de mis hijos?, o al contrario, ¿pero si “esa” sólo fue sexo de una noche?  ¡Un hijo es para siempre! ¿Voy a “cargar” con esto por el error de una aventura loca? Acabemos con ello y sigamos con nuestras vidas.

Fíjate lo malo que está el abuelo y lo carísimo que es su tratamiento, por no hablar de todo el tiempo que invertimos en cuidarlo. Ya ni podemos irnos de vacaciones. No puede hablar y probablemente ni nos escucha. Seguro que está sufriendo y el pobre no puede decírnoslo. Sí, desde luego, la mejor opción es la eutanasia. Seguro que si pudiera… nos diría que está de acuerdo.

Y… ¿la mentira? Esa es la especialidad de la serpiente en la que caemos todos. Mentiras para tramar e instigar, mentiras para corromper y escalar, mentiras profundamente intencionadas para satisfacer los deseos. Las promesas rotas, el autoengaño, la exageración, las mentiras “piadosas”, etc. ¿Con cuál te reconoces más?

Cada tentación que se convierte en pecado es un nuevo dolor en el Sagrado Corazón de Jesús. Una nueva espina que tú has puesto en esa dolorosísima corona que sigues ayudando a tejer. Un nuevo flagelo que desgarra su carne. Un nuevo escarnio que reabre sus infinitas heridas. Una vuelta a Getsemaní.

Arrepiéntete y pídele al Señor con todo el corazón que te lave con su sangre preciosa, esa que derramó por ti en la Cruz. Ruégale que te perdone por haberle fallado. Por haber entablado conversación con el malo y haber caído. No te excuses en la consabida debilidad o fragilidad, no te justifiques. Asume lo que sea que hayas hecho y reconcíliate con Él pasando por el sacramento de la Confesión

Dios ensalza a los que se humillan, a los que aceptan su culpa, a los que reconocen la mentira en la que viven y dicen la verdad por dolorosa que sea. Colócate en ese lugar que has merecido y arrodíllate para permitir que el Señor te levante.

Él, todo misericordia, te perdonará y te devolverá la paz. Recuerda siempre que Jesús es tan humano como tú y conoce perfectamente tus porqués. Él también fue tentado.

Reza para que reconduzca tu vida y te fortalezca en la debilidad. Y no tengas prisa. Déjale a Dios ser Dios y que Él decida cuándo y cómo responderá a tus oraciones. Visítalo con frecuencia, sé constante y Él aumentará tu fe para que puedas sentir Su presencia y responder con firmeza a las tentaciones que seguirán llegando y te harán caer.  Pon tu vida en el Sagrado Corazón del amor más grande y tu vida, radicalmente, cambiará.

Spotify