San José: la historia de mi vida

¡El día 19 es la fiesta de san José, el veinteañero, el artesano de Nazaret, el trome, el genio, el que quiero imitar!

Sagrada Familia del pajarito - Colección - Museo Nacional del Prado

Así empezó todo. Un ángel impresionó a una chica de menos de veinte años y le preguntó si aceptaba tener un hijo de un modo totalmente sorprendente para ella, “el Espíritu Santo te cubrirá con su sombra”. El ángel la había saludado al llegar como “llena de gracia y el Señor está contigo”. Ella se confundió y el ángel la tranquilizó tiernamente: “no temas, María”.

¡Lógico! Estaba confundida por la aparición del ángel y por su saludo. Luego, contribuyó a confundirla la revolución de su mensaje (“un hijo por obra del Espíritu Santo”). Era la propuesta que el ángel le hacía de parte de Dios. La chica, muy joven, primero se serenó, luego pensó (algo que nosotros hacemos muy poco, pensar las cosas importantes, las de nuestra vida y lo que viene detrás).

La chica pensó y aceptó la propuesta de Dios, diciendo las palabas más importantes de toda la humanidad: “hágase en mí como tú dices”, porque en ese momento empezó todo, en ese momento Dios empezó su vida entre nosotros. Ahí también comenzó la historia de cada uno, aunque no nos demos mucha cuenta.

Dichas estas palabras, el ángel se fue. ¿A dónde? ¿A decirle a José, su esposo? No. A José, que ya era esposo de María, aunque todavía no vivían juntos, no le dijo nada (el matrimonio de los judíos tenía dos fases, en la primera se realizaba el auténtico matrimonio, en la segunda, comenzaban a vivir juntos). Ese día por la tarde José fue a ver a María y ella comprobó al segundo que no sabía nada. Y empezó a sufrir. Lógico. Tenía en su seno un hijo y su esposo no sabía nada.

El ángel, de pasadita, le había dicho que su prima Isabel, iba a tener un hijo, y estaba en el sexto mes. Para María era importante el dato. Lo llamaron Juan y preparó el camino de Jesús. María, que ya era la madre de Dios, la mujer más importante de todas, tomó la primera decisión sorprendente de su vida: iría a ver a Isabel, a ayudarla en sus últimos meses de embarazo, a lavar, limpiar, ayudar en todo. Fueron cuatro días de viaje en carreta hasta el pueblito donde vivía Isabel. Decisión importante. ¡Primero los demás! ¿Es lo mismo que hacemos nosotros?

Como no había teléfonos ni celulares, María apareció de improviso. Es muy interesante el encuentro de las dos mujeres. ¡Gritan de entusiasmo!      Isabel gritó de alegría y María también. Lógico, las imaginamos a gritos y hablando a la vez. ¡Como es normal! Isabel, iluminada desde arriba, dijo aquello misterioso de “ha venido la madre de mi Señor a visitarme” y María contestó con otra expresión de entusiasmo que se llama “Magnificat”. Seguro que las dos se abrazaron, se rieron y el cariño volaba a mil por hora.

Y José, ¿Dónde estaba? ¡Quién sabe! Algunos opinan que acompañó a María y se volvió nada más llegar. Otros piensan que se quedó en su trabajo y que alguien de confianza acompañó a María en el viaje. Para José, María era todo en su vida, su tesoro, el amor de su vida, la razón de su vida.

Pasaron unos tres meses de lavar, limpiar y ayudar. De servir a Isabel y su familia. Eso hizo la mujer más importante de todas, La que “llamamos bienaventurada todas las generaciones” la Reina de los ángeles, y de los profetas y la Reina de las Reinas.

Vuelve María a su ciudad. Algunas señoras rápidas adivinan el embarazo y felicitan a José. ¡La catástrofe! José corrió donde María.  Sus ojos están limpísimos pero ella no dice nada. José, ni de lejos piensa en un engaño. Sufre. Pronto llega a pensar que Dios está de por medio, y él sobra. Decide irse. Es la destrucción de su vida. No sabe qué hará, pero decide quitarse de en medio, no estorbar los planes de Dios. Es lo que Dios estaba esperando, esa decisión supergenerosa, heroica, pequeña y grande al mismo tiempo. Como tantas decisiones nuestras. Esa noche un ángel le explica todo. Una alegría inmensa invade a todo José. Corre donde la chica. Y una alegría inmensa invade también a María.


Así empezó todo. Luego pasaron muchas cosas con los tres, que sabes más o menos, y tu vida y la mía que, estaban perdidas, cambiaron al éxito total y la esperanza cierta del cielo. ¡Cambio grande, para bien!   ¡Pero eso solo si cada uno quiere la felicidad total que Dios le ofrece! ¡Que no seamos tan locos de rechazarla! ¡Señor, sí la quiero!

¿Y qué ha habido antes en nuestra vida? De todo. Alegrías, ilusiones, sombras, dudas, dolores, como en la vida de José y como en la vida de la chica.

¡El día 19 es la fiesta de san José, el veinteañero, el artesano de Nazaret, el trome, el genio, el que quiero imitar!

El gran éxito de cada uno creemos que es ganar mucho dinero (que está muy bien), creemos que es tener todo lo que quiero (que también está bien), es fiarse totalmente de Dios, lo digo otra vez, fiarse totalmente de Dios.

Y entonces por dentro hay una alegría muy grande. Mucho más grande que esa alegría que da el dinero y las cosas. El dinero y las cosas, el propio trabajo, la familia, son alegrías buenas, chiquitas, (a veces nos parecen grandotas), que pueden encajar dentro de esa alegría grande, y es muy bueno aprender a encajarla o que pueden ocultarla. Sería el error más grande que podemos cometer. ¡Que no lo cometamos!

La chica de menos de veinte años y el veinteañero. Una gran aventura que puede ser también la mía. ¡Y quiero esa aventura!

Todo comenzó con un sí, el sí, el ¡hágase! de esa chiquilla. Y todo siguió con la categoría grande del veinteañero. María y José, dos enamorados chicos y grandes al mismo tiempo. Una mujer y un hombre en quien nos apoyamos todos.

¡¡¡¡Mientras vivimos estamos a tiempo de hacer cosas grandes!!!!

¿A tiempo de qué? De ser como ellos y de ser como cada uno de nosotros quiere ser.