10 años bajo el cayado del Papa Francisco

Una Iglesia abierta, cercana a la gente, acogedora, sencilla, humilde y servidora

Creo que a casi todos nos parece mentira que ya hayan pasado 10 años desde aquel día memorable en que el Papa Francisco se presentó como Obispo de Roma y como venido del fin del mundo. En estos diez años han pasado muchas cosas, la Iglesia no es la misma y el Espíritu se ha hecho sentir. Sería presuntuoso hace un resumen de lo que hemos vivido bajo su cayado y por eso me limitaré a tres puntos muy concretos a partir de la Exhortación apostólica programática Evangelii Gaudium y las encíclicas Laudato Si’ y Fratelli Tutti.

  1. Volver al Evangelio

La Evangelii Gaudium nos centra en lo esencial, la persona de Jesús, su vida, su praxis, sus preferencias, sus palabras, su oración, que son la causa de nuestra alegría y el norte donde orientar nuestra existencia. De ahí la necesidad perentoria de volver al Evangelio, que el Papa Francisco tan a menudo nos recuerda. Se trata de tener los ojos bien abiertos y el corazón encendido, como los discípulos de Emaús. Y tener los ojos bien abiertos nos hace tomar conciencia de que estamos viviendo un momento difícil de la historia humana y un momento delicado en la vida de la Iglesia. Pero al mismo tiempo un momento de gracia, porque experimentamos la presencia cercana e incondicional del Dios de la historia que nos mira con ojos misericordiosos y nos sentimos confortados con el esfuerzo realizado y la invitación que nos hace el Papa Francisco a volver al Evangelio. Para mí esto es lo más valioso de su servicio a la Iglesia y al mundo.

Creo que en esta insistencia el Papa Francisco recoge el testimonio de dos Obispos mártires de América Latina. Monseñor Romero nos decía: Tenemos que ver con los ojos bien abiertos y los pies bien puestos en la tierra, pero el corazón bien lleno de Evangelio y de Dios. Y Monseñor Angelelli en un texto paralelo: “Hay que seguir andando no más. No hay que tener miedo de meterse en el barro. Con un oído al Evangelio y otro al pueblo”. El corazón bien lleno de Evangelio y los pies bien puestos en la tierra. Con un oído en el Evangelio y otro al pueblo. Palabra de Dios y Realidad como coordenadas de nuestra vida. Cercanía a Dios y cercanía a nuestros hermanos y hermanas. Este es también el mensaje del Papa Francisco que nos dice que el Evangelio es un libro abierto e inacabado en el que todos estamos llamados a ser escritores vivos. Este llamado del Papa en la hermosísima homilía del primer domingo de Pascua del 2016, domingo de la misericordia nos debe llegar profundamente al corazón de todos nosotros que queremos hacer del Evangelio el norte de nuestras existencias. Es una invitación a volver al Evangelio de Jesús nuestro maestro, amigo, compañero, fundamento y razón de ser de nuestra vida a quien queremos seguir, convencidos que nuestro encuentro con Él ha sido lo mejor que nos ha pasado en la vida. Porque su mirada nos pacífica y conforta. Porque él nos ha descubierto que el nombre de Dios es misericordia.

  1. El grito de la tierra y el grito de los pobres

Es interesante ver como el Papa en la Laudato Si, parte de una visión sistémica en la que aparecen dos comunidades a las que todos pertenecemos: La humanidad y la Casa tierra. Por eso el Papa nos habla del «grito de la Tierra y del grito de los pobres», del «cuidado», de la «interdependencia entre todos los seres», de los «pobres y vulnerables», del «cambio de paradigma», del «ser humano como Tierra» que siente, piensa, ama y venera, de la «ecología integral» … Por eso el Papa renueva el pedido que ya había hecho Juan Pablo II y había repetido el Papa Benedicto XVI, al pedirnos una conversión ecológica. Es una cartografía dinámica en la que el ser humano es parte de la naturaleza y está moldeado por la cultura. Pero no una cultura cerrada, sino que se trata de la interculturalidad que aporta a los demás sus propias riquezas y está abierto a enriquecerse con la que le ofrecen los demás, los diferentes, siempre cercanos en total apertura. En este sentido también el Papa Francisco nos invita a una cultura del encuentro. Se trata de una nueva manera de vivir la alteridad sin negar un juego de tensiones siempre enriquecedor. El punto de partida es la pertenencia no la independencia.

