Cardenal Arizmendi: La sinodalidad es el camino

Caminar juntos: que todos nos sintamos corresponsables de la vida y actuación de la Iglesia

Cardenal Arizmendi sinodalidad camino
Comunidad de fieles © Facebook. ArquiMedios. Arquidiócesis de Gudalajara, México

El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “La sinodalidad es el camino”. En él reflexiona sobre este itinerario que acaba de iniciar la Iglesia con el Sínodo sobre sinodalidad y recuerda las palabras del Papa Francisco: “El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”.

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El Papa Francisco ha convocado a la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos, a realizarse en Roma en octubre de 2023, con el tema Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. En esa Asamblea, participan con voz y voto sólo los obispos, y ahora, por primera vez, también una mujer que tiene un cargo importante en esa instancia eclesial. Sin embargo, el Papa quiere que, antes y después de la Asamblea, participe todo el Pueblo de Dios, no sólo los obispos, y para eso ha pedido que todas las diócesis del mundo den su aporte a la consulta previa, y que también se involucren en su posterior puesta en práctica.

Esta es una insistencia que viene desde el Concilio Vaticano II. La Iglesia no es sólo la jerarquía, sino todo el Pueblo de Dios. Sin embargo, esto no lo acabamos de asumir, pues persiste un arraigado clericalismo, en unas diócesis más que en otras, donde los ministros ordenados nos sentimos casi dueños absolutos de la Iglesia, como si fuéramos los únicos responsables de la misma, los únicos que tienen voz y voto, los que tienen el poder, y donde los laicos sólo son ejecutores de lo que dispongan el obispo y los sacerdotes.

En muchas diócesis, sobre todo en ambientes misioneros, donde son pocos los sacerdotes, la sinodalidad se ha vivido como algo normal desde siempre, pues son religiosas, muchos laicos, catequistas, mayordomos, fiscales, encargados de templos y de fiestas, etc., los que presiden la comunidad y la acompañan en sus procesos pastorales proféticos, litúrgicos y sociales. Yo lo viví en mi pueblo natal, antes de que fuera parroquia. Eran los laicos, sobre todo de la Acción Católica, los responsables de la educación en la fe y de las celebraciones religiosas, así como de la atención a los enfermos y a los pobres, siempre en concordia con el párroco que iba de cuando en cuando a las comunidades alejadas. En mi diócesis anterior, esta es una vivencia permanente desde hace muchos años, sostenida y alentada por los obispos antecesores. De una forma u otra, en muchas diócesis participan bastante los laicos en la pastoral parroquial y diocesana, y esto es lo que se pretende impulsar más.

Discernir

La sinodalidad significa caminar juntos: que todos nos sintamos corresponsables de la vida y actuación de la Iglesia, pues todos somos parte de ella. Somos miembros diferentes, pero todos parte del mismo cuerpo. Como cuando los apóstoles, antes de elegir a los considerados primeros diáconos, consultaron a la comunidad y tomaron muy en cuenta los candidatos que ésta propuso (cf Hech 6,1-6). O como cuando se presentó la discusión sobre qué de la ley judía tenía que imponerse a los nuevos creyentes no judíos, los apóstoles reunieron a la comunidad y la escucharon, antes de tomar una decisión (cf Hech 15,1-31).


El Papa Francisco ha dicho que “El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”. Y la Comisión para el Sínodo universal, en su Documento Preparatorio, afirma: “Nuestro ‘caminar juntos’ es lo que mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino y misionero” (1). “La sinodalidad representa el camino principal para la Iglesia, llamada a renovarse bajo la acción del Espíritu y gracias a la escucha de la Palabra. La capacidad de imaginar un futuro diverso para la Iglesia y para las instituciones a la altura de la misión recibida depende en gran parte de la decisión de comenzar a poner en práctica procesos de escucha, de diálogo y de discernimiento comunitario, en los que todos y cada uno puedan participar y contribuir. Para “caminar juntos” es necesario que nos dejemos educar por el Espíritu en una mentalidad verdaderamente sinodal, entrando con audacia y libertad de corazón en un proceso de conversión sin el cual no será posible la perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad” (9).

Y tomando como base una doctrina fundamental del Concilio, afirma: “Aun cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo” (LG 32). Por lo tanto, todos los Bautizados, al participar de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios, son sujetos activos de evangelización, tanto singularmente como formando parte integral del Pueblo de Dios” (12).

Sin embargo, para alejar temores de democraticismo, de que se quiera llevar a la Iglesia a un populismo, a un parlamentarismo, donde se perdiera el ministerio jerárquico, asimilando la Iglesia a una asamblea donde todo se decide por mayoría de votos, la misma Comisión nos dice: “Los Pastores, como auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia, no teman disponerse a la escucha de la grey a ellos confiada: la consulta al Pueblo de Dios no implica que se asuman dentro de la Iglesia los dinamismos de la democracia radicados en el principio de la mayoría, porque en la base de la participación en cada proceso sinodal está la pasión compartida por la común misión de evangelización y no la representación de intereses en conflicto. En otras palabras, se trata de un proceso eclesial que no puede realizase sino en el seno de una comunidad jerárquicamente estructurada. Cada proceso sinodal, en el que los obispos son llamados a discernir lo que el Espíritu dice a la Iglesia no solos, sino escuchando al Pueblo de Dios, que ‘participa también de la función profética de Cristo’ (LG, n. 12), es una forma evidente de ese ‘caminar juntos’ que hace crecer a la Iglesia” (14).

“Cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, Colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el ‘Espíritu de verdad’ (Jn 14,17), para conocer lo que Él ‘dice a las Iglesias’ (Ap 2,7). El Obispo de Roma, en cuanto principio y fundamento de la unidad de la Iglesia, pide a todos los Obispos y a todas las Iglesias particulares, en las cuales y a partir de las cuales existe la Iglesia católica, una y única, que entren con confianza y audacia en el camino de la sinodalidad” (15).

Actuar

Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a los clérigos a ser sencillos, humildes y receptivos de los carismas de religiosas y laicos, para que, en participación y comunión eclesial, nuestra Iglesia sea fiel a la misión que le encomendó el Señor Jesús. Y que ellos asuman su vocación, no con altanería y con luchas de poder, sino colaborando generosamente en lo que les corresponde, en las instancias eclesiales y en las estructuras temporales.