Teología que sabe a carne y a pueblo

Prefacio del Papa al libro ‘Repensar el pensamiento’ de monseñor Antonio Staglianò, presidente de la Pontificia Academia Teológica

La investigación teológica, especialmente la académica, se asocia a menudo con un uso riguroso de la razón. Sin embargo, por importante y necesario que sea, cada día tocamos el hecho de que el misterio de la vida es más grande que cualquier ejercicio de la razón. La vida es más grande y nuestro corazón es un abismo. Como afirma Pascal, «el último paso de la razón es reconocer que hay infinidad de cosas que la superan» (Blaise Pascal, Frammenti , Bur, 2002. Editado por Enea Balmas , b. 267).

Esto es aún más cierto cuando nos situamos ante el misterio de Dios. El uso de la razón y la profundización del pensamiento sólo pueden abrir caminos de conocimiento cuando surgen de la oración y del espíritu de contemplación de su misterio, cuyas riquezas y ciencia son inescrutables (cf. Rm 11,33).

Así comprendemos que la tarea de la teología no puede limitarse a una ordenación de ideas y conceptos. Debemos estar siempre vigilantes contra el fantasma del racionalismo ilustrado, que nos lleva a organizar los contenidos de la fe, pero la reduce a una teoría desvinculada de la realidad concreta, de la historia del pueblo en el que está inmersa, de las cuestiones de la vida y de las heridas de los pobres. No hay que olvidar, sin embargo, que el cristianismo tiene su centro vital en la encarnación de Dios en Jesús, que para muchos sigue siendo un escándalo y que siempre tenemos la tentación de edulcorar en favor de una «fe intelectual» y a menudo burguesa.

Cuando la reflexión teológica ha sucumbido a la tentación de racionalizar la fe, se ha convertido en una ciencia árida, sin carne y sin corazón, incapaz de transmitir, junto a las razones de la fe, la emoción del encuentro con Dios. El cardenal Newman, en uno de sus Sermones, hablaba de la «usurpación de la razón», una tentación que nos lleva a interpretar la fe y la misma Escritura según una «sabiduría mundana» y una mentalidad secularista.

Es necesario recuperar el camino de una teología encarnada, que no nace de ideas abstractas concebidas en un escritorio, sino que brota de los afanes de la historia concreta, de la vida de los pueblos, de los símbolos de las culturas, de las preguntas ocultas y del grito que surge de la carne sufriente de los pobres. Una teología generada por Dios, que lleve al mundo heraldos de liberación; una teología que de ciencia de la fe se convierta en sabiduría espiritual, para acompañar a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo a descubrir la sorprendente novedad del Evangelio; una teología que de «saber académico» se convierta en «sabor del corazón», para suscitar la inquietud divina y alentar el deseo humano de asomarse al Misterio de Dios.

Esto es lo que necesitamos: una teología que no se esfuerce por «tomar la medida» del Misterio de Dios, sino que se deje sorprender por su amor sin medida, aventurándose con entusiasmo en el riesgo de la evangelización y del servicio al Pueblo Santo de Dios: para que «se anime el corazón de los que buscan al Señor» (Sal 68,33).

En los tiempos cambiantes de hoy necesitamos, por tanto, nuevos caminos y nuevos paradigmas. Necesitamos «repensar el pensamiento»: éste es el audaz intento de este libro y de la reflexión teológica de monseñor Antonio Staglianò, Presidente de la Pontificia Academia Teológica, que hace una incursión creativa en el hacer teología, escribiendo algunas cartas a los «grandes» de la filosofía y de la teología.

De estas misivas emerge una urgencia: El pensamiento cristiano, que alberga también considerables riquezas, necesita ser repensado a la luz de las nuevas adquisiciones humanas, científicas y culturales; necesita ser interpelado por las exigencias de la evangelización, que reclaman una «teología en salida», capaz de llegar a las preguntas que, a menudo, se sitúan en las fronteras de existencias complejas, atribuladas y heridas; necesita renovarse con nuevos lenguajes y categorías, capaces de hablar al corazón de todos, de acercar a los lejanos, de acoger a los que piensan distinto, de consolar a los afligidos, pero también -como le gustaba decir a don Tonino Bello- de «afligir a los consolados», para que todos se dejen tocar y herir por la novedad radical del Evangelio.


Para usar una imagen: una teología que mira hacia arriba, a la escucha de la Palabra; una teología que fija su mirada en el centro propulsor de la vida cristiana, que es Jesús; una teología que mira hacia abajo, que se abaja como el Maestro para lavar los pies del mundo, para discernir en la historia los gérmenes del Reino de Dios y para acompañar las inquietas preguntas de la humanidad.

Me gusta recordar al Beato Antonio Rosmini, a quien el autor de este libro está particularmente unido, quien afirma que, en un determinado momento de la historia, la doctrina cristiana se encerró en los compendios de la teología racional y «no sólo se abrevió en esos compendios, sino que se abrevió de otra manera, es decir, abandonando por completo todo lo que pertenecía al corazón y a las demás facultades humanas, cuidando de satisfacer sólo a la mente. De modo que estos nuevos libros ya no hablaban al hombre como los antiguos; hablaban a una parte del hombre, a una sola facultad, que nunca es el hombre: la ciencia teológica ganó pero disminuyó en sabiduría y las escuelas adquirieron así ese carácter estrecho y restringido que formaba una clase de alumnos separados del resto de los hombres» (A. Rosmini, Le cinque piaghe della Santa Chiesa, editado por G. Picenardi, Ed. Rosminiane, Stresa 2012, n. 40, p. 56).

Es una advertencia muy actual, para que la teología no se vuelva estrecha y nos separe del mundo.

Me alegra presentar este libro, que en cambio recuerda el valor de una teología popular, que sale de sí misma para habitar «otros lugares»: no sólo la academia, sino también la calle; no sólo la investigación científica, sino también las preguntas del corazón; no sólo la razón, sino también la imaginación; y, sobre todo, una teología que busca y discierne el ritmo del amor de Dios en los pasos inciertos del hombre, los ojos luminosos de Jesús en la oscuridad del corazón y del mundo, los caminos abiertos por el Espíritu, que rompiendo nuestras cerrazones nos hace audaces en la construcción de un mundo fraterno y solidario.

Continuar por este camino es mi deseo. Tener el coraje de esta teología que sabe «a carne y a pueblo». Y que el Señor nos acompañe, para recibir de él la alegría de la adoración, el celo de una caridad laboriosa y el coraje de imaginar un mundo nuevo.

Ciudad del Vaticano, 17 de septiembre de 2023,

Memoria de San Roberto Belarmino