Si nosotros no cambiamos el corazón, nunca podrá cambiar el mundo: Reflexión de Mons. Enrique Díaz

XXVI Domingo Ordinario

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo Domingo, 25 septiembre 2022, titulado “Si nosotros no cambiamos el corazón, nunca podrá cambiar el mundo”.

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Amós 6, 1. 4-7: “Ustedes, los que llevan una vida disoluta, irán al destierro”

Salmo 145: “Alabemos al Señor, que viene a salvarnos”

I Timoteo 6, 11-16: “Cumple todo lo mandado hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo”

San Lucas 16, 19-31: “Recibiste bienes en tu vida y Lázaro, males; ahora el goza de consuelo, mientras tú sufres tormentos”

 ¿Qué vería el profeta Amós que lanza tan duras condenas? Ridiculiza y sataniza las diferencias abismales que se viven en Israel creyendo que todo es progreso y bienestar. “Se atiborran de vino, se ponen los perfumes más costosos, pero no se preocupan de las desgracias de sus hermanos… por eso irán al destierro”. Son palabras de condena a una realidad que lastima el corazón de quien la contempla. Pero nuestras realidades no están lejanas de las que vivió Amós y también para nosotros es la condena. En días pasados me comentaba un médico, ante la impotencia de la muerte de un pequeñito: “Son muertes producidas, más que por la enfermedad, por el hambre y la desnutrición. Siento impotencia, coraje y dolor, pues son enfermedades que fácilmente se pudieran curar si se tuvieran alimentos adecuados y medicinas” Si es cierto que encontramos a personas felices también nos golpea la realidad de la pobreza. “Hay hambre” me vuelve a decir el médico y me señala los niños semidesnudos, las mujeres desnutridas, los rostros desencajados que van mostrando graves carencias: en educación, en salud, en alimentos, ¡en todo!

Hoy al escuchar el Evangelio no puedo dejar de pensar en todos estos hermanos y hermanas que viven en la extrema pobreza. Quedan excluidos de la sociedad, no son tomados en cuenta, sino sólo en momentos de elecciones o cuando necesitan apoyo los grupos políticos. Están fuera de la sociedad. Se encuentran en todas las partes del mundo. La mesa del rico Epulón cada día es más grande, tiene más manjares, más sofisticados, pero tiene menos comensales, y la cantidad ingente de Lázaros tirados a la puerta del nuevo sistema es cada día más grande. El Papa señala que en este gran abismo que se va creando entre pobres y ricos, ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión, sino de algo nuevo: la exclusión social. Con ella queda afectada la pertenencia a la sociedad  en la que se vive, pues ya no se está abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está afuera. Los excluidos no son solamente “explotados” sino “sobrantes” y “descartados”.


La sociedad conducida por una tendencia que privilegia el lucro y estimula la competencia, sigue una dinámica de concentración de poder y de riquezas en manos de pocos, no sólo de los recursos físicos y monetarios, sino sobre todo de la información y de los recursos humanos, lo que produce la exclusión de todos aquellos no suficientemente capacitados e informados, aumentando las desigualdades que marcan tristemente nuestro continente y que mantiene en la pobreza a una multitud de personas. La pobreza es hoy pobreza de conocimiento y del uso y acceso a nuevas tecnologías. La pobreza hoy es exclusión, olvido y marginación.

Si bien es cierto que en la Biblia aparece muchas veces la riqueza unida a una vida recta, la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro nunca podrá ser considerada como una aceptación fatalista de un desorden donde los ricos siempre serán más ricos y los pobres siempre más pobres. No es una consolación alienante ni el opio que adormece y pone tranquilos a los pobres. Leerla así, es hacer una caricatura del Evangelio. La Palabra es una denuncia de todo orden injusto y la revelación de las causas profundas de la injusticia. Y las verdaderas causas van a la concepción misma del hombre y con “sus hermanos” Si no se piensa en hermanos, no se puede compartir la mesa. Sólo una mesa compartida es señal de hermandad. No se trata de dar migajas, ni acallar la conciencia dando desperdicios. No se trata de dar la vuelta al orden actual solamente para que los pobres aparezcan como nuevos “patrones” que opriman a otros pobres, sus hermanos. Se trata de crear un nuevo orden, un nuevo sistema, donde todos seamos hermanos.

Por eso, frente a esta inhumana globalización, sentimos un fuerte llamado para promover una globalización diferente, que esté marcada por la solidaridad, por la justicia y por el respeto a los derechos humanos, haciendo de América Latina y El Caribe no solo el continente de la esperanza, sino también el continente del amor

El Evangelio nos presenta una dinámica de transformación y de cambio en las que no valen las justificaciones para continuar en un mundo de injusticia. “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto”. Hay quienes cierran los ojos y ponen cortinas para no ver la realidad. O se escudan en que no pueden ellos cambiar el sistema mundial. Pero la transformación mundial pasa por las pequeñas acciones que hacemos cada uno de nosotros. Si nosotros no cambiamos el corazón, nunca podrá cambiar el mundo.

Muchos países se han propuesto lograr la llamada «Hambre cero», combatir el problema de las drogas, incrementar la alfabetización y eliminar la pobreza. Para alcanzar estos objetivos y reducir así la desigualdad entre quienes lo tienen todo y quienes carecen de bienes básicos como la educación, la salud y la vivienda, es fundamental la transparencia y honradez en la gestión pública que, frente a cualquier forma de corrupción, favorecen la credibilidad de las autoridades ante los ciudadanos y son determinantes para un justo desarrollo. Pero no son sufiente medidas políticas o económicas, sólo con un corazón de hermanos podremos logar una mesa para todos, una mesa de fraternidad.

Dios nuestro, que has creado un mundo maravilloso y haces salir tu sol sobre todos los humanos, concédenos un corazón generoso para compartir la mesa, y ayúdanos para que no desfallezcamos en la lucha por construir tu Reino. Amén.