Magníficat

La Madre Dolorosa, la que está al pie de la Cruz y recibe a su Hijo muerto en su regazo

(C) Pexels
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Sigo disfrutando de la buena pluma de Carlos Pujol (1936-2012). He leído y meditado su Magníficat (Cálamo, 2013), un poemario alrededor del canto de la Virgen María, tras la Anunciación: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava… (Lc. 1, 46-55)”. Poemas que le arrancan destellos cálidos al misterio de la Encarnación.

“San José en un rincón [de la gruta] duerme agotado/ por tantas emociones y fatigas,/ y el borrico y el buey,/ meditabundos, rumian el misterio”. Preciosos versos para detenerse en ellos. Los villancicos de la ultima temporada navideña cantan el sueño de José. Sí, estaría muy cansado y su corazón lleno de emociones al tope. El borrico y el buey están a la altura del acontecimiento. No hay nacimiento sin ellos, forman parte de la foto, del selfi o del post. Hacen lo que muchos hacemos: rumiar, darle vuelta al misterio y a tantas cosas que nos acontecen y superan. San José, también, sería un buen rumiador de los misterios que le tocó vivir. “Dios no necesitó/ a un doctor de la Ley, una lumbrera,/ para velar por Ella y por Jesús,/ no tuvo que ser héroe ni mártir,/ solo se le pidió estar disponible al misterio…”

“Tú [María], quieta, adoras al recién nacido,/ y hay como el resplandor/ de un invisible fuego/ que ilumina la escena y las figuras.” No me resulta difícil hacerme cargo de ese resplandor que emerge del pesebre. He visto las grutas de los pastores en Belén y todavía conservan esa luminosidad mate, como si se hubiese quedado impregnado en las piedras. El lugar santo en donde estuvo el pesebre está señalado con una estrella en el piso. En las capillitas se celebra la Misa cada día y se dice: Hoy nos ha nacido el Salvador. No es tiempo pasado, es un presente que sigue iluminando las escenas del gran teatro del mundo.


La Virgen María es madre. “Sobre todo me ocupo/ de los desesperados,/ los que dan por perdida la esperanza,/ los que, según se dice, no son nadie;/ los tristes, que no alcanzan a saber/ ni siquiera la causa de estar tristes/ (…)/ Admito que estos son mis favoritos/ por razones que el corazón entiende”/. Qué suerte, cabemos todos. No hay desdicha que no sea oída por nuestra Señora. Se acuerda de todo y de todos, incluso de los que nunca han oído hablar de Ella.

Dice la Teología, que la Virgen María es mediadora de todas las gracias. En el “todas” cabe “lo que necesitamos y alguna vanidad de añadidura”, “que por pedir no quede”. Para muestra un botón, las bodas de Caná. “Aquel primer milagro/ no fue para dar cosas necesarias,/ no devolvió la vida, no sanó,/ no dio pan a la gente,/ solo quiso dar vino,/ eso sí, del mejor,/ a aquellos novios poco previsores”. Me conmueve pensar que la Virgen está en todas, adelantándose en el servicio. Como mediadora, su corazón está siempre atento a las oraciones de sus hijos, nunca es tarde para ella, ni hay pedidos fuera de hora. No le falta razón a Carlos Pujol que bien podría agregarse a las letanías del Rosario esta otra: “Reina de la paciencia”.

Mirando La Piedad de Miguel Ángel “Se comparte el dolor, el desconsuelo,/ tesoros que aceptamos respondones,/ la muerte y su penúltima palabra./ La Piedad, con el Hijo muerto en brazos,/ más que pedir ofrece. ¿Compartimos?” La Virgen María es la llena de Gracia, la cantora de las maravillas de Dios; es, asimismo, la Madre Dolorosa, la que está al pie de la Cruz y recibe a su Hijo muerto en su regazo.

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