Las cosas del César

Los católicos no podemos quedar de brazos cruzados, porque, si bien el fondo de la cuestión es opinable, las formas no lo son

Desde el mismo momento en que se conocieron los resultados de las elecciones del 23 de julio, estaba claro lo que iba a ocurrir: la continuidad del presidente, repitiendo el gobierno de coalición, apoyado por los partidos nacionalistas. Acaso ¿alguien podía creer que los quieren destruir España iban a dejar pasar esta oportunidad de tener en el gobierno a un presidente al que manejar a su antojo?

El presidente en funciones, para continuar en el poder, está negociando (concediendo en clave socialista) con estos partidos todo aquello que estos están demandando para apoyarle en su investidura: amnistía, referéndum, condonación de deuda y, ¡quién sabe cuántas cosas más! Una negociación que no es más que la escenificación de una gran obra de teatro (con el final de sobra conocido), para que los seguidores de unos y otros crean que están defendiendo sus derechos y que, si ceden en algo, es por el progreso y por el bien de los españoles: puro teatro.

La situación es muy seria. Nuestra convivencia ya está dañada y está en juego nuestro Estado de derecho, es decir, nuestra misma democracia.

Como católico, me gustaría hacer algunas reflexiones sobre esta situación:

¿Estamos ante las cosas del César o ante las cosas de Dios?, es decir, ¿nos enfrentamos a cuestiones puramente humanas y, por tanto, opinables, o nos enfrentamos a aspectos que, para la Doctrina de la Iglesia, son innegociables?

Nos encontramos ante un problema muy complejo que, desde mi punto de vista, podemos analizar en las dos dimensiones que yo creo que tiene: la cuestión de fondo y las cuestiones de forma.

La cuestión de fondo es el referéndum de autodeterminación que pueda conducir a la independencia. Esta es la aspiración tanto de los nacionalistas catalanes, como de los nacionalistas vascos. Hay personas que piensan, por la razón que sea, que separados de España estarían mejor. Estamos ante un problema de fronteras y de competencias, un problema que existe desde que el hombre se hizo sedentario, hace varios miles de años. No estamos ante un problema de orden moral.

Las personas que son nacionalistas están en su derecho —seguro que entre ellas hay católicos— también para trabajar por conseguir su propósito. Nosotros debemos respetarles y, en todo caso, entablar un diálogo para mostrar nuestra opinión contraria y hacerles ver lo equivocado de su posición y las consecuencias nefastas que se derivarían de una hipotética ruptura de España.


Este aspecto del problema, desde mi punto de vista, formaría parte de la “cosas del César”.

La otra dimensión del problema son las formas y los medios que se han utilizado y se están utilizando para conseguir el propósito de los nacionalistas y colmar las aspiraciones autocráticas del presidente en funciones. La lista de ellos sería interminable, pero por citar alguno, podemos hablar de la tergiversación de la historia, el adoctrinamiento de los niños en los colegios, la manipulación desde los medios de comunicación, el no respeto de la ley, la mentira, el acoso a los disidentes, el uso de la violencia, etc., eso por parte de los políticos nacionalistas.

Por parte del candidato a la presidencia, el engaño a sus votantes y a todos los españoles, la toma de las instituciones para su propio beneficio, incluyendo el poder judicial, la mentira como estrategia esencial de su modo de actuar, el uso opaco de los recursos, etc. La lista sería muy larga, pero no quiero dejar de mencionar lo que, probablemente, sea lo más grave: legislar en beneficio de los delincuentes, tratando incluso de desvirtuar la Constitución y romper el marco del que venimos disfrutando desde hace más de cuarenta años.

La Ley de amnistía es el ejemplo culmen que sintetiza de modo muy claro cómo ha sido la actuación del presidente y de sus ministros: hasta unos días antes de las elecciones el presidente afirmaba que una ley de amnistía no cabe en nuestro ordenamiento jurídico porque es inconstitucional y sus ministros repetían el mensaje, uno tras otro, siguiendo el guion marcado. Tras las elecciones, como la amnistía para los políticos nacionalistas es la primera condición para poder negociar la investidura, el mensaje del presidente cambia radicalmente y la ley de amnistía deja de ser inconstitucional, no sólo eso: la amnistía es buena para España y para los españoles. Acto seguido, sus ministros y acólitos se lanzan a repetir, como loros: “la amnistía es perfectamente constitucional”

No cabe un espectáculo más bochornoso y muestra hasta qué punto estas personas respetan a sus votantes y a los españoles; pero quizá lo más triste es observar hasta qué punto estas personas han dejado de respetarse a sí mismos.

Los católicos no podemos quedar de brazos cruzados, porque, si bien el fondo de la cuestión es opinable, las formas no lo son. No podemos aceptarlas porque atentan contra el bien común, coartan nuestra libertad, la verdad deja de tener valor, no respetan el principio de la subsidiaridad y hacen de nuestra sociedad, una sociedad insolidaria en la que nuestros derechos son pisoteados y, por tanto, nuestra dignidad como personas, menoscabada.

La Doctrina social de la Iglesia es muy clara en todos estos aspectos. Los católicos, si queremos ser coherentes, debemos defender estos principios y oponernos a todas estas tropelías porque, sin duda, estas cosas sí forman parte de las “cosas de Dios”.

Javier Espinosa Martínez, colaborador de Enraizados