Pero se trata también de una cultura del cuidado. No se trata de un amor abstracto o platónico sino de un amor concreto que se hace historia. San Juan de la Cruz inspirándose en Mateo 25 decía que, en el ocaso de la vida, seremos juzgados por el amor. Por el amor que hayamos brindado a los demás y el cuidado que hayamos ofrecido a la creación de Dios. Esta es la clave hermenéutica que debe inspirar nuestros proyectos, nuestros procesos transformadores, nuestra vida. Para ser así, los cuidadores de la creación que Dios ha puesto en nuestras manos. No nos podemos reducir a lo simplemente tecnológico ni a las leyes del mercado. Lo nuestro es ser custodios del misterio que cada persona humana y que cada ser encierra.

  1. La fraternidad sin límites

La encíclica Fratelli Tutti la debemos situar dentro del magisterio del Papa Francisco como un paso más, un nuevo impulso a la intuición central que anima su servicio pastoral. Podemos aplicar al respecto lo que nos dice Henry Bergson acerca de todo sistema filosófico que no es más que girar en torno a una intuición central que se expresa de diversas maneras y se amplía en círculos concéntricos. El Evangelio como inspiración primera, que hace del doble mandamiento del amor lo esencial en la Evangelii Gaudium. El grito de los pobres y el grito de la naturaleza en la Laudato Si, que nos invita a pasar de un exclusivo antropocentrismo a un ecocentrismo en el que están presentes todas las criaturas del universo. Y la llamada imperiosa a la armonía universal y el amor social como claves para la fraternidad y el servicio en la Fratelli Tutti. Esto significa saber acoger, respetar y valorar las diferencias. Esto supone también un cambio de actitud que nos debe hacer pasar de la imposición a la escucha; del mandar al compartir; de pensar que ya lo sabemos todo, a la tarea humilde y exigente de un aprendizaje permanente y siempre incompleto.


El Papa Francisco no se cansa de invitarnos, casi cada día, a vivir una cultura del encuentro. Por eso no es de extrañar que abra la encíclica con un consejo de San Francisco de Asís en el que declara feliz a quien ame al otro «tanto a su hermano cuando está lejos de él como cuando está junto a él». Como el Papa lo dice se trata de una fraternidad abierta que nos permite amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite. Como podemos ver en la Fratelli Tutti la cultura del nosotros es prioritaria sobre la cultura del yo que ha predominado en los últimos años. En este sentido, y a imagen de la Trinidad, la relación es la categoría más importante del ser humano. Y esto muchas veces por desgracia lo hemos olvidado. La fraternidad y el servicio son los frutos más esplendidos del amor.

Conclusión

Estamos llamados, si queremos ser fieles al magisterio del Papa Francisco, a construir y a ser testigos de una Iglesia pobre y para los pobres, de una Iglesia que toca la carne de Cristo en los que sufren. Por consiguiente, la renovación eclesial, a la que nos invita el Papa Francisco es una invitación a volver al Evangelio y a vivir, como hermanos y hermanas, el discipulado misionero en nuestro seguimiento de Jesús. Sus actitudes deben ser las nuestras. Esto significa una Iglesia abierta, cercana a la gente, acogedora, sencilla, humilde, sin ansias de poder, servidora, cuidadora de la casa común que el Señor nos ha confiado.

Hno. Álvaro Rodríguez Echeverría, fsc

Ex superior general de los Hermanos de las Escuela Cristianas y miembro de la Academia de Líderes Católicos