Conversión, catequesis y modernidad

La prioridad de la catequesis deban ser las personas adultas y que cualquier catequesis comience por el propio catequista

Colección Felipe II. Palacio Real de Madrid.
Colección Felipe II. Palacio Real de Madrid.

Conversión. Acaba de comenzar el tiempo de Cuaresma, que para todos los cristianos es una llamada a la penitencia y a la conversión personal, una metanoia (μετανοῖεν), un cambio de mente que se produce gracias al encuentro con Cristo. El Directorio para la catequesis alude, en un buen número de ocasiones, a la necesidad de fomentar una conversión inicial y de mantener un estado de profunda conversión como proceso gradual y permanente. No es una idea aislada, sino requisito para que la actividad catequética sea eficaz. Además, llama la atención que se haga referencia frecuente a la conversión pastoral.

Contra conversión. ¿Estamos los cristianos en condiciones de entender y proclamar una llamada a la conversión? ¿Puede la catequesis generar este estado del alma en una sociedad cada vez más secularizada? Planteo estos interrogantes porque da la impresión de que los signos de los tiempos propician todo lo contrario. Los profetas modernos llaman a una conversión distinta a la nuestra; una conversión que es sometimiento a la nueva moral, cuyos postulados éticos son pregonados como únicos válidos, a pesar de que su consistencia intelectual pisa y supera la raya del ridículo.

Signos de los tiempos. La fuerza de este fenómeno es innegable incluso dentro de la misma Iglesia Católica. A modo de ejemplo, la copresidenta del Camino Sinodal alemán, Irme Stetter-Karp, afirmó recientemente en una entrevista que “en relación con el con la cuestión del Catecismo y de la moral sexual o de la cuestión de las mujeres en la Iglesia, no basta con decir no, si queremos entusiasmar al mayor número posible de personas”. Esta afirmación, de corte relativista, choca con las palabras que el papa Francisco dirigió a los católicos alemanes en 2019: “reconocer los signos de los tiempos no es sinónimo de adaptarse sin más al espíritu de los tiempos”. Y añadía: “Necesitamos oración, penitencia y adoración”.

Fe y razón. La convicción de que la fe es razonable se ha diluido en la actualidad, provocando un terremoto de consecuencias imprevisibles. Los primeros cristianos desarrollaron una apologética con el ánimo de dar razón de la fe que vivían en un entorno cultural complicado y agresivo. Pero primero vino la conversión, con oración, penitencia y adoración. ¿Podemos prescindir de la conversión o de la razón que la acompaña?


Catequesis. Si la catequesis quiere ser auténtica, no puede permanecer ajena a esta realidad. Su fin no es “entusiasmar al mayor número posible de personas”, sino “convertir al mayor número posible de personas” al seguimiento de Cristo, como en tiempos del catecumenado. ¿Los primeros? Quienes todavía están dentro. El talón de Aquiles de los fieles en una sociedad burguesa y descristianizada es la ignorancia práctica del mensaje cristiano y, con ella, la falta de recursos para hacer frente a los nuevos vientos de doctrina, las ideologías. La catequesis es, sobre todo, acompañamiento. Hay que pedir a los acompañantes -los catequistas- que sean, en primer lugar, personas convertidas, testigos creíbles. En segundo lugar, que sean doctos.

Se entiende también que la prioridad de la catequesis deban ser las personas adultas y que cualquier catequesis comience por el propio catequista. El objetivo puede estar claro, la realidad, todavía lejana. Proyectos como el de #BeCaT (https://becat.online) caminan en esa dirección.