El cuidado de la Tierra como signo del cuidado de las personas

Día Mundial de la Tierra

Tierra cuidado personas
Paisaje natural © Cathopic

La doctora María Elisabeth de los Ríos Uriarte, profesora e investigadora de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac de México, ofrece a los lectores de Exaudi su artículo “El cuidado de la Tierra como signo del cuidado de las personas”.

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En el marco de la conmemoración del Día de la Tierra, conviene hacer una reflexión sobre la importancia que este tema ha tenido al interior de la Iglesia y, en concreto, en el pensamiento del Papa Francisco. 

Pensar la tierra únicamente como recurso conduce a la materialización y sobreexplotación de todas formas de vida y esto, indudablemente, a la cultura del descarte y a la crisis social y cultural que el Papa Francisco ha denunciado con toda claridad y contundencia en su encíclica de 2015 Laudato Sí: no hay dos crisis separadas, hay una sola crisis socio-ambiental.

Es por esta razón que la Tierra, más que ser un simple objeto, debe ser entendida y acogida como Casa Común y de esta manera permitir un entendimiento de nuestra intrínseca relación con todas las creaturas. “Todo está conectado” reitera Francisco. 

Así, vale la pena reflexionar y dialogar sobre el cuidado de la tierra como vehículo de nuestro propio autocuidado también. Pero advertimos en numerosas ocasiones que hay una desconexión entre las personas y el entorno que se ve marcada por acciones de destrucción y aniquilación de las formas de vida que habitamos un espacio común: la contaminación creciente, la acumulación de basura proveniente de la cultura del descarte, el calentamiento global, las grandes sequías y las zonas erosionadas por los asentamientos urbanos, la pérdida de ecosistemas enteros y de la biodiversidad que conserva la armonía en ambientes geográficos diversos así como la privatización de los espacios públicos constituyen consecuencias de un descuido y olvido por aquello que nos hermana y que nos acoge que es nuestra Casa Común.

Lo más grave de estos efectos, es que son los más pobres quienes sufren las mayores y peores consecuencias, por ende, el olvido de la tierra es, también, el olvido de los más pobres. 


Por esto, Francisco en Laudato Sí y en Querida Amazonía dibuja un sueño ecológico que esté delineado por la solidaridad universal y el mutuo entendimiento de nuestra común afectación y afirma en el número 49 de la Laudato Sí que: “Pero hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”. 

De esta manera la tierra va ligada necesariamente a la persona, incluso, podríamos afirmar que la tierra es la persona misma y viceversa ya que existe un vínculo entre ambos que se inserta como elemento fundamental en la armonía de la creación divina. 

Apropiarse de tierras ajenas para explotarlas o erosionarlas no es otra cosa que atentar contra las personas que las habitan en primer lugar y, más grave aún, atentar contra Dios que las creó y las puso al servicio del ser humano para ser aprovechadas para su crecimiento y desarrollo personal y comunitario mediante un uso racional de los recursos que ésta le ofrece.

En este día es necesario tratar de desarrollar, además de una reflexión social, una mirada contemplativa como nos lo pide el mismo Pontífice en el numeral 53 de su carta “Querida Amazonía” que permita penetrar el misterio de la creación y alertar sobre el especial papel que cada realidad ocupa como manifestación del amor de Dios y que, además, cada creatura está llamada a cumplir para dar gloria a Dios.

Entrar en comunión con la tierra que nos acoge exige, entonces, además de la acción, la contemplación y sólo desde ahí descubriremos esa riqueza de sabernos hermanados entre todos y con toda la realidad. Practicar una ecología integral pasa así, por una admiración y recogimiento pero también por una denuncia profética de las injusticias cometidas hacia la Casa compartida y en ellas, las afrentas hacia los hermanos.

Sólo cuando advirtamos esta necesaria interconexión entre la tierra y nuestra dignidad como hijos e hijas de Dios, se logrará que la Tierra no sea más usada como simple recurso sino como creación puesta al servicio del bien común.