Quien camina en la Verdad, llega

¡Hay que avivar los corazones, que ardan!

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Me llamó gratamente la atención la edición en español de la obra teatral de Karol Wojtyla, Jeremías (Didaskalos, 2023), al cuidado de la profesora Carmen Álvarez Alonso, quien escribe el largo y enjundioso estudio preliminar de esta obra de juventud de Wojtyla, escrita a sus 20 años, en 1940. Conocía la obra de teatro El taller del orfebre y parte de su poesía, la traducida al español. Esta obra de juventud pone de manifiesto la entraña artística de quien será San Juan Pablo II en donde relucen tantos de los temas que acompañarán su labor intelectual y pastoral: la verdad con minúscula y mayúscula, la identidad cultural y espiritual de los pueblos, el patriotismo, el hondo sentido cristiano de la vida, la esperanza que acompaña los gozos y pesares de los seres humanos.

Jeremías, el profeta del Antiguo Testamento, alza la voz en nombre de Dios para decirle al pueblo de Israel que vuelva al Camino y cumpla la Ley. Los falsos dioses, los Baales e ídolos a los que se han volcado las élites gobernantes y el pueblo judío son una clara ruptura de la Alianza. Jeremías anuncia que el éxito y prosperidad de la que en ese momento gozan es flor de un día: todo se esfumará y será destruido por los invasores. Profecía que, efectivamente, se cumple cuando Jerusalén cae y el pueblo es desterrado a Babilonia.

Wojtyla toma pie de Jeremías para meditar la caída del pueblo polaco bajo la opresión de los nazis y, luego, de los soviéticos. La “despolonización” a la que son sometidos por los invasores requiere de memoria y de valor para no perder la conciencia de patria, forjada a lo largo de siglos y que le dio a Polonia su identidad cultural, histórica y espiritual. El cristianismo polaco no es un barniz externo, sino que es un constitutivo de su identidad nacional. Wojtyla, por eso, coloca como personajes al general polaco Stalislaw Zolkiewski, quien falleció en la batalla de Cecora contra las fuerzas otomanas. El otro personaje importante es el Padre Pedro quien sabe que no bastan las palabras si no están acompañadas del poder transformador del Espíritu: “No bastan las palabras, no bastan las palabras. ¡Hay que avivar los corazones, que ardan! Hay que surcarlos como un arado -quede cortada la maleza- quede arrancada la cizaña” (p. 137).


Volver a la fuente del agua viva pide Jeremías a su pueblo: “¿dónde está la fuente que mana sin cesar, en medio de este pueblo, en Israel? ¡Primero debéis los ojos lavar! ¡Primero debéis los ojos lavar! -y quedar puros como el cristal, no en el adulterio, no en la mentira, sino en la Verdad ante Jahvé. En la Verdad está la Libertad y el Esplendor- En la mentira a la esclavitud váis” (p. 153). “La Verdad os hará libres”, está expresión del Evangelio, Wojtyla lo tiene muy claro. No es sólo para el ámbito personal, lo es, también, para el espacio público. Qué importante volver a meditar e inflamar el corazón con este clamor: proclamar la verdad, ser verdaderos. Acostumbrarnos a la mentira en el espacio público, ya sea en la política, la economía o la empresa, es de muy baja ley. La mentira paga muy mal y carcome la convivencia humana: no hay familia, ciudad o país que resista el poder disolvente de la mentira y engaño.

Dice el Padre Pedro: “¡¿Son éstos los hermanos?! ¿Cómo puede ir bien una familia, cómo puede ir bien, si es tan fácil que un hermano mate a otro hermano? Yo lo he visto. Pero, ¿por qué? ¿por qué? Pues, por envidia, para apropiarse de todo. No es solo tuyo este país tan amado, no es solo tuya esta madre sagrada, ¡también ha de serlo para otros! ¡También para otros!” (p. 183). Basta pensar en el lamentable espectáculo de la corrupción política que nos aqueja de modo llamativo en los últimos 25 años, para darnos cuenta que en la raíz de los sobornos y dimes y diretes de unos y otros están la codicia, la envidia, la ira. Todos ellos, pecados capitales que nacen de las tinieblas del corazón. Vicios del alma que llevan a medrar en beneficio propio, olvidándose del prójimo y del bien común.

En cada tramo de esta obra de teatro de Karol Wojtyla nos encontramos con parlamentos como éstos que no dejan indiferentes al lector. Nos invitan a detenernos y meditar, nos inquietan e interpelan, pero, la vez, nos llenan de un sano optimismo, pues quien camina en la Verdad, aun cuando el camino sea estrecho, llega.